La patria en sombras. Elizabeth Subercaseaux

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La patria en sombras - Elizabeth Subercaseaux

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económica?

      —General, todo eso se discutirá con los expertos en materia económica. Y a propósito, hay un economista muy joven pero muy brillante que quiero presentarle, y es un gran amigo mío, Luciano Sander. Acaba de llegar a Chile luego de un máster en la Escuela de Chicago, es del grupo de Pablo Baraona, Sergio de Castro, Álvaro Bardón, y le aseguro que Luciano es tan imbatible como ellos en la materia. Es un seguidor de las ideas de Hayek y será el hombre clave para conciliar autoritarismo con liberalismo y plasmarlo en una nueva Constitución.

      —Muy interesante. ¿Y qué hace ese joven, ahora?

      —Está en el sector privado y vamos a dejarlo ahí por el momento. Acaba de empezar, pero que promete, promete. Yo doy fe. Sería bueno ponerlo en Odeplán, yo me encargaría de que acepte pasar al sector público, usted sabe que hay que hacer varios sacrificios, pero Luciano estaría dispuesto. Volviendo al texto grueso de la Constitución, general, también estoy pensando en la formación inmediata de una comisión constituyente.

      —¿Integrada por? —preguntó el general ladeando la cabeza como un pájaro.

      —Iremos paso a paso —sonrió Jaime—. Lo primero será redactar un preámbulo de la Constitución con don Jorge Alessandri, don Gabriel González Videla y don Juvenal Hernández.

      —¡Ah! Eso me parece muy bien. Caballeros respetables todos. Los ubico a los tres.

      —Para la redacción del texto definitivo hemos pensado en una comisión integrada por Alejandro Silva Bascuñán y Enrique Evans —ambos fueron profesores míos, los conozco y confío en su experiencia—; Enrique Ortúzar, que es alessandrista; Sergio Diez y Gustavo Lorca, del Partido Nacional; Jorge Ovalle, de la democracia Radical, y Alicia Romo y yo mismo, por el mundo gremialista. Como puede ver, la representación es amplia, general.

      —El gremialismo ha sido un ariete del pronunciamiento, es muy importante que esté ahí. Y que ronque fuerte, Jaime —lo apoyó el general.

      —Ni la debilidad ni la mediocridad son sellos nuestros, general, pierda cuidado.

      —¿Y usted va a tener tiempo para todo esto? No quisiera que abandonara la organización de la propaganda de la juventud en la Secretaría General de Gobierno.

      —Habrá tiempo para todo, general. Y si no lo hubiera, me lo inventaría. Mi intención es seguir con mis clases en la Universidad y al mismo tiempo cooperar a full con su gobierno.

      El general asintió con la cabeza y miró su reloj de oro.

      6

      Luciano Sander salió del auto cerrando la puerta con suavidad. Se encaminó hacia la entrada de su casa a paso cansino. El ofrecimiento de Jaime Guzmán revoloteaba por su cabeza. Estaba entusiasmado con la propuesta, más entusiasmado de lo que había estado en mucho tiempo.

      Entró a la casa y se fue directo a la cocina.

      Graciela estaba pelando las papas que iba echando en un bol con agua.

      —¿Está la señora, Graciela? ¿Me puede preparar un café?

      —La señora está en la terraza, don Luciano. ¿Se lo llevo para allá?

      —Sí, por favor.

      Pasó al baño de visitas y se lavó las manos. Dos minutos por mano. Bastante jabón en la palma, entremedio de los dedos, hasta las muñecas. Lo hacía con la prolijidad de un cirujano. Una costumbre que le había inculcado su mamá desde los tiempos del colegio. Tomó la toalla por el medio y se secó las manos con toda parsimonia.

      Después se fue a la terraza.

      Irene lo saludó con un gesto de hastío. Estaba tejiendo un chaleco de guagua.

      —Lo he empezado tres veces. Definitivamente esto no es para mí —dijo tirando el tejido al sillón de al lado.

      —No sé por qué te empeñas en hacerle tú la ropa. ¿Por qué no vas a una tienda y la compras hecha?

      Irene sonrió.

      —No te imaginas lo que acaba de ofrecerme Jaime Guzmán —le dijo Luciano—. Quiere que trabaje para el gobierno. Lo habló con Pinochet y me han propuesto entrar a Odeplán, con Miguel Kast. Yo acepté.

      —¿Aceptaste? ¿Y la compañía de seguros?

      —La compañía de seguros puede esperar. Quieren que me sume al equipo de economistas que va a trabajar para el gobierno. Es un desafío muy interesante y me van a dar poder para hacer las cosas y hacerlas bien, Irene. Lo que yo quiera. Desde implementar lo que he aprendido con Friedman hasta idear nuevos mecanismos para sacar a Chile del subdesarrollo. ¿Te imaginas lo que es para un economista estar involucrado en el salto de su país al desarrollo?

      —Vas a trabajar para una dictadura militar. ¿Eso no te complica?

      —¿Y por qué habría de complicarme? Además, no nos adelantemos, esto no es una dictadura como son las comunistas, tal como ha dicho Pinochet es una dictablanda, aquí tenemos plena libertad para hacer lo que queramos, viajar y vivir donde queramos, comprar lo que queramos.

      —Siempre y cuando seas partidario del gobierno —dijo Irene.

      —Y si no lo eres, ¿qué?

      —Te matan, pues, Luciano.

      —Pero, ¿de dónde sacas esas cosas?

      —Tendrías que hablar con mi papá y mi mamá. Ellos saben lo que está pasando.

      —¡Ah, claro! Tu papá es filocomunista y tu mamá… yo no sé… mejor no digo nada. No, Irene. Estás muy equivocada. No metas la política en todo. La economía corre por otros carriles. Nosotros vamos a dejar que los militares se ocupen de ordenar el país, pero tal como dijo Sergio de Castro, en economía, el mango de la sartén lo tenemos nosotros.

      —Me abisma tu ingenuidad, Luciano. Pase lo que pase, en una dictadura, el mango de la sartén lo va a tener siempre el dictador.

      —Yo no lo veo así. Estos milicos no son como los de las repúblicas bananeras. Esta es una gran oportunidad para mí, para mi familia, para todos nosotros. El gobierno militar está haciéndolo bien. Están empeñados en sacar a Chile del subdesarrollo y eso significa dar un tremendo salto. Un antes y un después. Le han entregado el manejo de la economía a Sergio de Castro, Pablo Baraona, Álvaro Bardón, Carlos Cáceres, gente de primer nivel, y yo voy a trabajar con ellos. Vamos a hacer de Chile una economía floreciente. El tiempo me dará la razón. Vas a ver.

      Irene se quedó mirándolo. Después de un rato le dijo:

      —¿Y vas a estar en la prensa día por medio?

      —Tú me conoces, Irene. Cómo se te ocurre que voy a estar en la prensa, ni día por medio, ni nunca. A mí no me interesa que mi nombre aparezca en el diario, o mi foto, lo que me interesa es colaborar para sacar este país adelante y la mejor manera de hacerlo es callado, por dentro, con disciplina y seriedad. Tú estarás conmigo en esto, ¿verdad?

      —No creo que me necesites para algo que decidiste antes de preguntarme —dijo Irene.

      Luciano pensó que tal vez tenía la razón. Tal vez

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