La armonía que perdimos. Manuel Guzmán-Hennessey
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Entonces acudo una vez más a la poesía y la esgrimo, aquí, quizá como estandarte inútil: “Me niego a admitir el fin del hombre” decía Faulkner121. Recuerdo la manera insistente y reiterativa con que Donella Meadows (1941-2001) clamó, hasta el último día de su vida, desde sus intervenciones académicas y columnas de opinión, por un diálogo franco sobre el crecimiento y sobre la necesidad de replantear lo básico de aquel olvidado vínculo entre humanidad y desarrollo: el bienestar y la felicidad. Argumentaba que no podíamos insistir en la acumulación y el crecimiento como faros de un progreso equívoco. Su última columna es premonitoria; la escribió en su lecho de enferma, dieciocho días antes de morir. Permitirán los lectores que reproduzca aquí algunos de sus apartes, como homenaje a quien fuera mi maestra, en este difícil arte de combinar la academia, el activismo y el periodismo122.
Si el planeta en su conjunto se calienta un grado, los polos se calentarán unos tres grados más o menos, que es precisamente lo que está sucediendo ahora. El océano Ártico tiene un 15 por ciento menos de cobertura de hielo que hace 20 años. En la década de 1950, ese hielo tenía un promedio de 10 pies de espesor; ahora tiene menos de seis. Al ritmo actual de fusión, en 50 años el Ártico podría estar libre de hielo durante todo el verano, eso dice un artículo en la revista Science del 19 de enero; sería el final de los OSOS polares. De hecho, la mayoría de las criaturas del océano Ártico ya están en problemas. Apuesto a que no sabías que había muchas criaturas en el océano Ártico. Tampoco los científicos, hasta que comenzaron a buscar. En la década de 1970, un biólogo ruso llamado Melnikov descubrió 200 especies de pequeños organismos, algas y zooplancton, colgando alrededor de témpanos de hielo en cantidades inmensas, formando selvas de limo en el fondo de los icebergs y nubes de plancton en cada ruptura de aguas abiertas. Sus cadáveres caen al fondo para nutrir las almejas, que se comen las morsas. El bacalao ártico raspa las algas del hielo. El bacalao es comido por aves marinas, ballenas y focas. El rey de la cadena alimentaria es el gran oso blanco, que vive principalmente de focas. Ese era el sistema, hasta que el hielo comenzó a adelgazarse. Melnikov regresó al Mar de Beaufort en 1997 y 1998 y encontró que la mayoría de esas pequeñas criaturas, muchas de ellas nombradas por él (y para él), se habían ido. El hielo casi se había ido. Las criaturas dependientes del plancton (como el bacalao), o del hielo para guaridas (focas) o para viajar (OSOS) también se habían ido [...] No parece justo, ¿verdad? Que el Ártico, el único lugar que apenas hemos pisoteado, el último sueño virgen del desierto, debiera sufrir primero y más que nada por nuestra incapacidad para controlarnos a nosotros mismos y nuestras pasiones tan a menudo ignorables […]
¿Y qué otras cosas ocurrieron en el año 2007? Al examen de algunos hechos que ocurrieron aquel año me referiré en el capítulo que sigue, no sin antes despedirme de Danna Meadows, en la plaza Margarita Xirgú de Madrid.
El año de 2007 es emblemático para la crisis global. Emblemático pero preocupante, debido a que fue el año en que la humanidad conoció tres hechos que la alertarían sobre la gravedad y la magnitud de una problemática global que había sido identificada a finales de la década de los años setenta del siglo XX, pero que no había sido suficientemente documentada por la ciencia. Los hallazgos que reveló el IPCC124 cambiaron, en el 2007, la percepción del mundo sobre esta problemática. Estos tres hechos fueron:
• La crisis global es, inequívocamente, causada por el hombre.
• En el esquema actual económico de producción y consumo de combustibles fósiles, bienes y servicios, el calentamiento global es irreversible, creciente y peligroso. Sus consecuencias pueden incluir nuevas enfermedades e, incluso, pandemias.
• El Protocolo de Kioto, que entonces llevaba diez años de promulgado y apenas dos de entrado en vigor, no parecía ser el mecanismo idóneo para enfrentar la crisis125.
Habíamos entrado en una crisis que amenazaba la continuidad de la vida. Cuando se publicó, el 17 de noviembre del año 2007 el Cuarto Informe de Evaluación sobre el Cambio Climático (Cambio Climático 2007) la humanidad constató que carecía del tiempo suficiente para una reacción efectiva. Entendió que el cambio energético global debería ser el eje de las acciones climáticas de salvamento, pero se negó a examinar a fondo la raíz del problema, y postergó la transición energética.
La realidad es que las revelaciones conocidas aquel año no hacían más que confirmar lo que ya se sospechaba desde hacía, por lo menos, cincuenta años126. En efecto, desde la década de los años sesenta algunos científicos, entre los cuales se destacan James Hansen y Stephen Schneider, habían encontrado datos significativos que indicaban una relación peligrosa entre las actividades humanas relacionadas con el desarrollo y el crecimiento, y la estabilidad del sistema climático. En 1976, Schneider demostró que el calentamiento global era una realidad, pero hubo que esperar doce años para que el sistema de las Naciones Unidas creara el Panel de Intergubernamental de Científicos ya mencionado127. En 1988, James Hansen, a la sazón científico de la nasa, dijo ante el Congreso de los Estados Unidos que el calentamiento global constituía una seria amenaza y que había llegado para quedarse128.
Hansen señaló tres cosas:
• La Tierra estaba más caliente ese año que en ningún otro momento de la historia de los registros históricos.
• El calentamiento global era ya suficientemente grande como para poder atribuir, con un alto grado de confianza, la relación causa-efecto al efecto invernadero.
• Las simulaciones climáticas por ordenador indicaban que el efecto invernadero era suficientemente grande para empezar a afectar a la probabilidad de eventos extremos tales como olas de calor veraniegas.
Su anuncio se produjo precisamente en el verano, un día particularmente caluroso de Washington: el 23 de junio de 1988. Hansen había estado estudiando el clima de Venus y el agujero de la capa de ozono, y a partir de aquellas observaciones empezó a sospechar que algo andaba mal en la estabilidad climática de la Tierra. Probablemente tuvo en cuenta que casi cien años antes, en 1895, Arrhenius había desarrollado un método para medir las concentraciones de carbono en la atmósfera, encontrando que estas eran de 290 partes por millón; y que habiéndose preguntado por los modelos de crecimiento de la población mundial concluyó que el nivel de las concentraciones de carbono en la atmósfera podría llegar a ser peligroso, dado que esto aumentaría la temperatura promedio de la Tierra. Un día después de la intervención de Hansen en el Congreso de los Estados Unidos, el periódico The New York Times destacaría la noticia el 24 de junio de 1988.
Figura 6. Facsímil de la publicación en el New York Times, 24 de junio de 1988
Fuente: tomado de Centre for Science Studies en https://cutt.ly/9tThPW5.
James Hansen regresó al Congreso de los Estados Unidos el 23 de junio del año 2007, veinte años después de su primera visita; y tomando en cuenta los avances del Cuarto Informe de Evaluación del IPCC, y el avance de sus propias investigaciones, concluyó que “la Tierra ha sido más cálida en los primeros cinco meses de este año que en cualquier periodo comparable desde que las mediciones comenzaron hace 130 años”, y agregó que “la diferencia es que hoy ya no nos queda