El santo olvidado. Isabel Gómez-Acebo Duque de Estrada
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—Soledad, tengo una duda: ¿cuál fue la primera universidad de España?
—Los expertos no se ponen de acuerdo ya que en 1209 Alfonso VII creó el estudio palentino y hasta 1218 no abrió sus puertas la de Salamanca, pero fue la primera en recibir el título oficial de «universidad» en 1225. Escoge la que quieras –contestó.
No pasó poco tiempo sin que llegara un sirviente para decir que la reina acababa de dar a luz a una niña y que estaban madre e hija en buen estado. El rey hubiera preferido el nacimiento de un varón, pero brindó con los presentes por el futuro de su nueva hija, a la que llamaría Urraca.
—Esta niña que nació en 1186 –nos aclaró Soledad– fue reina de Portugal por su matrimonio con el rey Alfonso II.
Antes de subir para ver a su esposa, al pasar junto a don Félix, dijo el monarca:
—Entonces vuestro hijo Domingo vendrá a Palencia. Es bueno que en Castilla tengamos jóvenes bien preparados para ayudarnos en el gobierno, pues no contamos con una escuela palatina.
Tras la marcha del rey se quedaron el obispo y don Félix hablando para formalizar la fecha y las condiciones para la entrada de su hijo. Mientras tanto el tiempo de gracia que le habían concertado sus mayores había sido para Domingo agua de mayo. El abad le permitió encerrarse en el scriptorium, donde los monjes copiaban y a veces miniaban códices antiguos, ya que gracias a un acuerdo con diferentes monasterios de la zona se intercambiaban las obras con las que no contaban en sus bibliotecas. En ese ambiente de silencio y trabajo, al joven estudiante le fueron dando varios comentarios de los Padres de la Iglesia y la Regula Monachorum de san Isidoro, porque confiaban en que decidiera hacerse monje. No solían ser buenas las relaciones entre abades y obispos, que rivalizaban por el poder y el pago de impuestos; por eso, el padre abad no perdía la ocasión, incluso cuando ya supo de su marcha a Palencia, de insinuarle un cambio de planes.
—Domingo, os veo muy contento en el convento y creo que todavía estáis a tiempo de mudar de opinión. Tanto el rey como vuestro padre entenderían que rehusarais marchar, porque Dios os llama a la vida monacal y consideráis la ciudad como un lugar de perdición.
La verdad es que Domingo estaba feliz en San Pedro de Gumiel. Asistía al rezo de las horas y a todas las liturgias conventuales, además de encerrarse a leer durante horas. Le gustaba esa vida solitaria y contemplativa, en medio de una comunidad, aunque le parecía egoísta que el mundo no se pudiera enriquecer del mensaje de Cristo por ignorancia y superstición. Tendría que existir algo intermedio, pero mientras lo encontraba le llegó la fecha en la que se tenía que incorporar a la escuela de Palencia, y lo hizo, desbaratando las ilusiones del abad y acrecentando las suyas.
—Señoras, ha llegado el momento de interrumpir el relato y tomarnos un buen aperitivo –dijo Isabel a sus tías.
—Pero, hija, si estas cosas las hacemos después de la misa del domingo en el bar Roma al que hemos ido toda la vida.
—Pues hoy romperemos la costumbre para celebrar la marcha a la universidad de Domingo. Esta mañana después de correr he entrado en una tienda para comprar un vino blanco con el que brindaremos, salchichón, queso, aceitunas y pan.
—Qué cosas, hija –dijeron a la vez las señoras mayores, que no disimulaban su satisfacción.
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