Francisco de Asís. Carlos Amigo Vallejo
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En 1219 Francisco se embarca hacia Acre y Daimieta y logra entrevistarse con el sultán de Egipto. Enseguida tiene que regresar a Italia, al recibir la noticia de algunos conflictos surgidos y que afectaban gravemente a los ideales que el pobre de Asís quería para su fraternidad. El Papa designa al cardenal Hugolino como protector de la orden y Francisco se retira del gobierno de la fraternidad y nombra a Pedro Cattani como vicario general, quien muere al año siguiente y lo sustituye en el cargo fray Elías.
En el capítulo general celebrado en Pentecostés, la fraternidad revisa la regla aprobada verbalmente por el papa Inocencio III. Quieren que Francisco redacte una más breve. Así lo hace en el retiro de Fonte Colombo. La Regla es aprobada por el capítulo de 1223 y confirmada por el papa Honorio III. Unos meses después, Francisco se retira a Greccio y celebra la Navidad con una representación viviente del nacimiento de Cristo.
Entre los meses de agosto y septiembre de 1224, Francisco quiere guardar la cuaresma de San Miguel en el monte Alverna. Allí recibirá, en sus manos, pies y costado las llagas de Cristo. De nuevo regresa a Asís recorriendo los pueblos, montado en un pollino, y predicando la palabra de Dios. Francisco está enfermo y casi ciego. En San Damián compone el Cántico de las criaturas (1225). Unos meses después dictará su Testamento.
Siente que el fin de su vida está cerca. Francisco pide que lo lleven a la Porciúncula, donde muere al atardecer del 3 de octubre del año del Señor de 1226. Tenía 44 años. Dos años después, el papa Gregorio IX canoniza a Francisco de Asís.
La fama y la leyenda
Con documento auténtico y suficientemente contrastado se va escribiendo la historia. Todo muy real, objetivable y perfectamente creíble. El documento es frío, rígido, constata lo que fuera y nada más. Ofrece la noticia, a veces distorsionada por intereses políticos, hegemónicos, ideológicos... Lejos de la mitología y de lo fantasmagórico, la leyenda pone vida y sentimiento en los personajes relatando acciones y comportamientos ejemplares. Esto ocurre frecuentemente en las hagiografías y santorales. Más que usar el documento se vale de la tradición oral y escrita, de lo que una generación a otra le transmitiera. No es cuento ni ficción, pues hay un marco de referencia histórico en lugares, acontecimientos y personas.
Esencial e imprescindible es el recurso a las fuentes, a aquellos documentos que están en los orígenes y que son como actas notariales de los acontecimientos. De lo contrario, sin ese apoyo esencial, la imaginación da rienda suelta a su propósito: interés ejemplarizante del personaje, acarrear argumentos para defender las propias e interesantes posturas históricas, ideológicas o religiosas.
Un santo de leyenda y una de las figuras más sobresalientes de la historia es Francisco de Asís. Resulta difícil encontrar discrepancia sobre el buen espíritu y su forma de vida. La personalidad ha superado los límites del tiempo para quedarse en una actualidad permanentemente rodeada de actitudes, de virtud y de valores religiosos y humanos que se contemplan y admiran. Leyenda e historia, los hechos y lo que decían las gentes se entremezclan y dan como resultado una imagen, ni extraña ni deformada, pero sí legendaria, es decir, vigente y que influye en la vida, las opiniones y la conducta que se pueda ofrecer. La personalidad de Francisco está construida entre la leyenda y la historia, sobrepasando unas categorías de lugar y de tiempo para ganar lo universal y la intemporalidad.
La historia se refiere a los hechos objetivos; la leyenda a la fama, que equivale a reputación, al elogio que hace la gente de una persona, al reconocimiento de méritos y virtudes. En ese sentido, la fama está lejos de cualquier notoriedad populista y efímera. Más bien es renombre de santidad, de persona acreditada ante Dios y ante la sociedad. Nada se resta al intento de objetividad, sino que lo avala, porque el santo de Asís rompe, con su elevación espiritual y su pobreza evangélica, las mismas coordenadas de los encuadramientos meramente humanos. Es una personalidad, en muchos sentidos, ejemplar y fascinante.
