Una vida aceptable. Mavis Gallant
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Una novela memorable y cosmopolita, ingeniosa y penetrante, la obra cumbre de una de las más grandes escritoras del siglo XX, a la que Alice Munro considera su maestra.
«Inesperadamente conmovedora. Quizá el pasaje más vulnerable de Mavis Gallant, emergiendo del caos en un raro brillo de seriedad.»
Chicago Tribune
«Página a página, oración a oración, Gallant se erige como una maestra de la ficción del siglo XX.»
The New York Times
«Existen muchas formas de ser desdichado, pero solo una de vivir tranquilo: dejar de buscar frenéticamente la felicidad. Si te decides a no ser feliz, no hay motivos para no llevar una vida aceptable.»
EDITH WHARTON, El último recurso
A Doyle
1
Montreal, 26 de mayo de 1963
Queridísima hija:
El ejemplar tristemente maltrecho y marchito que me has enviado para que lo identifique es sin duda el Endymion nutans o Endymion non-scriptus, o Scilla nutans o non-scripta. También llamado jacinto de los bosques, campanilla de los bosques o jacinto silvestre.
En resumidas cuentas, la campanilla común europea.
En francés se denomina scille penchée, jacinthe-des-bois, petite jacinthe o jacinthe sauvage. No sé por qué no habrás podido conseguir esta mínima información de Philippe, aunque me consta que los franceses no saben absolutamente nada de la naturaleza y hacen todo lo posible por convertir sus jardines en salones. Tu padre siempre decía que son incapaces de distinguir entre los árboles y las estatuas, y que cada año se quedan atónitos cuando, en primavera, ven brotar hojas de todas esas esculturas. Sé que usan la misma palabra para las uvas de Corinto y para las grosellas, ¡por no hablar de las aves!
En alemán es Hasenblaustern o Englische Hyacinthe. En flamenco, aunque no te sirva de nada saberlo, a menos que te cases por tercera vez, y con un belga, ¡¡¡Dios no lo quiera!!!, es Bosch Hyacinth.
A tu padre siempre le hizo mucha gracia lo de Bosch Hyacinth, algo que encajaba a la perfección con su sentido del humor, que no todo el mundo conseguía entender. Se enteró mientras trabajaba en inteligencia durante la última guerra (y, por favor, no respondas preguntándome «¿Qué guerra?» porque sabes de sobra qué guerra es). Tu padre tenía en muy poca estima a los flamencos. La otra mitad de los belgas «se habían consagrado a ser franceses en el alma», pero superiores en general. Aún me sorprende recordar que, a pesar de su edad en aquella época, ya iba de uniforme.
¡Claro que nunca habías visto un Endymion non-scriptus en Canadá! Supongo que de eso hablabas en tu carta de nueve páginas. No he podido descifrar tu letra, que me recuerda a un alfabeto teutón primitivo. Ninguno de tus matrimonios te ha servido para mejorar la caligrafía. Me responderás que la legibilidad no es el objetivo del matrimonio. De hecho, no sabría decir si en realidad tiene algún objetivo. Tu padre y yo lo hablábamos a menudo. Creíamos que nuestro matrimonio habría sido más llevadero si hubiésemos sido más parecidos; si los dos hubiésemos sido hombres, por ejemplo. Pero no conozco ninguna iglesia o gobierno que, en ese caso, nos hubiera dado su beneplácito. La idea se aborda, desde un punto de vista interesante, en …Y otra vez el cosmos, de B. P. Danzer. Una fotografía de lo más desagradable adorna la sobrecubierta. «El tribunal no consigue probar la obscenidad» fue, quizá lo recuerdes, la conclusión a la que se llegó tras un largo juicio contra la sobrecubierta (que no contra el libro). Soy de las pocas personas que se lo han leído entero y lo recomiendo. Puedes quitarle la sobrecubierta, o darle la vuelta.
