La vida a través del espejo. Iván Zaro
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A lo largo de quince años de carrera profesional, he tenido la oportunidad de conocer a innumerables personas con VIH. Solo en mi entorno cercano, haciendo un ejercicio de memoria, en los últimos diez años, al menos 33 hombres han seroconvertido. Es decir, amigos, conocidos o compañeros activistas que conocí siendo seronegativos posteriormente adquirieron el VIH. La mayoría de ellos han encajado la noticia del mejor modo posible, algunos han asistido a los grupos de apoyo que gestiono o bien han necesitado de apoyo individual en sesión de counselling conmigo o con los psicólogos de Imagina MÁS. Todas me han enseñado algo, todas han cincelado la persona y el profesional que soy hoy. También he lamentado la muerte de compañeros activistas que consagraron su vida a preservar la igualdad y los derechos de la comunidad LGTBI y de las personas con VIH.
Este libro, aunque tiene un compromiso didáctico, no está pensado ni escrito para dar nociones básicas de VIH, no es un compendio de la enfermedad desde sus inicios hasta la fecha y tampoco es un repaso a la historia reciente del movimiento frente al VIH. Es una obra que trata de rendir un homenaje a través del testimonio de personas que se enfrentaron a la adversidad saliendo victoriosas. Trata de unificar las distintas generaciones del VIH para arrojar algo de luz entre tanto silencio. La estructura del libro consta de siete capítulos a modo de fases por las que habitualmente una persona deambula desde que recibe la noticia hasta que alcanza su aceptación. Algunos de ellos me consta que pueden resultar controvertidos y polémicos puesto que en el universo del VIH también existen tabúes. Escribir este libro ha sido el viaje más íntimo que he realizado hasta la fecha. Me ha llevado a lugares absolutamente oscuros como la muerte, la vergüenza, el dolor o la negación. Sin embargo, recorrer este camino me ha dado la oportunidad de alcanzar cimas como la aceptación, la fortaleza, la compasión o el amor.
La primera parada del viaje nos lleva hasta «el golpe», el momento en el que una persona recibe el diagnóstico. Conoceremos la historia de David, un joven médico que recibió el diagnóstico al ser ingresado de urgencias en el hospital en el que trabajaba. Con él exploraremos la discriminación en el ámbito sanitario y veremos cómo la moral forma parte de la consulta médica. También tendremos la oportunidad de conocer al padre Pablo, un sacerdote homosexual recientemente diagnosticado. De su mano reflexionaremos, entre otros aspectos, sobre el posicionamiento de la Iglesia católica frente al uso del preservativo y el concepto del sida. Este capítulo pretende romper con la creencia de que el VIH solo afecta a determinadas personas. A pesar de la extendida creencia que asocia el VIH con hombres homosexuales y personas consumidoras de sustancias por vía inyectada, la realidad es que este virus no entiende de género, orientación sexual ni edad y tampoco discrimina por profesión o vocación.
La aventura de este viaje continúa adentrándonos hasta el camino que debe transitar una persona tras recibir el diagnóstico, el inicio de un duelo que culmina con la aceptación. Conocerán una oscura fase en la que algunas personas se quedan atrapadas confeccionando todo tipo de fabulaciones que niegan la existencia de la enfermedad. El negacionismo es una corriente que ha causado un daño irreparable y ha acabado con innumerables vidas. Eva es una superviviente que estuvo a punto de morir al negar durante años la existencia del VIH. A través de su testimonio desea advertir del peligro que supone caer en la trampa de la disidencia del sida. Es una corriente carente de solidez científica que se lucra de la esperanza de las personas afectadas.
El estigma es un tema trasversal en este libro y supone una señal visible en el individuo que sirve para poder ser reconocido y excluido por la sociedad. Si antaño marcaban la fisionomía a personas privadas de libertad para que fueran evitadas por la ciudadanía una vez alcanzaban la libertad, cuando llegó el VIH se estigmatizó a los enfermos para proteger a la sociedad. El estigma, en este caso, pretende culpabilizar (en especial, a las minorías sexuales, las personas que ejercen la prostitución, los consumidores de sustancias, extranjeros y las personas sin recursos económicos) con el fin de establecer una distancia de seguridad imaginaria entre esta sociedad y las personas que forman estos grupos vistos como amenazas. El paradigma del estigma asociado a la enfermedad lo encontramos en Gaëtan Dugas, un auxiliar de vuelo francocanadiense, también conocido como el paciente cero. Durante casi treinta años el mundo entero le responsabilizó de llevar el sida a Estados Unidos diseminando el virus por Nueva York. Los medios de comunicación encontraron en él un blanco perfecto para sus lapidaciones por ser seropositivo, homosexual y activo sexualmente. De este modo la publicación National Review (1987) lo bautizó como «El Colón del sida» y la primera plana de The New York Post publicó una imagen suya bajo el titular «El hombre que nos dio el sida». La reputación de Dugas, que murió en 1984 a causa de la enfermedad, y la de su familia fue destruida de forma injustificada. Por fortuna, Richard McKay (Universidad de Cambridge) y Michael Worobey (Universidad de Arizona) realizaron un estudio que detallaba los primeros movimientos del virus en Estados Unidos cuyos hallazgos publicaron en 2016 en la revista Nature1. Esta investigación establece el árbol filogenético que detalla cómo el virus se originó en chimpancés del África Central a principios del siglo XX para llegar a Haití a mediados de los años sesenta y saltar finalmente a Nueva York en 1971. Extendiéndose principalmente en California y Nueva York hacia 1976.
Es cierto que actualmente el VIH diagnosticado precozmente y con un tratamiento médico no presenta grandes problemas para tener un buen estado de salud. Sin embargo, las consecuencias del estigma, como la invisibilidad y el silencio, suelen acompañar a los pacientes. Quienes a veces no comunican a sus seres queridos su diagnóstico, llegan a quitar la pegatina del envase de la medicación al llegar a su casa o temen ser vistos por compañeros de trabajo o conocidos en la consulta médica o en la farmacia hospitalaria. El estigma es tan correoso que algunas de las personas que aparecen en este libro me pidieron que maquillara detalles sobre su identidad. A menudo las necesidades de las personas con VIH y el compromiso para combatir el estigma con el que viven han pasado desapercibidos para las administraciones públicas. Se infravalora el poder que el estigma social tiene de cara a la prevención de la infección, responsable en muchos casos de los diagnósticos tardíos con sus complicaciones para la salud. Generar las condiciones necesarias para que las personas con VIH sean visibles en su entorno cercano tendría un gran impacto no solo en su calidad de vida sino también favoreciendo que la sociedad ponga cara a los retos que conlleva ser seropositivo. Mientras nadie se lo impida, la existencia del estigma continuará alimentando la creencia infundada de que el VIH afecta a los otros, no a mí. Si el tratamiento antirretroviral resulta fundamental para garantizar la supervivencia de las personas seropositivas, la educación lo es para combatir el estigma y aquellos prejuicios que promueven actitudes discriminatorias (también conocidas como serofobia).
De igual modo, este viaje nos mostrará cómo el ser humano es capaz de crecerse ante las situaciones más críticas. La cultura japonesa tiende a reparar las fracturas de la cerámica uniendo las piezas de nuevo. Para ello, sella las grietas con un barniz mezclado con polvo de oro, plata o platino. Este arte es denominado kintsugi, un término que significa «carpintería de oro». La filosofía de esta técnica plantea que las roturas en la porcelana forman parte del objeto y que estas deben ser ensalzadas para embellecer la pieza y descubrir su transformación. Esta técnica adaptada al ser humano bien podría compararse con la