La patria en sombras. Elizabeth Subercaseaux

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу La patria en sombras - Elizabeth Subercaseaux страница 5

La patria en sombras - Elizabeth Subercaseaux

Скачать книгу

      —Si quiere empiece, usted, coronel —le dijo el general sirviéndole café con la cafetera. A ver con qué me sale, pensó.

      —La misión en Roma se cumplió como era preciso, mi general. No hubo ni el menor problema.

      Justamente lo que el general creía que le iba a decir.

      —¿No hubo ni el menor problema? ¿Así lo ve usted? ¿Como una misión sin el menor problema? ¡Vaya, coronel! Me parece que nuestras inteligencias no están en el mismo plano. ¿Y Delle Chiaie? ¿Qué hay de ese tipejo? Se me acercó en Madrid y nada me extrañaría que porque me vieron cerca ese tipo fue que no me dejaron participar en todas las ceremonias. ¿Y usted dónde tiene las neuronas, coronel? Lo que yo veo es que nadie está controlando a ese gallo. Quiero que me lo saquen de encima. Donde me ve, se me acerca. Yo no quiero que me relacionen con ese tipo, ¿entendido?

      —Nadie lo va a relacionar con él, mi general. Repito, mi general: la misión en Roma se llevó a efecto sin mediar problema alguno.

      —¿Ah, sí? Sin mediar problema alguno, eso cree usted, pero a Leighton lo dejaron herido y a su señora, en una silla de ruedas, coronel. Y usted me viene a decir que esa misión se cumplió como era preciso. Lo que yo dije, y creo que fui bastante claro, fue amedrentamiento, coronel. ¡Amedrentamiento!

      —Eso fue lo que se hizo, mi general.

      —¡Pero los dejaron heridos, idiota! Se nos va a venir toda la comunidad internacional encima.

      El coronel carraspeó.

      —Disculpe que lo contradiga, mi general. Nadie va a relacionar este episodio con nosotros.

      —¿Ah, no? ¡Los marxistas nos echan la culpa de todo, de lo que hacemos y de lo que no hacemos! Mire, coronel, de aquí en adelante, cuando yo digo esta misión se cumple de esta manera, de esa manera se cumple! ¿Me oyó bien?

      —Positivo, mi general.

      Desayuno, diciembre 1975.

      —Mi general lo está esperando, coronel —le dijo el sargento abriendo la puerta con solicitud.

      El general le estaba echando mermelada a su pan tostado. Se veía de buen semblante. El olor a limón de su colonia permeaba el ambiente. El coronel respiró aliviado.

      —Buenos días, coronel. Me alegro de que haya llegado temprano —dijo el general con la mirada puesta en el pan, sin levantar la cabeza—. Vamos a despachar este asunto rápidamente porque tengo tres reuniones, una detrás de la otra. Necesito los detalles de la reunión para el Plan Cóndor y lo primero es asegurarnos del completo secreto de esta operación. ¿Se tomaron todas las medidas?

      Ahora alzó la cabeza y le clavó los ojos azules.

      —Todas, mi general. Positivo.

      —Cuando me refiero a todas quiero decir todas. Los otros miembros de la Junta no deben enterarse. ¿Entendido?

      —Entendido, mi general.

      —Vamos al grano, entonces. Siéntese y explíquese.

      —Asistieron los jefes de Inteligencia de Argentina, Bolivia, Paraguay y Uruguay, mi general. El plan quedó establecido. Se llegó a un acuerdo para el intercambio de informaciones y prisioneros. Se creó el Operativo Cóndor que quedará a cargo de la búsqueda y toma de los subversivos en el Cono Sur. Para efectos de subversivos chilenos en Argentina y argentinos en Chile, vamos a entendernos directamente con la SIDE y con el Batallón de Inteligencia 601, mi general. Todas las operaciones serán ordenadas y luego informadas en reunión secreta, mi general. La Alianza Americana Anticomunista de Colombia y Venezuela también están dispuestas a colaborar con el Plan Cóndor. Nos lo hicieron saber aunque no quisieron participar de la reunión del 25, mi general.

      —No quisieron. ¿Y eso?

      —No le sabría decir, mi general.

      —Bueno, pero averigüe. No vamos a quedarnos de manos cruzadas sin saber las razones.

      —En cuanto sepa algo lo informo, mi general.

      —De acuerdo. Vamos a dejarlo hasta aquí. Tengo que reunirme con los economistas.

      —Hasta mañana, entonces, mi general.

      Desayuno, diciembre 1975.

      El general tenía buenos amigos en Inglaterra. Su amigo Chaad le había presentado a importantes empresarios, su amiga Thatcher le había dicho que contara con su ayuda para lo que fuera y ahora que ellos querían la ayuda de él, él estaba dispuesto, por supuesto que sí. No le gustaba la idea de liberar a esa doctora marxista, pero los ingleses estaban presionando.

      —Este jugo de naranja no es natural —le dijo al sargento que entró a su despacho llevándole El Mercurio.

      —¿Se lo cambio, mi general?

      —Si me hace el favor. ¿Llegó el coronel?

      —Viene entrando, mi general.

      Momentos después el coronel se cuadraba frente a su escritorio. El coronel está ganando demasiado peso, pensó el general dándole una mirada de desaprobación.

      —Tome asiento —le dijo y fue directo al grano—. ¿Dónde se encuentra esa doctora inglesa, Cassidy, la que andaba escondiendo y atendiendo a terroristas?

      —La teníamos en Villa Grimaldi.

      —¿La teníamos? ¿Dónde está hora?

      —La soltamos ayer en la tarde, mi general.

      —Bien.

      —¿Eso nomás, mi general?

      —Hay algo más. Está bien que la hayan soltado, porque mis amigos ingleses me estaban pidiendo justamente eso. Pero no dejen de seguirle los pasos, no quiero que esa mujer ande alborotando el gallinero.

      —Entendido, mi general.

      Desayuno, julio 1976.

      El coronel había pasado la noche encerrado en su escritorio escribiendo el informe del presupuesto para la Dina. Llegó con la carpeta debajo del brazo.

      —Le traigo listas las platas, mi general —le dijo con un tono alegre. Había sido un buen mes para la Dina. Diecisiete empresarios, peces gordos, todos, habían hecho suculentos aportes en dólares. La lucha contra el terrorismo estaba financiada y bien financiada.

      —Después hablaremos de las platas, coronel. Ahora quiero saber cómo funcionó la Brigada Mulchén. El informe del sargento Ayala es tan confuso, que no entendí nada. ¿Quién quedó a cargo de esa misión, coronel?

      —Le encargué la misión a Townley, y como el gringo es medio loco ordené al capitán Martínez, al suboficial Donoso y al teniente Ríos que vigilaran toda la operación. Donoso y Ríos interrogaron al español en la casa del gringo en Lo Curro. Lo dejaron listo para la foto. El accidente se lo prepararon para la medianoche. Hundieron el Volkswagen en un canal, mi general. Este asunto está terminado, mi general. Lo desbarrancaron en un canal y el informe dice que murió ahogado.

Скачать книгу