Entre la filantropía y la práctica política. Sofía Crespo Reyes

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Entre la filantropía y la práctica política - Sofía Crespo Reyes

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en la Liga Católica: Dios, Patria y Unión.64

      Este periódico se dedicó también a divulgar el pensamiento social católico, enaltecer las obras católicas como las principales soluciones a la cuestión social, defender los derechos de los trabajadores y promover la organización de asociaciones obreras de corte católico sin atacar abiertamente a ninguna figura política.65 La intención central era dar sentido a las diferencias de la vida cotidiana con la interpretación de la historia nacional, también acompañó la pluralización sociopolítica, la diversificación y la descentralización de la opinión pública.

      Aunque la Liga Católica no contó con una sección femenina, los editores de El Cruzado sí dedicaron una columna especial dirigida a la mujer. Para ellos, era indispensable exaltar la cosmovisión católica del “deber ser” de la mujer y, por ende, delinearon aquellos elementos que marcaban la identidad femenina del modelo católico impulsado a lo largo del siglo XIX. Para los editores era indispensable reafirmar el papel doméstico de la mujer católica y su importancia frente a los cambios, producto del laicismo y de la sociedad moderna, como por ejemplo el aumento del trabajo femenino, el incremento de madres solteras y la disminución de los matrimonios.66 El discurso que produjo este semanario católico recogía la construcción cultural de una feminidad católica basada en el “celo y la abnegación” de la mujer como valores otorgados directamente por Dios para así reafirmar su papel como “el encanto del hogar”. Por ende, la Sección Carta a las Damas se dedicó a pregonar aquellos elementos que conformaban el ideal de la buena mujer católica.67

      Para los editores de El Cruzado, la mujer era “el ser creado expresamente por Dios, para servir al hombre de compañía […] y formada la primera mujer, quedó constituida la sociedad en su más sencilla forma: la familia”.68 Los miembros de la Liga indicaban a la mujer católica que su papel en la tierra era de suma importancia para las sociedades, eran ellas las encargadas de sostener el núcleo central de las sociedades: el hogar donde la mujer debía de ser virtuosa, piadosa, respetable, y sobre todo, debían “con poco trabajo ganar almas para Dios, ya aconsejando, ya solamente dando ejemplo; y eso último en todas partes, pero principalmente en el templo”.69 La revista se preocupó por reproducir el papel maternal de la mujer como el deber femenino se encontraba exclusivamente en el espacio doméstico donde la mujer era quien daba vida a la familia. Bajo esta concepción católica, la maternidad se convertía en la principal función que debían desempeñar las mujeres. Pero ahora esa función tenía reflectores. Era visible y pública.

      La Liga desapareció tres años después de su fundación y con ella el periódico El Cruzado; sin embargo, los esfuerzos de la militancia católica y de la jerarquía eclesiástica no fueron en vano. Entre 1899 y 1902 Ceballos registra otras diecisiete agrupaciones sociales entre escuelas de artes y oficios, congregaciones marianas, círculos católicos y asociaciones laborales. También se fundaron cajas de auxilios mutuos, con fines asistenciales, mutualistas y laborales, en donde aportaban cuotas de manera conjunta los dueños de los talleres y sus trabajadores. Cada trabajador podía disponer de su aportación en caso de enfermedad o defunción,70 cabe señalar que se desconoce si existió participación femenina al interior de estas organizaciones.

      Entre 1903 y 1909 comenzó una nueva etapa para el asociacionismo católico laboral. La cual estuvo marcada por la consolidación de la primera generación de sacerdotes exestudiantes del Colegio Pio Latino que regresaban a México con nuevas herramientas educativas, cuyo propósito fue impulsar una militancia católica centralizada, homogénea y unificada frente a la atomización de esfuerzos que existían hasta este momento. Este periodo está marcado por la celebración del Primer Congreso Católico Mexicano organizado en Puebla, que permitió diferenciar la formación, el surgimiento y la definición de diversas corrientes sociopolíticas entre los católicos mexicanos.71

