Francisco de Asís. Carlos Amigo Vallejo

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Francisco de Asís - Carlos Amigo Vallejo Bolsillo

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al grupo privilegiado de los nobles. La familia Bernardone pertenecía a la clase de los «mayores», por el dinero que tenía, y a los «menores», porque su cuna no era de nobleza.

      Divertido, sociable, trabajador, espléndido y generoso, amigo de fiestas y de asuntos de trovadores y gentes de caballería. En fin, un joven de la clase pudiente de Asís en los finales del siglo XII. Muy poco es lo que se sabe, con documentos de validez histórica, de la vida de Francisco en su niñez y juventud. Sin embargo, se dispone de algunos escritos de la época que hablan de esos primeros años de la vida de nuestro santo, a través de los cuales se puede comprender lo que las gentes iban conociendo de su vida legendaria, pero real.

      El autor de la Leyenda de los tres compañeros dice que Francisco era adulto de sutil ingenio, alegre y generoso, pero dado a los juegos y cantares, tanto de día como de noche. Que era pródigo en gastar en comilonas y otras cosas. Que sus padres le reprendían por estos despilfarros, pero todo se lo consentían, pues no querían disgustos con él. Más que generoso era derrochador, presumido y vanidoso, juguetón y divertido...

      Así que no eran precisamente buenos ejemplos los que se recibían de la conducta de este joven asisiano. Sin embargo, y muy del estilo de las biografías de la época, se subrayaban defectos y pecados para manifestar en mayor grado la grandeza y benignidad de la misericordia de Dios. Como dice Tomas de Celano: «Fue, pues, la mano del Señor la que se posó sobre él y la diestra del Altísimo la que lo transformó, para que por su medio, los pecadores pudieran tener la confianza de rehacerse en gracias y sirviese para todos de ejemplo de conversión a Dios» (1C 1,1).

      San Buenaventura, mucho más benigno a la hora de referirse al comportamiento de Francisco en los primeros años de su juventud, señala que Dios se había complacido en prevenirlo con bendiciones de misericordia y favores celestiales y, gracias a ello, «no se dejó arrastrar por la lujuria de la carne en medio de jóvenes lascivos, si bien era aficionado a las fiestas; ni por más que se dedicara al lucro conviviendo entre avaros mercaderes, jamás puso su fianza en el dinero y en los tesoros». Y añade que nuestro santo, desde su infancia, tuvo una cierta compasión generosa hacia los pobres y el corazón lleno de benignidad (LM 1,1).

      Francisco era hijo de su época, en la que privaba el afán de poder vinculado al dinero. Las diferencias sociales entre los ricos (maiores) y los pobres (minores) eran escandalosas y abusivas. Mientras unos tenían privilegios y derechos, los pobres estaban completamente desprotegidos. El imperio del dinero era evidente. Una época, por otra parte, en la que se advertían no pocas transformaciones sobre todo en el campo social, la formación de las ciudades, la desaparición del vasallaje, la nueva configuración de las clases sociales, principios del asociacionismo, los deseos de libertad...

       Cómo el hermano Maseo quiso poner a prueba la humildad de san Francisco

      «¿Quieres saber por qué a mí? ¿Quieres saber por qué a mí? ¿Quieres saber por qué a mí viene todo el mundo? Esto me viene de los ojos del Dios altísimo, que miran en todas partes a buenos y malos, y esos ojos santísimos no han visto, entre los pecadores, ninguno más vil ni más inútil, ni más grande pecador que yo. Y como no ha hallado sobre la tierra otra criatura más vil para realizar la obra maravillosa que se había propuesto, me ha escogido a mí para confundir la nobleza, la grandeza, y la fortaleza, y la belleza, y la sabiduría del mundo, a fin de que quede patente que de Él, y no de creatura alguna, proviene toda virtud y todo bien, y nadie puede gloriarse en presencia de Él, sino que quien se gloría, ha de gloriarse en el Señor (1Cor 27,31), a quien pertenece todo honor y toda gloria por siempre» (Florecillas 10).

      II

       La conversión

      Asís y Perugia estaban en guerra. Era lo propio entre las ciudades que cada día eran más poderosas, que aspiraban a tener primacía y relevancia. Mucho más si esos burgos estaban bajo el amparo del Imperio o del papado, como era el caso de Asís y de Perugia. Francisco cae prisionero. Lo que él pensara, en aquellos largos meses encarcelado, queda más para las imaginaciones que para los datos históricos.

