Encapsulación de probióticos . Marcelo Fernando Valle Vargas
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Para el año 2050, la producción mundial de alimentos tendrá que incrementarse en un 60% para satisfacer la demanda de una población de 9.700 millones de personas (FAO, 2017a). Con tal perspectiva, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) estableció la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, en la cual se plantearon diferentes políticas orientadas al cumplimento de los Objetivos del Desarrollo Sostenibles (ODS), donde se destaca la importancia de la agricultura y alimentación (FAO, 2015). En este contexto, la acuicultura es una actividad con un alto potencial en el cumplimiento de varios de los ODS, siempre y cuando se implementen acciones de tecnificación para reducir la huella ecológica de esta actividad y se mejoren los indicadores de sostenibilidad. De esta manera, la acuicultura aportaría a lograr varios objetivos: hambre cero (objetivo 2), agua limpia y saneamiento (objetivo 6), trabajo decente y crecimiento económico (objetivo 8), producción y consumo responsables (objetivo 12) y uso sostenible de los recursos y ecosistemas acuáticos (objetivo 14), y así contribuiría a la mitigación del cambio climático, entre otros beneficios (FAO, 2017b).
La producción mundial de la pesca y la acuicultura en el periodo 2016-2018 tuvo un incremento del 7,26%, pasando de 166 a 179 millones de toneladas. En el 2018, el 45,81% de la producción mundial correspondió al sector acuícola, siendo la tilapia y la carpa las especies más cultivadas (FAO, 2020). La acuicultura en Colombia sigue las tendencias de producción global con números de producción crecientes. Según el Ministerio de Agricultura y Desarrollo Sostenible, durante el período 2010-2019, la producción piscícola en el país aumentó en un 144,45%, pasando de 67.679 a 165.444 toneladas, con el cultivo de tilapia representando el 58% de la producción total del 2019, seguido del de cachama (19%), trucha (16%) y otras especies nativas (7%). Para ese año, esta industria generó cerca de 50.000 empleos directos y 150.000 indirectos. Por otra parte, los productos acuícolas se consumen en los mercados locales y también se exportan, principalmente a Estados Unidos (MADR, 2020). En el caso de tilapia, para el año 2020 las exportaciones fueron de 11.595 toneladas, lo que representó un aumento del 65% con respecto al año anterior, cuando se exportaron 7.204 toneladas. Las exportaciones de tilapia representaron un valor comercial aproximado de US$60 millones para el año 2020 (MADR, 2021). Los principales destinos de la producción de tilapia fueron EE.UU. (95,8%) y, en menor proporción, Perú y Reino Unido (MINCIT, 2021).
El aumento de la demanda de pescado a nivel mundial, regional y nacional ha llevado a la intensificación del cultivo de peces, por lo que es frecuente el deterioro de las condiciones ambientales y, por ende, el aumento del estrés en los peces cultivados, la ruptura de las barreras naturales que usualmente hay entre el hospedero y el patógeno y, por lo tanto, una mayor susceptibilidad a agentes infecciosos (Troell et al., 2017; Karvonen et al., 2021; Zarantoniello et al., 2021), dando como resultado una disminución en la producción acuícola (FAO, 2017a). En el caso del cultivo tilapia, los patógenos más comunes que atacan a esta especie son bacterias, parásitos y virus (Dong et al., 2015; Chitmanat et al., 2016), aunque también se presentan coinfecciones por dos o más patógenos, las cuales con frecuencia son poco atendidas y pueden generar efectos adversos en la productividad de este cultivo (Abdel‐Latif et al., 2020; Kotob et al., 2016).
Para incrementar la productividad y supervivencia de los peces, se ha recurrido al uso de antibióticos, los cuales han dado buenos resultados en el tratamiento de infecciones bacterianas del pez (Romero et al., 2012; FAO, 2005); sin embargo, su uso excesivo o en dosis inadecuadas ha sido asociado a la aparición y propagación de genes de resistencia a antimicrobianos en las bacterias comúnmente asociadas a los peces cultivados (Miranda et al., 2018). La resistencia a los antibióticos en la acuicultura se puede transferir a cepas clínicamente importantes del entorno natural mediante la transferencia horizontal de genes, lo que afecta a todo el ecosistema (Preena et al., 2020; Watts et al., 2017). Además, existe la preocupación por la acumulación de los antibióticos en el ambiente y su posible efecto adverso en los ecosistemas adyacentes a las granjas de cultivo (Zheng et al., 2021; Watts et al., 2017).
