Vida de san Pedro. Antonio Marcos García
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Ahora bien, lo realmente interesante, más allá de los aspectos puramente metodológicos, es descubrir el retrato que este seminario de investigación hace del Jesús histórico. El aspecto fundamental a destacar, volviendo curiosamente a las antiguas tesis de Reimarus, es la insistencia en un Jesús «no escatológico». La escatologización del mensaje de Jesús sería una contaminación de los evangelios provocada por la torpe interpretación de la primitiva comunidad cristiana. Jesús no proclamó la inminente intervención de Dios en la historia, ni un juicio final, ni siquiera su pretensión mesiánica. Así pues, el retrato de Jesús, acorde con la coloración gnóstica del Evangelio de Tomás, perfila los rasgos de un filósofo cínico itinerante que comerciaba en sabiduría. Esta exposición de la sabiduría de Jesús queda plasmada en la selección que el Jesus Seminar ha hecho de los dichos evangélicos auténticos de este maestro itinerante. Jesús nunca enciende los debates, sino que se manifiesta pasivo hasta que es requerido para diversas cuestiones. Entonces inicia una conversación que es rica en imágenes, parábolas, aforismos, hipérboles, etc… De esta manera, tenemos ante nuestra mirada, más que a un judío del siglo I, a un californiano de nuestra época:
«La distorsión está más en lo que se niega que en lo que se afirma. La descripción de Jesús como un filósofo cínico sin ningún interés por el destino de Israel, sin ninguna conexión con los intereses y esperanzas que animaban a sus contemporáneos judíos, sin ningún interés por la interpretación de la Escritura y sin ningún mensaje sobre el futuro juicio de Dios escatológico es –simple y llanamente– una ficción ahistórica, conseguida mediante la extirpación quirúrgica de Jesús de su contexto judío»[32].
Esta imagen de Jesús tiene un serio y definitivo inconveniente: no ser capaz de dar una explicación convincente del dramático desenlace de la vida de Jesús. En efecto, según el criterio de plausibilidad histórica se hace difícil entender cómo la forma de vida de un filósofo cínico itinerante es capaz de generar un desenlace de muerte en cruz. Un Jesús tal hubiera sido visto, más que como una amenaza al sistema político y religioso vigente, como un poeta romántico que encantaba a las gentes con una sabiduría inofensiva:
«Un poetastro informal que se pasara el tiempo pronunciando parábolas y cuentos japoneses, un esteta literario que se opusiera a los movimientos del siglo I o un Jesús blandengue que simplemente invitase a la gente a contemplar los lirios del campo no habría supuesto una amenaza para nadie, como tampoco son una amenaza los profesores de la universidad que crean esa imagen de él. El Jesús histórico amenazó, molestó, irritó a mucha gente: desde los intérpretes de la ley hasta la aristocracia sacerdotal, pasando por el prefecto romano, que finalmente lo procesó y crucificó. Este énfasis en el violento final de Jesús no es simplemente una perspectiva impuesta a los datos por la teología cristiana. Para autores no cristianos como Josefo, Tácito y Luciano de Samosata, una de las cosas más llamativas en torno a Jesús fue su crucifixión o ejecución por Roma. Un Jesús cuyas palabras y hechos no encontraran rechazo, sobre todo entre los poderosos, no es el Jesús histórico»[33].
Sin embargo, una imagen muy distinta de este Jesús es la que nos ofrece la investigación histórico-crítica más amplia hasta ahora conocida, a cargo del profesor de la Universidad Católica de América J. P. Meier. Este sacerdote católico explícitamente quiere hacer una reflexión exclusivamente histórica que pueda ser compartida por cualquier científico independientemente de su credo religioso. Para explicar esta pretensión, nos ofrece la imagen del «cónclave no papal». Este cónclave estaría formado por un católico, un protestante, un judío y un agnóstico, que tendrían que reunir como requisito indispensable su profesionalidad en materia histórica, especialmente en los movimientos religiosos del siglo I.
Pues bien, la pretensión de esta obra magna es ofrecer algo así como el consenso al que, por motivos estrictamente históricos, tendrían que llegar estos científicos acerca de la imagen de un judío del siglo I llamado Jesús de Nazaret[34].
El título global de la obra, que en castellano conoce ya sus cuatro primeros volúmenes[35], es lo suficientemente elocuente: Un judío marginal. Nueva visión del Jesús histórico. Ya en el título aparece la orientación metodológica fundamental de la Third Quest que, como hemos visto, cristaliza en el criterio de plausibilidad histórica. En efecto, este criterio, que era entendido como el de una particularidad ligada a un contexto, queda perfectamente plasmado en el título. Cuando hablamos de Jesús estamos hablando de un judío del siglo I pero, al mismo tiempo, no se trata de un judío más, sino de un hombre que presenta su peculiaridad, es decir, en Jesús encontramos a un judío marginal. Esta marginalidad será determinante para poder entender tanto la pretensión de Jesús como el desenlace trágico de su vida porque evidencia, en el personaje a estudiar, que se encuentra en camino entre dos lugares, dos mundos, dos cosmovisiones, dos realidades existenciales.
Así pues, Meier tematiza esta marginalidad en tres aspectos fundamentales que dan razón del principio formal que unifica su entera obra[36]:
Primero, la marginalidad de Jesús viene fundamentada por el dato objetivo de su insignificancia para la historia tanto universal como de Israel. En efecto, para los historiadores del siglo I y II la existencia de Jesús es simplemente un punto intrascendente dentro del devenir de acontecimientos del Imperio romano, así como de la historia nacional judía.
Segundo, una marginalidad que tiene en la forma ignominiosa de su muerte su más palmaria expresión. La muerte en cruz es una metáfora perfecta de la pobreza y marginalidad máximas; una muerte de esclavos y rebeldes a los ojos de los romanos y una muerte que evidencia la maldición de Dios a los ojos judíos: «Dios maldice al que está colgado de un árbol» (Dt 21,23).
Tercero, y esto es fundamental para entender la pretensión de Jesús, una marginalidad no sólo fruto del desprecio de los otros, sino autogenerada. En efecto, Jesús se marginó primero a sí mismo. En este sentido afirma Meier:
«Por la razón que fuera, abandonó su medio de vida y lugar de origen, se convirtió en “desocupado” e itinerante a fin de asumir un ministerio profético y, no sorprendentemente, se encontró con la incredulidad y el rechazo cuando regresó a su pueblo a enseñar en la sinagoga. En lugar de la “honra” de que antaño gozaba, se encontró ahora expuesto a la “vergüenza” en una sociedad que pivotaba sobre la honra-deshonra, donde la estima de los demás determinaba la propia existencia en mucha mayor medida que hoy»[37].
Esta presentación de Jesús, más en sus rasgos generales que en el detalle, evidencia la discreta confianza que la investigación de Meier tiene en la posibilidad de conocer al Jesús histórico. Nos situamos ahora lejos del optimismo desbordante de la Old Quest, beligerantes con el pesimismo fideísta de la No Quest y críticos con la imagen desencarnada de la New Quest. Los criterios de historicidad no son absolutos y nos ofrecen juicios históricos que tienen un mayor o menor grado de certeza, pero usados a la manera de una argumentación convergente pueden ofrecer un armazón lo suficientemente sólido para mostrar sobradamente que la fe cristiana no está fundada en un mito, sino en acontecimientos históricos. Del mismo modo, es importante apuntar que no