Entre la filantropía y la práctica política. Sofía Crespo Reyes
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A fin de defender sus espacios de acción social, económica y política tradicional, entre 1857 y 1870 el clero mexicano adquirió un protagonismo especial al “convocar a los católicos a tomar las armas y rebelarse contra los gobiernos para frenar los ‘ataques’ al catolicismo”.54 De acuerdo con Silvia Arrom, este enfrentamiento ha sido analizado historiográficamente como una lucha entre el bien y el mal, entre “liberales” y “conservadores” y ha dejado fuera del análisis aquellos aspectos que trasformaron las relaciones sociales frente al proceso de nacionalización de hospitales, orfanatos, asilos y demás servicios que anteriormente administraba la Iglesia.55 En los últimos años se ha estudiado el papel de las mujeres al interior de las miles de asociaciones católicas que desde el laicismo defendieron la fe mediante el constante trabajo que realizaban al interior de las parroquias, pero también con grupos gremiales y sectores vulnerables fuera del espacio parroquial.56
El interés de la Iglesia por forjar una militancia católica bien preparada para la defensa de sus intereses políticos frente a la secularización, estuvo acompañado de un proceso de “concientización laica”, los sectores más devotos de la sociedad actuaron conforme a su fe, de concebirse no sólo como ciudadanos ni como católicos, sino como actores sociales con una postura ideológica antimoderna y antiliberal. En este sentido, el proceso de concientización laica se une a una necesidad de asociación que abarcó diversos aspectos de la vida social, al grado que para el último tercio del siglo XIX se puede dividir en tres grupos. El primer grupo se formó con aquellas organizaciones piadosas dedicadas a algún culto religioso en particular, como por ejemplo la Asociación de Hijas de María, o bien la Asociación de los Hijos e Hijas del Sagrado Corazón de Jesús. El segundo incorporó a las organizaciones de corte gremial, aquellas que pretendían congregar a obreros y artesanos como la Liga Católica. Y el tercero integró a las asociaciones caritativas o filantrópicas dedicadas a las obras de auxilio social como las Sociedades de San Vicente de Paul.57
El programa asociativo que impulsó la Iglesia para las mujeres estaba encaminado a exaltar su papel doméstico, en este sentido, el espacio de la participación que se concibió como propio y adecuado para ellas quedó constreñido a la labor filantrópica y caritativa. Es importante rescatar estas experiencias, pues en ellas se expresa el ideal de mujer católica que fomentó la Iglesia y que será retomado años más tarde por la Asociación de Damas Católicas.
Las organizaciones piadosas, como cofradías, hermandades y otras asociaciones de origen colonial habían decaído en tamaño y organización debido a la desarticulación del clero regular. Sin embargo, hacia el último tercio del siglo XIX, la Iglesia buscó renovar este tipo de asociacionismo y convocó a los feligreses a agruparse para organizar las actividades anuales del culto y de esta forma revitalizar la vida parroquial, tanto urbana como rural. Este tipo de organizaciones ayudaron a fomentar la nueva pastoral y a adaptar el sistema devocional a las necesidades de su tiempo que sirvieron para transformar la religiosidad popular y dotar al culto de un discurso uniforme contra la modernidad.58
Aun cuando no existen estudios específicos sobre el papel de la mujer en estas organizaciones, al revisar detenidamente los nombres de las más de treinta asociaciones piadosas59 que recupera Cecilia Bautista en su tesis doctoral, podemos notar que existía una fuerte participación femenina, esto no es de extrañarse, como ya mencionamos las prácticas religiosas atravesaron un proceso de división del trabajo por género con lo que se reforzó el trabajo en las parroquias.
En este sentido, la propagación de asociaciones dedicadas a despertar el interés por renovar la vida espiritual permitió a las mujeres abrirse camino en la vida pública. Es importante hacer énfasis en que las organizaciones femeninas, por ejemplo la “Asociación de las Madres Católicas”, enfatizaban como eje de su discurso y de sus prácticas asociativas el lugar de la mujer en el espacio doméstico. El papel de la mujer como buena madre y esposa, encargada de resguardar de los valores católicos en el hogar.
A diferencia de las organizaciones piadosas y filantrópicas, las gremiales o de corte laboral fueron exclusivamente masculinas, surgieron como una alternativa católica a las corrientes socialistas dirigidas a proteger a los trabajadores y mejorar sus condiciones laborales. Mediante este tipo de vida asociativa, se promovió la conciliación entre trabajadores y patrones a fin de evitar conflictos laborales que desencadenaran problemas mayores. Asimismo, se organizaron de manera paralela organizaciones de ayuda mutua y cajas de ahorro que otorgaban auxilio material y apoyo social a las familias de los trabajadores.
Un ejemplo es la Liga Católica (1891-1894), fundada tres meses después de que se diera a conocer la encíclica Rerum Novarum en México, asociación que pretendió “revivir a los antiguos gremios”, dividiendo sus secciones en distintos grupos según las profesiones.60 Dentro de la construcción de un asociacionismo católico llama la atención el uso discursivo de la palabra “gremio” por parte de la militancia católica, misma que recurre a elementos tradicionales a fin de hacer accesibles prácticas asociativas modernas.61
La Liga tenía su propio código normativo que la ratificaba como una organización con prácticas asociativas modernas. Se trataba de una serie de concepciones preestablecidas desde la Santa Sede con relación al orden social cristiano que conformaba su programa, el cual marcaba paso a paso las actividades de la agrupación. Atendía a todas las clases obreras sin distinción, promovía el “espíritu de asociación” bajo el objetivo de “atraer a los verdaderos cristianos, a fin de que todos unidos procurasen su moralización recíproca; y al mismo tiempo, como cosa secundaria, la creación de fondos pecuniarios, para beneficio de los asociados”.62 Mientras las mujeres se ocupaban de fomentar el nuevo sistema devocional y el pastoral, la Liga desarrolló sus actividades programáticas a partir de tres comisiones: enseñanza, casino y literatura; la primera se dedicó al adoctrinamiento religioso y las otras dos atendieron las celebraciones y reuniones de la organización. Hacia 1894, la Liga registraba once agrupaciones gremiales: de abogados, sacerdotes, médicos, médicos homeópatas, farmacéuticos, profesores, ingenieros, comerciantes, empleados, dependientes, estudiantes y artesanos.63 Este es tan sólo un ejemplo de cómo se dividieron las actividades del catolicismo social por género.
Esta asociación también publicó su propio órgano propagandístico titulado El Cruzado. Por este medio se promovió la postura del catolicismo social en la opinión pública. Al mismo tiempo, el diario es un reflejo de la “concientización laica” de la Liga. Cabe señalar que no fue el único periódico impulsado por la militancia católica, entre 1870 y 1910 se publicaron alrededor de 28 periódicos y boletines. Otro ejemplo es el diario El País (1899-1914) que permitió a los católicos sociales enfrentarse al régimen porfirista de manera soterrada debatiendo en torno al problema “obrero”, la “descatolización” y la “lucha social”. El Cruzado expresa el pensamiento secular del asociacionismo católico, distinguía entre el mensaje religioso y los derechos ciudadanos que, como católicos defenderían y actuarían políticamente:
Mas como quiere que la religión consagra nuestros más nobles interés y santifica nuestros más legítimos amores y que al llamarnos a la ciudadanía del cielo no nos quita nuestros derechos de ciudadanos en la tierra, “El Cruzado” no será un periódico exclusivamente religioso, sino que tratará todas las cuestiones sociales y políticas que le parezcan de más actualidad y que de cuya solución penda el bien de nuestra patria.
“El Cruzado”,