      A lo largo de siete años, se llevaron a cabo tres congresos, además del de Puebla (1903). En Morelia (1904), Guadalajara (1906) y Oaxaca (1909), todos ellos buscaban centralizar el pensamiento político de la militancia en torno al sindicalismo católico y al problema obrero. Además se organizaron tres Congresos Agrícolas, dos en Tulancingo (1904 y 1905) y uno en Zamora (1906), con el objetivo de motivar a terratenientes y hacendados a la mejora de las condiciones de los campesinos a través del discurso social y una Semana Social Agrícola, que a diferencia de los congresos, tuvo la intención de establecer los principios de la acción social netamente católica.72 A todas estas asambleas acudieron diversos sectores del catolicismo mexicano: obispos, sacerdotes, profesionistas, hacendados, periodistas, intelectuales y jóvenes. Sin embargo, a pesar de estos intentos por centralizar la vida asociativa laboral, cada una de las organizaciones funcionaban de manera independiente y autónoma, hacia 1909 la jerarquía eclesiástica no había conseguido evitar la atomización de esfuerzos asociativos. Este hecho impidió que se fundara una organización nacional para centralizar las actividades de las organizaciones laborales católicas.

      Cabe señalar que no existe ningún estudio que se haya enfocado a analizar la participación femenina en estos Congresos. Por lo que he podido investigar, las mujeres actuaron de manera secundaria, ya fuera dirigiendo recitales o bien leyendo piezas literarias.73 Esto no significa que las mujeres no hayan sido de interés para los congresistas, por el contrario, en el Congreso de Guadalajara en 1906, encontramos que se designó a una congregación especial para estudiar “la dignidad de la mujer, la santidad del matrimonio y del hogar, la niñez y la familia” donde participaron nueve miembros de la jerarquía eclesiástica y tres seglares.74 Más allá de abrir un espacio de participación asociativa de las mujeres en el campo laboral, tanto la militancia católica como la Iglesia dirigieron sus esfuerzos hacia el fomento del papel de la mujer como eje de la vida doméstica y familiar. Frente a este modelo católico, pensar en su participación como un miembro importante del asociacionismo laboral era simplemente imposible. Cabe destacar que esta actitud hacia las mujeres cambiaría rápidamente con la fundación de las Damas Católicas en 1912, quienes no sólo adquirían un papel central como promotoras de la educación entre la clase obrera, además, hacia la década de 1920, fundarían sindicatos de mujeres obreras en la Ciudad de México tal y como veremos más adelante.

      Sin embargo, hacia 1909, muchos años antes de que se organizara un movimiento obrero femenino, se fundó en la Ciudad de México la Unión Católica Obrera (UCO),75 esta organización pretendió centralizar, impulsar y fortalecer el activismo católico, por lo que creó círculos de obreros asociados a parroquias en barrios y colonias de la capital. Inclusive Ceballos ubicó una veintena de círculos obreros que trabajaban de manera simultánea.

      Dentro de las actividades de la UCO se orientaba el mutualismo, ahorro, promoción de escuelas, organización de centros de recreación, cooperativas, bibliotecas, y orquestas. También se dedicó a promover las actividades religiosas como peregrinaciones, festivales, celebraciones litúrgicas y conferencias. Sin embargo, no estaban realmente unificados, sólo compartían la adhesión nominal y el lema de la Unión: “unos por otros y Dios por todos”.76

      Se fundó también ese año la organización Operarios Guadalupanos, que surgió del Cuarto Congreso Católico de Oaxaca extendiendo sus redes de apoyo entre las clases medias del país.77 Ese mismo año en la capital del país se instituyó el Círculo Católico Nacional, cuyo fin fue, una vez más, centralizar la vida asociativa de corte laboral así como extender la acción católica a todas las clases sociales, impartir acciones de ayuda mutua a los asociados y fundar centros de reunión que “no estuviesen reñidos con la moral”. Además, se promovía la formación de bibliotecas, salas de lectura, la publicación y difusión de periódicos y revistas católicas, el establecimiento y patrocino de agrupaciones obreras, la organización de cooperativas, cajas de ahorro y bolsas de trabajo.78

      El gran número de organizaciones católicas laborales que se constituyeron en la Ciudad de México se sostenían por la sociabilidad entre sus miembros pues

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