Entre la filantropía y la práctica política. Sofía Crespo Reyes

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Entre la filantropía y la práctica política - Sofía Crespo Reyes

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normaron también la forma en la cual se llevaron a la práctica las distintas actividades cotidianas de las asociaciones gremiales. Asimismo, sus integrantes experimentaron prácticas democráticas modernas pues, lograron participar en asambleas, ejercer el voto y actuar de manera conjunta en un movimiento que buscaba mejorar las condiciones sociales de los ciudadanos usando como eje el discurso del “catolicismo cívico” que combinaba la tradición con algunos elementos de la modernidad.

      La jerarquía eclesiástica no logró romper con el espíritu localista de estas organizaciones, no se pudo generar un movimiento homogéneo, unificado y nacional de corte sindicalista, lo anterior probablemente se deba a la poca movilidad de la población, como señala Barbosa, muchos de los habitantes de la Ciudad de México realizaban la mayoría de sus actividades cotidianas en un espacio urbano no mayor a un rango de cinco manzanas.79 Esta forma de organización espacial por demarcación será retomada en 1912 por la Asociación de Damas Católicas.

      Para la Iglesia católica las mujeres ocuparon un lugar central en el asociacionismo católico de corte filantrópico; sin embargo, es importante recalcar que este fue uno de los tantos esfuerzos de la Iglesia por ocupar un espacio en la vida pública.

      El proceso de secularización fue más allá de limitar la influencia política de la Iglesia, significaba desplazar ciertos principios religiosos que regulaban la vida social y sustituirlos por un nuevo conjunto de conceptos y valores basados en la figura del individuo, el ciudadano, la civilidad y el liberalismo. La secularización implicó una serie de profundos cambios en la mentalidad, la cultura y el desarrollo de la sociedad mexicana. Por ejemplo, el matrimonio civil significaba para la iglesia “validar las alianzas conyugales que no estuvieran consagradas por la religión”,80 lo que implicaba eliminar el sentido sagrado de la vida conyugal. Por su parte, la construcción de los primeros cementerios públicos dirigidos por el Estado modificaba el sentido de la muerte eliminando del imaginario colectivo la idea católica de la vida más allá de la muerte y permitiendo recordar al muerto en la tierra para que “viva eternamente en los recuerdos de la gente”,81 lo cual simbolizaba la eliminación del entierro como un espacio para el culto católico.

      El mismo efecto tuvo la secularización en el campo del auxilio al pobre y al enfermo. Conforme avanzó el proceso de nacionalización de hospitales, hospicios, orfelinatos y asilos, que hasta 1861 administraba la Iglesia, la tradición de la caridad católica fue sustituida por una serie de políticas asistenciales impulsadas desde las oficinas de la Dirección de Beneficencia Pública, órgano federal encargado de administrar el auxilio al menesteroso durante el porfiriato. Este proceso implicó también un cambio en la mentalidad y accionar de los mexicanos decimonónicos, algunos intelectuales liberales como Ignacio Manuel Altamirano o Manuel Gutiérrez Nájera daban por sentado el carácter laico del auxilio público pese a que en la práctica las políticas estatales se fueron adecuando a las condiciones económicas y políticas del gobierno porfirista.82

      Sin embargo, la secularización no desapareció las prácticas de caridad católica. De manera paralela a los servicios asistenciales ofrecidos por el Estado, la Iglesia recurrió al asociacionismo católico femenino para poner en marcha un sistema de beneficencia privada mediante el cual se organizaron mecanismos capaces de llevar auxilio material y consuelo espiritual a los pobres.83 Esto se debió a que durante el porfiriato la Iglesia experimentó un momento de revitalización y trasformación, el cual se ha denominado como un periodo de “concertación clero-gobierno”,84 ya que se mantuvieron incorporadas a la Constitución las Leyes de Reforma, pero en la práctica dejaron de aplicarse. Asimismo, el clero pudo acumular inversiones, recuperar algunas propiedades y, de manera no oficial, reabrió escuelas y órdenes religiosas85 que permitieron la formación de un nuevo clero, mejor instruido y con mayor interés y habilidad para participar políticamente.86

      La formación de las asociaciones filantrópicas como la Sociedad de San Vicente de Paul y la Sociedad Católica Nacional pertenecen a este contexto. Dichas organizaciones gozaron de una enorme tolerancia por parte del Estado y al mismo tiempo reflejaron el desarrollo de una nueva cultura caritativa de corte moderno, dispuesta a satisfacer necesidades económicas y sociales concretas, a desarrollar actividades culturales y recreativas, así como a construir lazos de solidaridad que permitían a la Iglesia y a su militancia actuar de manera conjunta en la vida pública.

