Vida de san Pedro. Antonio Marcos García
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Las constataciones históricas del escepticismo acerca de la búsqueda crítica del Jesús histórico alcanzan rango teológico en el programa de R. Bultmann (1884-1976)[18]. El protagonismo absoluto de la propuesta teológica existencial reside en el kerygma, único elemento cierto que podemos asir con nuestro saber. Si poco o nada podemos conocer del Jesús histórico, sí es posible exponernos a su influjo a través de la corriente testimonial que desplegó en sus discípulos y la Iglesia primitiva. Aquí encontramos una conexión con Kähler, pero radicalizada ya que, si este encuentra continuidad entre el Jesús de la historia y el Cristo de la fe, para Bultmann tal continuidad es irrelevante. Para la fe no interesa el Jesús en sí, sino el Jesús para mí; y este es el Jesús del kerygma[19].
Todo este planteamiento tiene como trasfondo una meditada hermenéutica heideggeriana que trasciende la historia considerada como hechos brutos (historisch) y la abre a un significado más hondo como historia humana (geschichtlich), cargada de significado para el presente aun cuando se trate de un evento pasado. Por ello, no interesa el Jesús de Nazaret, el judío mediterráneo, sino el evento del misterio pascual que se recoge en el kerygma y que es capaz de seguir provocando a la existencia, instando al hombre a tomar una decisión vital y personal. De esta manera, el existencialismo de Heidegger es transportado a la teología desde una antropología que no considera al hombre, al igual que la metafísica griega, como una esencia cerrada, hecha, acabada, ahistórica, sino como un ser ahí (dasein) que se está haciendo constantemente desde su posicionamiento en la realidad. La investigación de la vida de Jesús pretendía trascender el kerygma para alcanzar al Jesús conocido según la carne, pero este no tiene relevancia para la fe, ni siquiera este Jesús es todavía cristiano porque pertenece irremediablemente al pasado y a la muerte. Sin embargo, en el kerygma, el hecho bruto se transforma en evento y el Cristo resucitado, anunciado por la Iglesia, tiene el valor de provocar al hombre contemporáneo a optar y tomar una decisión existencial en pro o en contra de la salvación. No obstante, esto no indica que para Bultmann el kerygma sea independiente del Jesús histórico. El teólogo alemán reconoce que el hecho Jesús de Nazaret, indudablemente histórico, es el fundamento del kerygma, pero no es este hecho en sus contenidos y modalidad el dato relevante para la fe, sino el potencial que el Cristo del kerygma tiene para engendrar una vida nueva. En este sentido afirma J. Jeremías:
«La historia de Jesús pertenece para Bultmann a la historia del judaísmo, no del cristianismo. Este gran profeta judío tiene ciertamente un interés histórico para la Teología del Nuevo Testamento, pero no tiene ninguna significación, ni puede tenerla, para la fe cristiana, pues (y esta es la tesis sorprendente) el cristianismo comenzó por primera vez en Pascua»[20].
La labor fundamental de la teología será pues establecer el significado que tiene la salvación de Cristo para el hombre contemporáneo. Para ello, Bultmann plantea un instrumental determinado que ha pasado a la historia de la teología con el nombre de «desmitologización». Este programa de desmitologización se plantea la tarea de eliminar del Nuevo Testamento todo aquello que pertenece al pasado de una mentalidad mítica y que, por ende, se hace inaceptable para el hombre contemporáneo[21]. Así, la interpretación existencial, antes apuntada, y la desmitologización son pues respectivamente el momento positivo y negativo de un mismo proceso.
En este recorrido no podemos dejar de tener la impresión de que existe un terrible foso entre lo que Jesús ha sido en la historia y aquello que es para nosotros. Si los teólogos liberales afirmaban la discontinuidad de «Jesús es Señor» a favor del primer término de la frase (Jesús), en Bultmann encontramos una acentuación unilateral del segundo término de la misma (Señor). La consecuencia manifiesta de este planteamiento es que se opera una especie de vaciamiento del kerygma en la medida en que se despoja al mensaje del Nuevo Testamento de su intencionalidad más palmaria: aquel judío concreto de la Galilea del siglo I que muere dramáticamente en una cruz es el Dios vivo venido en carne. El contenido mismo del kerygma, en el contexto de la Iglesia primitiva, posee esta inaudita pretensión de una identidad en la contradicción, de una continuidad en la discontinuidad: el Crucificado, por querer revelar el rostro del Dios padre y la venida de su reinado al mundo, es el Resucitado, en el que se patentiza la salvación plena de Dios para el hombre.