Francisco puede ser un santo de leyenda, pues los relativamente pocos datos históricos sobre su vida se han ido transmitiendo, de unos a otros, envueltos en devoción, simpatía, ejemplaridad y admiración. Y que el biógrafo no puede prescindir de poner en su relato. La propia personalidad y estilo. Habla del pasado, pero con mentalidad actual. Hace un retrato del personaje, no una fotografía. Atender al diseño y al color es labor imprescindible, pero sin quitarle protagonismo al individuo del que se quiere hablar, escribir o pintar.
Francisco nace en Asís en 1182. Y pronto se ve envuelto en una guerra. Una contienda más que civil, social. Pueblo, burguesía, nobles, municipios que comenzaban y el Imperio que decaía, el papado... Era el adiós a la Edad media y el comienzo, ya presentido, de la renovación.
Con ansias de Dios, el bienaventurado Francisco, iba buscando una luz que disipara las muchas tinieblas metidas en su alma y que le hiciera ver el rostro tan querido de su Señor. Dejar la amarga levadura de lo viejo y llenarlo todo de un espíritu nuevo. Y el Señor Dios, accediendo a la humildad de su siervo, le puso en las manos la letra, el espíritu y la vida del santo Evangelio; el regalo de la fraternidad de hermanos; la pobreza, como libertad para amar y puerta abierta para que en el corazón pudieran entrar los pobres; la reconciliación con todo lo creado, pues criatura de Dios era y como tal había de conducirse.
San Francisco habla en romance, lengua viva para un pueblo nuevo. Encuentra a los débiles, a los leprosos, a los que nada tienen. Y se hace su hermano. Este es el diálogo de san Francisco con el mundo y con los hombres. Escuchar y hacerse cercano. Después, servir. No es un diálogo de grandes proclamas, sino de cercanía. De vivir atento a lo que puede necesitar el hermano. En un tiempo de cruzadas, san Francisco no entiende ese camino. Él quiere encontrarse y vivir con los hombres, por lejanos y extraños que sean, como hermano y amigo de todos.
La fraternidad había de ser escuela donde se aprendiera todos los días la lección del mandamiento nuevo. Y el amor fraterno se hacía pobreza y desapropio, obediencia y generosidad ilimitada, castidad como entrega libre para servir, sin condiciones, a Dios y a los hermanos. «Y el Señor me dio hermanos». Favor grande del Señor altísimo era el de haber recibido el regalo de la fraternidad. Bendición de Dios, nunca suficientemente agradecida, y que era motivo permanente de alegría para el bienaventurado Francisco de Asís.
El primero, el más santo y querido de los hermanos, era Jesucristo. El hijo de la beatísima Virgen María. Su vida es gracia y modelo, misterio e imitación. Caminar con Cristo es seguir su humildad y pobreza. Después, todo lo que el Señor ha querido poner en el discurrir de la vida de cada uno para vivir en esta fraternidad, convocada, reunida y alimentada por el Señor, y gustando la alegría y la sencillez de corazón en el servicio a los hermanos.
Un día, Francisco encuentra a Dios en los leprosos. Ahora el gran trabajo es el de ser libre. No tanto para tener que ir dejando muchas cosas, sino el de enamorarse de la verdad, de la transparencia, del bien. Tiene que sostener la Iglesia, porque se cae. Y tarda en comprender que no son piedras lo que se necesita, sino gentes con ganas de justicia, que sientan la alegría en el servir y en el dar.
Con la Iglesia se conoce a Cristo, se reciben doctrina y magisterio, sacramentos y mandato de evangelización. Como servidor fiel de Cristo, acepta, sin tilde ni glosa, la palabra salvadora de Dios. La Iglesia es el pueblo de Dios que peregrina por este mundo. Ha sido el mismo Señor quien ha reunido a todos. Quien alimenta con su palabra y vivifica con el Espíritu. La Iglesia es una realidad viva y querida. En ella está presente el mismo Señor. Esta verdad es la