      La Sociedad de San Vicente de Paul (SVP) surgió gracias a los esfuerzos del doctor Manuel Andrade (1809-1848) como un promotor privado, a diferencia de la Asociación de Damas Católicas Mexicanas que se fundó bajo el auspicio directo del arzobispo de México José Mora y del Río. Andrade estudió medicina en París (1833-1836), donde vivió en carne propia el nacimiento de la SVP. Esta asociación, a partir de 1833, utilizaría obras de caridad como un medio para diseminar la religión, “su método consistía en reunirse todas las semanas en pequeños grupos para rezar, deliberar y visitar los hogares de familias menesterosas llevándoles ayuda tanto material como espiritual”.87

      La SVP se fundó en México en el año de 1840 como una organización exclusivamente masculina. No fue sino hasta el año de 1863 que se organizó su contraparte femenina, la Asociación de Señoras de la Caridad de SVP. Entre 1851 y 1868, los vicentinos aumentaron el número de socios y de benefactores, también expandieron su espacio de acción más allá de los límites de la Ciudad de México. Se establecieron “conferencias” en seis ciudades: México, San Miguel de Allende, Puebla, Oaxaca, Toluca y Guanajuato. Asimismo, pasaron de ser 192 socios activos en 1851 a 1,094 en 1868.88 Este ritmo de expansión sólo se detuvo unos años al empezar la Guerra de Reforma (1858-1860), periodo en que se abolieron las cofradías y se suprimieron las comunidades religiosas masculinas y femeninas.89

      La Sociedad de San Vicente de Paul se componía de miembros de clase alta, media y trabajadora urbana,90 hablamos de una composición social heterogénea, tanto en la Ciudad de México como al interior del país, pero interesada en asistir y resolver problemas cotidianos entre las clases más menesterosas.91 Los socios crearon su propia red de instituciones de asistencia como comedores públicos para pobres, escuelas para niños y bibliotecas de carácter religioso. También visitaron hospitales y prisiones para atender enfermos y socorrer sus necesidades con comida, ropa, sábanas o dinero para su alquiler, sin descuidar las necesidades espirituales pues, difundían la fe católica mediante clases de religión, catecismo, asistir y promoveer bautismos, primeras comuniones y matrimonios. La SVP también ofrecían consejos y consuelo, rezaban junto a las familias y se convertían en confidentes y guías morales, por lo que al ver problemas de alcoholismo o “inmoralidad” intentaban persuadirlos de sus vicios.92

      A diferencia de la contraparte masculina, la Asociación de Señoras de la Caridad de SVP no sólo se fundó 23 años después, sino que fue creada por un miembro del clero secular, el padre vicentino Francisco Muñoz de la Cruz. Ambas organizaciones tuvieron como principal misión “visitar a los pobres enfermos y procurarles todo alivio espiritual y corporal, consolándolos y exhortándolos a aprovecharse de la enfermedad y resignarse a la voluntad de Dios”.93 Durante el Imperio de Maximiliano, lograron multiplicar su número de asociadas y expandirse por toda la República eclipsando con ello a la organización hermana masculina. Este veloz crecimiento fue reflejo del cobijo que tuvo la organización en esos años. Ante la victoria de Benito Juárez a mediados de 1867 y la subsecuente ruina económica de la Iglesia, el número de socias disminuyó. Cabe señalar que, aun así, para 1868, contaban con 12,274 socias activas y honorarias, mientras la sección masculina contaba con apenas 1,461 socios.94

      Estos datos muestran cómo la vida asociativa filantrópica tuvo un crecimiento exponencial, hecho que les abrió el camino a la participación pública en la sociedad civil. Poco a poco, formar parte de las Señoras de la Caridad significó

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