El nuevo gobierno de los individuos. Danilo Martuccelli

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El nuevo gobierno de los individuos - Danilo Martuccelli

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realidad es lo que resiste. El mundo existe independientemente de nuestras representaciones, construcciones o percepciones, y en este sentido la realidad es una coordenada inevitable de la acción. Imposible actuar sin integrar las posibles resistencias del entorno. Los actores viven no solamente postulando que los límites existen, sino apoyados en la creencia que éstos actúan de manera constante e inmediata sobre sus conductas.

      Sin embargo, estas resistencias, y aquí está el origen del problema, operan en medio de un mundo social caracterizado por una elasticidad fundamental, un universo en el cual la noción que mejor designa la relación entre la acción y el entorno es la idea de choque con la realidad. Si esta noción –el choque con la realidad– merece la más grande atención es porque, actuando de manera constante a nivel imaginario, solo se experimenta factualmente muy raramente y en formas altamente complejas. En otros términos, el choque con la realidad es una noción límite, una idea reguladora, cuya importancia procede menos de su carácter efectivo, que de sus efectos estructurantes. Por imaginario que sea su carácter, el choque con la realidad es una noción cardinal de la acción. En su ausencia, el sentido ordinario de la realidad simplemente se disipa. La idea de que el entorno opone resistencias a la acción es un presupuesto inalterable de la acción y del sentido fundamental de lo que se denomina la realidad. Una dimensión que, por lo demás, permite justamente diferenciar la realidad del mundo del sueño, la fantasía o la ficción.

      Aquí reside el problema. Es imposible cuestionar las coerciones de la realidad, pues de hacerlo, ingresamos en un mundo que, desprovisto de toda forma de resistencia, es socialmente inverosímil. Sin embargo, como lo adelantamos y lo entendió Cervantes, a pesar de su omnipresencia imaginaria, los choques con la realidad, a diferencia de las coerciones, son producto de una experiencia altamente compleja. En verdad, los actores viven en medio de la certidumbre de la existencia de límites infranqueables y la sorpresa de la rareza de los choques efectivos con la realidad. Desde el registro de la acción, es esto lo que está en la base de la dinámica histórica entre la desmesura humana y los límites de la realidad. O para ser más precisos, de la dinámica entre las coerciones prácticas y los límites imaginarios. Vivimos en paréntesis de elasticidad. Los momentos en los cuales prácticamente los choques con la realidad se producen son relativamente escasos en nuestras vidas, lo cual no impide que sea la existencia cognitivamente supuesta de estos choques lo que nos dicta nuestro sentido liminar de la realidad. Lo anterior obliga, pues, a reconocer que los actores se desarrollan en un mundo social en donde si los límites se revelan muchas veces elásticos, no por ello las coerciones dejan de existir.

      Ahora bien, desde la experiencia de la acción, las resistencias de la realidad pueden ser interpretadas de dos grandes maneras. Por un lado, desde una experiencia antropológica de la acción que dicta de manera más o menos inmediata el sentido de la realidad dadas las facultades corporales y cognitivas de los humanos (incluso y a pesar de posibles adiciones técnicas). Por el otro, y en parte a distancia de esta dimensión, las resistencias de la realidad tienden a ser representadas a nivel de la sociedad (y ya no a nivel individual) en donde, en función de los períodos históricos, es posible constatar una variación de la fuerza y celeridad con las que se concibe que el ámbito societal es capaz de resistir a las acciones.

      La cuestión de la irreprimible desmesura humana ha sido a lo largo de la historia una permanente cuestión social. A pesar de que en último análisis es siempre la articulación entre ambos niveles (el antropológico y el societal) lo que estructura el sentido de la realidad (lo que resiste), cada uno de ellos posee una autonomía innegable. Y en lo que al gobierno de los individuos se refiere, lo importante es comprender las distintas maneras en que las sociedades, en diversos períodos, trazan los límites imaginarios infranqueables de la acción instituyéndolos históricamente desde diferentes ámbitos sociales. O sea, en la medida en que toda sociedad está atravesada por la tensión entre la desmesura y los límites, lo importante es comprender las maneras históricas por las cuales se instituyen los distintos límites imaginarios de la realidad –en medio de un universo práctico irreductiblemente elástico–. Estos límites instituyen la función social regulatoria de la realidad desde lo que puede denominarse, con el fin de subrayar su doble dimensión institucional y política, regímenes de realidad. Cada uno de ellos estructura un conjunto de significaciones imaginarias fundacionales que hacen mundo (Castoriadis, 1975; Taylor, 2004). O sea, instituyen los límites de lo posible y de lo imposible.

