La difícil vida fácil. Iván Zaro

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De igual manera, amos profesionales (sumisos apenas existen) hacen uso a su vez de páginas de contactos de BDSM (como www.tuamo.net). Debido a la exclusividad de estos servicios, sus tarifas son considerablemente más elevadas que los servicios sexuales convencionales.

      La prostitución callejera: desde la calle Almirante hasta la Puerta del Sol

      La prostitución masculina es invisible. El sexo entre hombres en España ha sido durante mucho tiempo un delito y su práctica ha sido prohibida, perseguida y penada con multas o cárcel. En cambio, la prostitución femenina ha sido, desde tiempos inmemoriales, mucho más aceptada y generalizada, no sólo permitiéndose su visibilidad, sino incluso regularizándola. Ya en tiempos de Carlos III (1716–1788), las meretrices estaban obligadas a distinguirse del resto de mujeres mediante el uso de sayas de color pardo cortadas en picos por los bajos. Dicho atuendo pretendía facilitar el reconocimiento visual de las prostitutas, reduciendo con ello el acoso a aquellas mujeres que no ejercían dicha profesión. Es posible que el dicho popular «irse de picos pardos» tenga su origen en aquella ordenanza real. La prohibición de la prostitución masculina contrasta con la permisividad de la femenina, cuya sexualidad continúa en muchos países mermada y dirigida. A diferencia de la femenina, para sobrevivir a su veto y hostigamiento, la prostitución masculina ha tenido que hacerse invisible, imperceptible.

      La discreción se desarrolló como estrategia de supervivencia y, por ello, los trabajadores del sexo carecen de una imagen predefinida ante la opinión pública. No existe un patrón que permita construir un estereotipo de hombre que se dedica a la prostitución y, sin embargo, sí nos viene a la mente rápidamente el de una prostituta. Esta ausencia se palpa en todas las esferas, no sólo en las calles de las ciudades y los medios de comunicación, sino también en la literatura académica, donde apenas encontramos títulos e investigaciones al respecto. Su discreción es tal que su invisibilidad parece ser real, los trabajadores del sexo son inexistentes a ojos de la sociedad en la que se mueven. Los hombres que ejercen la prostitución, escondidos a la ciudadanía, siguen desarrollando su actividad en paseos, plazas, parques y otros espacios públicos, de manera discreta, casi imperceptible al público, que desconoce su existencia.

      Los espacios urbanos de sexo anónimo al aire libre son más conocidos: en el cruising los hombres establecen contactos y mantienen encuentros sexuales con otros hombres. Suelen ser lugares apartados y tranquilos, emplazamientos recónditos donde poder relacionarse sin llamar la atención. Sin embargo, no son áreas donde suelan ofertarse servicios sexuales.

      Cada ciudad tiene sus puntos neurálgicos. En Madrid, la Puerta del Sol es el centro histórico de la prostitución masculina, a la que acuden los clientes en busca de compañía. Para entender su origen como espacio de encuentro, debemos remontarnos a 1934, cuando el Bazar X cerró sus puertas definitivamente tras sesenta años de vida. Los nuevos propietarios del local decidieron en su lugar edificar una sala de proyecciones cinematográficas, y así, un año más tarde nació el cine Carretas. Su construcción fue un gran evento para la ciudad y toda la prensa escrita se hizo eco de su inauguración, destacando la modernidad y comodidad de la nueva sala. Pero con el paso del tiempo sus instalaciones fueron degradándose y, a finales de los setenta, resguardados por la oscuridad de las proyecciones, empezaron a congregarse en su interior hombres que buscaban sexo de manera anónima y otros que ofertaban sus servicios sexuales entre las butacas de la platea. La prostitución masculina y, en menor grado, la femenina se convirtió en una práctica habitual del cine Carretas. La Puerta del Sol, a pocos metros de distancia, se convirtió a su vez en el punto de encuentro donde los hombres negociaban los servicios y los precios, y una vez que se cerraba el acuerdo, acudían al cine para realizar el servicio sexual, amparados en la lobreguez de su sala. Su reputación trascendió tanto que, incluso durante la década de los ochenta, el cine aparecía en la guía gay internacional, hasta su cierre definitivo en julio de 1995.