      Sin embargo, no parece que Francisco olvidara su ilusión de poder llevar a cabo grandes empresas caballerescas, pensando que en esas nuevas batallas saldría encumbrado en unos títulos de nobleza, que no podía adquirir simplemente por su pertenencia a una familia de gente acaudalada. Tomás de Celano lo describe de esta manera:

      Cuando se había entregado con la mayor ilusión a planear todo esto y ardía en deseos de emprender la marcha. Aquel que le había herido con la vara de la justicia lo visita una noche en una visión, bañándolo en las estructuras de la gracia; y, puesto que era ávido de gloria, a la cima de la gloria lo incita y lo eleva. Le parecía tener su casa llena de armas militares: lanzas, escudos y otros pertrechos; regodeábase, y admirado y en silencio, pensaba para sí lo que podría significar aquello. No estaba hecho para ver tales objetos en su casa, sino sus más bien pilas de paño para la venta. Y como quedara poco sobrecogido ante el inesperado acaecer de estos hechos, se le dijo que todas aquellas armas habían de ser para él y para sus soldados. Despertándose de mañana, se levantó con ánimo alegre, e, interpretando la visión como presagio de gran prosperidad, veía seguro que su viaje a la Puglia tendría el resultado. Mas no sabía lo que decía, ni conocía de momento el don que se le había dado de lo alto... (1C 2,5).

      Pero el aventurero Francisco estaba muy lejos de comprender el significado que habrían de tener estas armas y aquellas hazañas, en las que el único victorioso sería quien iba preparando el camino para una verdadera conversión del corazón. Sin embargo de nuevo se vieron relatos fantásticos: «“Francisco, ¿quién piensas podrá beneficiar más: el señor o el siervo, el rico o el pobre?”. A lo que contestó Francisco que, sin duda, el señor y el rico. Prosiguió la voz del Señor: “¿Por qué entonces abandonas al señor por el siervo y por un pobre hombre dejas a un Dios rico?”. Contestó Francisco: “¿Qué quieres Señor que haga?”. Y el Señor le dijo: “Vuélvete a tu tierra, porque la visión que has tenido es figura de una realidad espiritual que se ha de cumplir en ti no por humana, sino por divina disposición”. Al despuntar el nuevo día, lleno de seguridad y gozo, vuelve apresuradamente a Asís, y, convertido ya en un modelo de obediencia, espera que el Señor le descubra su voluntad» (LM 1,3).

      Largo camino por recorrer es el que le esperaba, tanto en su interioridad personal como en la transformación exterior de actitudes, comportamiento y formas de relacionarse con los demás. Se suceden los acontecimientos y las visiones de sueños sorprendentes. Figuraciones y simbolismos, lo que ha de quedar atrás y los deseos a realizar. La personalidad de Francisco iba cambiando, Dios realizaba su obra en él. El encuentro entre el Señor y el siervo estaba a punto de llegar.

      Francisco, rescatado con el dinero de su padre, regresa enfermo a Asís. Después, una larga convalecencia y muchas horas de reflexión. Vida, aficiones e intereses fueron cambiando: busca la soledad, se acerca a los leprosos, a los excluidos y marginados, le atrae la forma de vivir de los penitentes, se preocupa de cuidar y restaurar pequeñas iglesias... Se fue distanciando de su casa y de su familia, con el inevitable enfrentamiento con las ideas, deseos y proyectos de su padre. Un día, se desnuda ante el obispo de Asís y quiere revestirse únicamente del amor de Cristo en la pobreza y la humildad, teniendo a Dios como el único Padre y Señor.

      En estos días de la historia de Francisco, se hace referencia al encuentro con el pordiosero al que negó limosna. Ya nunca podría olvidar la mano de aquel hombre necesitado: era la misma mano de Cristo. Todo iba cambiando en el entorno de Francisco. Sus más íntimos amigos estaban sorprendidos, pues le veían tan distante... «“¿En qué pensabas que no venías con nosotros? ¿Piensas acaso casarte?”. A lo que respondió vivazmente: “Decís verdad, porque estoy pensando en tomar una

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