Por aquí Endymion non-scriptus no crece de forma natural. Ni ninguna planta parecida. Cualquier autoridad competente corroboraría mis palabras; digo alguien «competente» de verdad, no el primer polaco que encuentres. Tiene una prima meridional, el Endymion hispanica o Scilla campanulata, que es más grande y resistente, pero CARECE DE AROMA. Se encuentra en estado silvestre en España, en Portugal y quizá en el suroeste de Francia. No sé si en Marruecos. Puedes buscarlo o preguntarle a Philippe. Cuando se plantan en jardines, se hibridan. La auténtica campanilla silvestre siempre tiene un AROMA exquisito. Además de azules, las hay blancas, y a veces rosas. Les encanta la madera. Casi nunca crecen en espacios abiertos. El nombre Campanulata —que es como también se llama a la variedad española— es meramente descriptivo y significa: «como una Campanula». Pero en realidad no tienen NINGUNA RELACIÓN. En realidad, es de la familia de los lirios, ¡como el lirio de los valles (Convallaria)!
Por fin me ha llegado una carta de Cat Castle. Europa le está dando una impresión desfavorable. En Roma, un joven ha hecho «una mala imitación» de una película. O eso fue lo que le dijo alguien a quien conoció. En Londres también oyó hablar de un director de orquesta que era «deplorablemente malo». Le cuentan que ninguno de los trabajadores de nuestra embajada «sabe escribir sin faltas de ortografía». Ella misma, cuando estuvo en Titogrado, vio un par de películas sobre la pesca esquimal que eran «una vergüenza para el país». Nuestra imagen ha quedado irremediablemente empañada en Montenegro, «quizá para siempre».
Espero que no sea para tanto, porque el viaje les está costando a sus hijos un dineral.
Tu campanilla solo se encuentra en estado silvestre en las islas británicas, en el norte de Francia y en el norte de Bélgica. ¿En Holanda? Búscala. Cuando tu padre estuvo por allí también vio bosques repletos en el sur de Bélgica.
Ya te imagino poniendo una cara larga al leer tantos antiguos recuerdos y ante la mera mención de la guerra. Pero nada cambiará jamás mi recuerdo de aquel glorioso y soleado día en que Canadá acudió en ayuda de la Madre Patria. Te tenía en mi regazo, al lado de la radio, para que oyeses las noticias; y, aunque aún no habías cumplido los tres años, estaba convencida de que la conmoción se quedaría grabada en tu memoria más profunda. Era, soy y siempre seré una pacifista, pero aquella guerra era distinta. Estalló cuando muchísima gente vivía en la calle, sobre todo en Occidente, y salvó a un sinfín de personas de la futilidad y del aburrimiento. Tu padre decía que, si lo hubiese pillado más joven, habría cambiado su forma de ver las cosas. No la cuento entre las guerras coloniales, las cruzadas y las guerras libradas por puro beneficio o nerviosismo. Los hombres la disfrutaron particularmente, y a muchos les pareció que terminó demasiado pronto.
En Inglaterra, en nuestra luna de miel, una mañana, tu padre y yo cogimos campanillas para decorar nuestras bicicletas. Aunque murieron en menos de una hora.
No me has dicho dónde encontraste tu ejemplar, pero, como casi nunca crece en espacios abiertos —nunca, que yo sepa, aunque siempre habrá algún polaco que me ponga en entredicho por una nimiedad—, imagino que fue en un hayedo. La próxima vez que me envíes una flor, colócala entre dos folios limpios y, por favor, que no se te olvide la hoja.
Confío en que mi carta te aclare todo lo que necesitas saber. He contado dos docenas de signos de interrogación y los he interpretado como ansiosas preguntas sobre el Endymion non-scriptus. Que yo recuerde, hasta ahora nunca me habías preguntado nada sobre ningún tema; ni siquiera las inocentes preguntas de los niños que a veces tienen sobre su verdadero origen: si son hijos de sus padres o adoptados; si no son en realidad de linaje noble o aristocrático y han ido a parar a su horrorosa familia por error, como parte del proceso de reencarnación; y así sucesivamente. Tú jamás me preguntaste por qué existe el tiempo, ni cuándo empezó, ni si es necesario. O si el Creador solo es una idea, ¿de quién era el intelecto que la concibió? Podría haberte respondido tranquilamente a cualquiera de esas cuestiones.