      En la actualidad, la Puerta del Sol es el único resquicio callejero en Madrid donde la prostitución masculina sobrevive. Hace unos años, la calle Almirante, la calle Prim, así como aquellas adyacentes al paseo de Recoletos, o la calle Maestro Arbós, perpendicular a la M-30 y muy próxima a la plaza de Legazpi, servían de punto de encuentro para contactar con los clientes que llegaban en sus coches. Las remodelaciones y los cambios urbanísticos que ha sufrido la capital en la última década han hecho menguar la prostitución masculina callejera.

      Los clientes que siguen buscando contactos en la Puerta del Sol suelen tener una edad avanzada, muchos de ellos son jubilados que buscan, al mismo tiempo, socializar. Se encuentran cómodos y pueden ser ellos mismos sin temor al rechazo social que les acompañó desde su despertar sexual. Más de uno reconoce que fue detenido durante la dictadura franquista al amparo de la ley de Vagos y Maleantes de 1933 (modificada por el régimen franquista el 15 de julio de 1954 para incluir en ella la represión de los homosexuales). Este tipo de clientes ha hecho de la Puerta del Sol su mundo. Dicen no encajar en los nuevos locales o barrios abiertamente sensibles al colectivo LGTB y reivindican su existencia y libertad en la misma plaza que les sirvió de abrigo desde su juventud, a pesar de que con el transcurrir de los años el ambiente ha ido transformándose.

      Los que hoy ejercen la prostitución en la Puerta del Sol son generalmente inmigrantes, la mayoría procedentes de Rumanía u otros países del este de Europa, pero también hay grupos más pequeños de marroquíes y otros países africanos. La presencia de ciudadanos españoles ha sido escasa durante los últimos años, pero parecer haberse incrementado con la crisis económica desde 2008. Los trabajadores sexuales de la calle se encuentran en riesgo de exclusión social, al borde de la marginación. Cada persona acarrea unos problemas y una realidad diferente en la que se combinan la pobreza extrema, la ausencia de un hogar, la delincuencia o las adicciones. Casi todos ellos arrastran una gran carga de dificultades personales que les atan a la prostitución. En la mayoría de los casos, no tienen otra vía de ingresos y esta parece su única salida.

      No es de extrañar que la orientación sexual de muchos de los hombres apostados en la Puerta del Sol sea heterosexual. No están allí por placer o deseo, sino por razones puramente económicas y por desesperanza. Esta discordancia entre su orientación sexual y la práctica de la prostitución masculina conlleva la aparición de conflictos psicológicos en algunos de ellos, que pueden degenerar en agresiones a los clientes, como una necesidad de humillarlos, no por pagar por tener sexo, sino por hacerlo con otros hombres. La homofobia es el mayor de los estigmas que sufren los clientes por parte de los que se prostituyen. La violencia no sólo es simbólica y estructural, desequilibrando las relaciones de poder entre ambas partes, sino que, en ocasiones, puede derivar en violencia física, llegando incluso a atentar contra la vida del cliente. Rara vez se denuncian los hechos debido a la lacra social que comporta la contratación de estos servicios. Los agredidos optan por el silencio.

      En verano de 2011, saltó a las noticias el caso de un hombre de apenas veintiún años que asesinó a un cliente en su propio domicilio en Valdemoro. El criminal era conocido en la estación de autobuses de Méndez Álvaro, donde, además de ejercer la prostitución, llevaba a cabo hurtos entre los viajeros y sus clientes. Lo detuvieron poco más tarde en Rumanía, a donde huyó tras perpetrar el homicidio. Pocos años antes, en 2008, otro asesinato, la muerte del conocido músico Coco Ciëlo había conmocionado a la capital por la brutalidad de sus circunstancias. La víctima fue maniatada, golpeada, robada y abandonada a su suerte, hasta que murió desangrada en su lecho, por dos chicos a los que presuntamente había solicitado sus servicios sexuales. Los culpables fueron arrestados días más tarde en Barcelona cuando estaban llevando a cabo un asalto similar. La crueldad es el lenguaje cotidiano entre los que se prostituyen en la calle y, en ocasiones, dicho ensañamiento se manifiesta también con los clientes. Exponiendo estos casos de violencia no se pretende estigmatizar al colectivo, sino reflejar la complejidad de una realidad incómoda que sigue manteniéndose en las sombras y siendo invisible para ciertos sectores de la sociedad. Es necesario conocer la situación de exclusión y marginalidad de dichas personas para poder desarrollar medidas preventivas que la corrijan y acabar así con las variables

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