      Esquemáticamente presentado, estos límites han sido sucesivamente asegurados en la historia occidental de manera hegemónica por cuatro grandes factores: Dios, el Rey, el Dinero, y, probablemente, la Naturaleza –o sea la religión, la política, la economía, la ecología–. Cada uno de estos ámbitos, bajo modalidades históricas diferentes, ha estructurado hegemónicamente lo que era considerado como el ámbito de la realidad que, ya sea de manera inmediata, ya sea de manera mediata, trazaba la más duradera limitación –el inevitable choque con la realidad– entre la acción y el entorno19.

      II. Los regímenes de realidad y el gobierno de la desmesura humana

      La constitución de cada uno de estos regímenes de realidad articula tres grandes elementos. En primer lugar, cada uno de ellos invoca una experiencia inmediata, directa e irrevocable, del mundo. Los invoca, a menudo, a través de una apelación al sentido común que dicta lo real como una evidencia irrefutable, y cuyo necesario respeto se asegura a través de grandes representaciones del miedo. En segundo lugar, supone una producción simbólica que apoya y refuerza –en verdad, elabora– esta experiencia primera; en otras palabras, un importante trabajo de construcción cultural de un mundo sin el cual no hay realidad. Por último, cada cual reposa sobre una serie de pruebas (en verdad, ideales de choques con la realidad), cuyo papel es recordar a los actores, en caso de desviación, la validez de los límites del mundo –una creencia que, en cada período, un grupo de clérigos se encarga de apuntalar.

      Como se verá, la sucesión de estos regímenes no traza ningún progreso y mucho menos una teleología. No lo hace porque el advenimiento de un nuevo régimen hegemónico de realidad no borra radicalmente al precedente, el que a menudo sigue estando activo, aunque con una función y un alcance menor20.

      1. El régimen religioso de la realidad

      En el corazón de este régimen, el límite de la realidad se constituye alrededor de un mundo sujeto a la acción de diferentes entidades invisibles que actúan más o menos frecuentemente en la vida social ordinaria. Esta representación del mundo, y de sus límites, ha tenido una muy larga presencia hegemónica en muchas civilizaciones. Su secreto: compensar un relativamente débil dominio técnico del entorno natural y social gracias a una poderosa capacidad interpretativa. Todos los fenómenos naturales o sociales pudieron explicarse por los caprichos de un dios, una ofrenda mal realizada, un espíritu mal intencionado. Durante mucho tiempo, fue en la religión, y en la voluntad de las diversas entidades invisibles en donde se depositó en último análisis la mayor resistencia a los designios humanos. Esta interpretación al volverse una creencia dominante, apoyada en sólidas jerarquías, impuso un conjunto de evidencias sensibles desde las cuales se ejerció un innegable control sobre la desmesura humana trazando una fuerte división entre lo sagrado y lo profano, lo puro y lo impuro, la licencia y lo prohibido. Cada vez, a pesar de las diferencias obvias existentes entre distintas formas religiosas (animismo, monoteísmo), la idea central es que los dos universos (el sagrado y el profano) deben mantenerse a distancia, incluso si, en los hechos, estos dos mundos no cesan de interpenetrarse. En la medida en que estas transgresiones se representaron como poniendo en peligro el orden del mundo, se instituyó una visión particular de los choques con la realidad como un proceso necesario de restauración de la intangibilidad de la frontera entre lo sagrado y lo profano gracias a la ineluctable sanción de los dioses –ya sea con la aparición de monstruos cuando no se respetaba la frontera entre los dos mundos, ya sea por una sanción moral ineludible incluso

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