El caso de Betty Kane. Josephine Tey
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—Sí, estas son las mujeres —dijo.
—¿No tienes ninguna duda? —le preguntó Grant, y a continuación añadió—: Es una acusación muy grave.
—No, no tengo ninguna duda. ¿Cómo podría?
—¿Son estas dos señoras quienes te retuvieron, te arrebataron la ropa, te obligaron a coser ropa de cama y te azotaron?
—Una embustera excelente —dijo la anciana señora Sharpe, en el mismo tono en que podría haber dicho: «Un retrato excelente».
—Sí, estas son las mujeres.
—Dices que te invitamos a tomar café en la cocina —dijo Marion.
—Sí, lo hicieron.
—¿Puedes describir la cocina?
—No presté mucha atención. Era grande, con suelo de piedra, creo. Y una hilera de campanillas.
—¿Cómo eran los fogones?
—No me fijé en los fogones pero el cazo en el que la anciana preparó el café era de color azul pálido con el borde superior azul oscuro y muy descascarillado en la parte inferior.
—Dudo que haya una sola cocina en toda Inglaterra en la que no haya uno exactamente igual —dijo Marion—. Tenemos tres de esos.
—¿Es virgen la chiquilla? —preguntó la señora Sharpe, con el mismo tono amable e inofensivo de quien pregunta: «¿Es un Chanel?».
En la incómoda pausa que siguió al comentario, Robert no pudo dejar de percibir la escandalizada expresión de Hallam, cómo la sangre ruborizaba las mejillas de la muchacha y la llamativa ausencia de algún comentario recriminatorio por parte de la hija. Se preguntó si su silencio era de tácita aprobación o si después de toda una vida en común la señorita Sharpe ya estaba inmunizada ante ese tipo de sobresaltos.
Grant intervino con frialdad, diciendo que dicha cuestión carecía de relevancia en el asunto que les ocupaba.
—¿Eso cree? —dijo la anciana dama—. Si yo hubiera desaparecido de mi casa durante un mes, es lo primero que mi madre querría saber. En fin, da igual. Ahora que la chica nos ha identificado, ¿qué es lo que propone? ¿Arrestarnos?
—Oh, no. No adelantemos acontecimientos. Quiero llevar a la señorita Kane a la cocina y al ático, para que sus descripciones puedan ser verificadas. De ser así, informaré sobre el caso a mi superior y él será quien decida qué medidas se han de tomar.
—Ya veo. Admirable precaución, inspector —se puso lentamente en pie—. Pues bien, si me disculpan, intentaré retomar mi interrumpido descanso vespertino.
—Pero, ¿no quiere estar presente cuando la señorita Kane inspeccione?… ¿Oír lo que tiene que…? —soltó bruscamente Grant, perdiendo por primera vez la compostura.
—Oh no, querido —dijo la anciana en tono irascible y frunciendo levemente el ceño mientras alisaba con ambas manos su vestido negro—. ¡Han logrado dividir átomos invisibles, pero a nadie se le ha ocurrido inventar un material que no se arrugue! No me cabe la menor duda de que la señorita Kane podrá identificar debidamente el ático. De hecho, me sorprendería muchísimo que no lo consiguiera.
Comenzó a caminar hacia la puerta y en consecuencia hacia la muchacha y, por primera vez, los ojos de la joven transmitieron cierta emoción difícil de definir y un espasmo de alarma crispó su rostro. La funcionaria de la policía dio un paso hacia delante, con ademán protector. La señora Sharpe continuó su parsimonioso avance hasta detenerse a algo más de un metro de distancia de la joven para que pudieran mirarse cara a cara. Durante cinco segundos, mientras la anciana observaba con interés aquel rostro, todos se mantuvieron en silencio.
—Para ser dos personas que supuestamente han llegado a las manos no estamos muy familiarizadas —dijo finalmente—. Espero llegar a conocerla mejor antes de que todo este asunto termine, señorita Kane. —Se volvió hacia Robert e hizo una leve inclinación con la cabeza—. Adiós, señor Blair. Espero que siga encontrándonos interesantes.
E ignorando al resto del grupo salió por la puerta que Hallam mantenía cortésmente abierta para ella.
En cuanto se hubo marchado, una evidente sensación de decepción pareció apoderarse de todos los presentes y Robert, en parte a su pesar, sintió cierta admiración por la anciana señora. No era poco meritorio conseguir arrebatarle el protagonismo nada menos que a una heroína ultrajada.
—¿No tiene inconveniente en permitir que la señorita Kane vea las partes relevantes de la casa, señorita Sharpe? —preguntó Grant.
—Por supuesto que no, pero antes de seguir adelante me gustaría declarar ahora lo que pretendía decir antes de que trajera a mi casa a la señorita Kane. Me alegra que ella esté presente para poder oírlo. Es lo siguiente. No había visto a esta joven en toda mi vida. No la he llevado en mi coche a ninguna parte, jamás. Ni mi madre ni yo la hemos traído a esta casa y menos aún ha permanecido aquí encerrada. Me gustaría que eso quedara claro.
—Muy bien, señorita Sharpe. Comprendemos que su actitud es la de negar por completo la historia de la muchacha.
—La niego rotundamente, de principio a fin. Y ahora, ¿quieren ver la cocina?
3
Grant y la muchacha acompañaron a Robert y Marion durante la inspección de la casa, mientras Hallam y la agente esperaban en el salón. Cuando llegaron al rellano de la primera planta después de que la joven examinara la cocina, Robert dijo:
—Según la señorita Kane, el segundo tramo de escaleras estaba cubierto por «algo duro». Sin embargo, la misma alfombra continúa hasta la segunda planta.
—Solamente hasta donde gira la escalera —dijo Marion—. Lo suficiente para «aparentar». De ahí en adelante no hay más que una simple esterilla. Era un modo típicamente victoriano de ahorrar. Hoy en día, si uno es pobre, se limita a comprar una alfombra más barata con la que cubrir la escalera de principio a fin. Pero en aquellos tiempos aún importaba lo que los vecinos pensaran. De modo que los artículos de lujo llegaban solo hasta donde alcanzaban las miradas indiscretas. Ni un centímetro más.
La joven también estaba en lo cierto con respecto al tercer tramo de escaleras. Los peldaños que conducían al ático también estaban al descubierto.
La estancia de tan crucial importancia era una diminuta habitación cuadrada, cuya techumbre se inclinaba bruscamente siguiendo el tejado a tres aguas de esa parte de la casa. La única fuente de iluminación provenía de la pequeña ventana redonda que daba a la fachada delantera, separada del pretil por un breve tramo de tejado cubierto con pizarra. El vano estaba dividido en cuatro, y uno de los cristales presentaba una grieta con forma estrellada. Era evidente que aquel ventanuco no había sido diseñado con la intención de que nadie lo abriera.
El ático carecía por completo de mobiliario. Se diría incluso, pensó Robert, que estaba anormalmente vacío, puesto que se trataba de una estancia de fácil acceso dentro de la vivienda, idónea para ser utilizada como almacén.
—Había muchas cosas aquí cuando nos instalamos en esta casa —dijo Marion, como si le respondiera