3. El nuevo impulso de búsqueda: E. Käsemann
La discontinuidad operada con la teología bultmaniana consagró un período de ausencia de interés por el Jesús histórico que exigía ser superado. De hecho, esta superación crítica va a llegar en la década de los 50 de la mano de los mismos discípulos de Bultmann. El momento esencial del resurgimiento del interés por el Jesús histórico, que sea capaz de relacionar coherentemente los dos términos de la confesión «Jesús es Señor», tiene lugar en 1953 con una conferencia en Marburgo de E. Käsemann (1906-1980) titulada El problema del Jesús histórico. La línea de investigación apuntada por el discípulo de Bultmann va a tener dos frentes fundamentales. En primer lugar, se pone fin a la época de escepticismo histórico al constatar que la investigación crítica tiene de hecho instrumentos suficientes para alcanzar un núcleo veraz significativo perteneciente al Jesús histórico. En segundo lugar, no sólo se constata esta posibilidad científica, sino que se subraya su pertinencia para la fe. El kerygma no surge de la nada, sino que se sustenta en un anuncio de los apóstoles que ha conservado evidentemente palabras y hechos de Jesús (cristología implícita pre-pascual). Es decir, sin el fundamento de los ipsissima verba y los ipsissima facta de Jesús hubiera sido impensable el anuncio apostólico porque la fe cristiana se define siempre en relación a Cristo. O de otro modo, el Jesús histórico no es simplemente un presupuesto del kerygma, sino su contenido esencial y su criterio de autenticidad.
Detrás de esta constatación de los discípulos de Bultmann hay una preocupación protestante por la centralidad que la Iglesia ocupa. En efecto, si mi fe es pura referencialidad al kerygma, la Iglesia acaba identificándose con la palabra de Dios ya que ella es el sujeto de dicho anuncio[22]. El protagonismo que adopta la Iglesia en la cosmovisión bultmaniana es tal que algún discípulo, como es H. Schlierl, acaba convirtiéndose al catolicismo e incluso llega a esperar la conversión del maestro. Así, esta nueva búsqueda pretende rescatar dichos y hechos del Jesús histórico que sirvan de confrontación para una Iglesia que, desde la postura mencionada, alcanza una autoridad que puede llevarla a generar autónomamente la palabra de Dios. De esta postura van a participar también teólogos católicos tales como H. Küng y E. Schillebeeckx. Por tanto, la época posbultmaniana puede ser definida con la constatación que G. Bornkamm hace en 1956 con su obra Jesús de Nazaret:
«Si la parte de experiencia subjetiva y de imaginación poética es indiscutible, queda el que, por su fundamento y su origen, la tradición, nacida de la fe de la comunidad, no es un simple producto de la imaginación sino una respuesta a Jesús, a su persona y a su misión en su conjunto. La tradición se interesa, más allá de ella misma, por aquel que la comunidad ha encontrado en su condición terrestre y que le manifiesta su presencia de Señor resucitado y glorificado. Así en cada capa, en cada elemento de los evangelios, la tradición da testimonio de la realidad de la historia de Jesús y de la realidad de la resurrección. He aquí por qué nuestra tarea consiste en buscar la historia en el kerygma de los evangelios, como también el kerygma en esta historia»[23].
Ahora bien, esta nueva búsqueda requiere un instrumental científico que sea capaz de asegurar núcleos de tradición jesuánica en el análisis de los textos evangélicos[24]. Aquí nos encontramos con el problema de establecer criterios de historicidad que sean capaces de asegurarnos esta importante tarea para la fe. De otra manera, si el Jesús histórico es necesario: ¿cómo llegar a Él?
Por tanto, el nuevo momento no sólo requiere una clarificación conceptual del problema, sino un instrumental riguroso para alcanzar los objetivos propuestos. Así, cobra una especial relevancia el criterio de desemejanza o de doble discontinuidad. Este pone de relieve cómo deben considerarse auténticos aquellos elementos evangélicos que sea imposible deducir del contexto judío en que vivió Jesús, así