El uso de probióticos es una alternativa al uso de antibióticos, más respetuosa con el ambiente y sostenible. Los probióticos se han utilizado en acuicultura en las últimas tres décadas y con mayor énfasis desde el año 2000 (Melo‐Bolívar et al., 2021). A diferencia de otras estrategias de control de enfermedades en acuicultura, la ventaja del uso de probióticos radica en sus múltiples mecanismos para conferir beneficios a los peces cultivados y al entorno (Zorriehzahra et al., 2016; Jahangiri y Esteban, 2018).
La palabra probiótico tiene un origen griego: pro y bios, que colectivamente significan “para la vida”, por lo que son ampliamente considerados como microorganismos benéficos (Lauzon et al., 2014). Los probióticos son definidos como microorganismos vivos que, ingeridos en cantidades suficientes, tienen un efecto benéfico en la salud de hospedero (FAO, 2016). No obstante, recientemente se ha propuesto una nueva definición más amplia, en alusión a un microorganismo vivo o muerto e incluso a un componente de los microrganismos que actúan de diferentes modos, al conferir efectos benéficos al hospedero o al ambiente (Lazado y Caipang, 2014). Esta definición genera diferencias conceptuales profundas, como es la supuesta necesidad de colonización y supervivencia en el tracto gastrointestinal de los organismos cultivados, que indica la definición tradicional de los probióticos. Así mismo, abre la posibilidad del uso de metabolitos como enzimas, proteínas secretadas, ácidos grasos de cadena corta, vitaminas, biosurfactantes secretados, aminoácidos, péptidos, ácidos orgánicos, etc., denominados posbióticos, o de microrganismos no viables, denominados parabióticos (Barros et al., 2020; Nataraj et al., 2020).
El uso de probióticos es cada vez más común en el cultivo de peces continentales (Melo et al., 2020), dados sus efectos benéficos, como mayor crecimiento (ganancia de peso y talla), incremento en la absorción de nutrientes, mejora en la tasa de conversión alimentaria, modulación de la microbiota intestinal, mayor actividad intestinal, fortalecimiento del sistema inmune y capacidad de supervivencia frente a desafíos experimentales con bacterias patógenas, entre otros reportados en Colombia y otros países en distintos sistemas de cultivo (Pandiyan et al., 2013; Melo et al., 2020; Martínez et al., 2012; Kuebutornye, et al., 2020; Villamil et al., 2014; Villamil y Esguerra, 2017; Murillo y Villamil, 2011; Merrifield y Carnevali, 2014).
Los probióticos pueden ser suministrados a los peces de manera individual (más comúnmente) o en consorcio, con dos o más microorganismos que se suministran de manera simultánea al pez, buscando una sinergia que tenga efectos benéficos mayores a los que se obtendrían con el uso de los microorganismos de manera individual (Ouwehand et al., 2018; Timmerman et al., 2004). En el Grupo de Investigación de Procesos Agroindustriales de la Universidad de La Sabana, se publicó recientemente un artículo de revisión sobre el uso de probióticos en consorcio en peces comerciales de aguas continentales (Melo‐Bolívar et al., 2021), en el que, a partir de búsquedas bibliográficas en las bases de datos Scopus, Web of Science y PubMed, fue posible seleccionar 81 artículos que evaluaron la suplementación con probióticos de múltiples cepas durante ensayos in vivo en tilapia nilótica (Oreochromis niloticus), trucha arcoíris (Oncorhynchus mykiss), carpa común (Cyprinus carpio) y rohu (Labeo rohita); sin embargo, solo 13 artículos incluían el probiótico individual como control para hacer comparación directa con la mezcla de bacterias probióticas y determinar de esta manera si la mezcla ofrecía mayores beneficios, en comparación con un probiótico seleccionado y un