La armonía que perdimos. Manuel Guzmán-Hennessey
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Boecio dijo que aquel cuyo espíritu ambicioso suspire solo por la gloria creyéndola el bien supremo, y que mire a las inmensas regiones del firmamento y al reducido círculo de la morada terráquea, no podrá menos de sentirse confuso y avergonzado de llevar un nombre incapaz de llenar un ámbito tan estrecho76.
¿Cuál es el problema? Me preguntó una periodista al término de una conferencia: Usted dijo que solo atendíamos a los síntomas y no al problema: ¿cuál es el problema? Consciente de que podía iniciar una larga respuesta inmanejable, tomé el riesgo: el problema es el ‘paradigma del crecimiento ilimitado’; opino que más temprano que tarde nos atreveremos a cuestionar este paradigma. La obsesión por el crecimiento nos ha llevado a superar los límites del planeta (ver Informe IPBES, 2019)77. “Dale a un arco hasta su límite y desearás haberte detenido a tiempo”, se dice que escribió Lao Tse.
Cuestión de vida o muerte. El consumismo irracional es consecuencia del modelo mental del crecimiento; he ahí el problema: la sociedad del crecimiento es el síntoma, la economía del crecimiento es el motor del paradigma. Pero si nos atrevemos a cuestionar el crecimiento, ir más adentro y escarbar en la espesura, como pidió Sampedro citando a De la Cruz, habrá salida (“entremos más adentro en la espesura. Y luego a las subidas cavernas de la piedra nos iremos que están bien escondidas”, Cántico espiritual, San Juan de la Cruz, 1542-1591)78.
Si apresuramos el paso del pensamiento colectivo del mundo y nos atrevemos a plantear economías donde prevalezca la vida en lugar de insistir en economías donde prevalezcan las cosas sobre las personas, si somos capaces de imaginar una prosperidad más cercana a la felicidad que al crecimiento per se, si entendemos que es posible imaginar y concretar en el mundo una prosperidad sin crecimiento como escribe Tim Jackson79, habrá salida. No tenemos mucho tiempo para ello, pero si aceleramos la conciencia pública y estimulamos un rápido cambio de paradigma, especialmente entre los más jóvenes, habrá salida.
Los pensadores Peter Sloterdijk, Tim Jackson, Diana Ackerman, Serge Latouche, Vaclav Smil y Crispin Tickel, entre otros, han indagado en la espesura y hoy nos ofrecen salidas, aunque teóricas aún80.
¿Podemos hacer algo?
¿Podemos hacer algo? Me preguntó un profesor de la Escuela de Medicina de la Universidad del Rosario con ocasión de un encuentro con los científicos del IPCC que preparaban en 2019 un nuevo informe sobre el cambio climático. Lo que revelaron estos científicos en su informe de 2018 indica que no será fácil revertir la tendencia del calentamiento global. El informe fue muy explícito en señalar que para limitar el calentamiento global por debajo de los 1,5 °C adicionales se necesitarían “cambios de gran alcance y sin precedentes” en todos los aspectos de la sociedad. Se trata de un informe bastante robusto: más de 6000 referencias citadas y la contribución de miles de examinadores expertos y gubernamentales de todo el mundo. Noventa y un autores y editores-revisores de cuarenta países. Panmao Zhai, copresidente del Grupo de trabajo I del IPCC, dijo:
Uno de los mensajes fundamentales de este informe es que ya estamos viviendo las consecuencias de un calentamiento global de 1 °C; condiciones meteorológicas más extremas, crecientes niveles del mar y un menguante hielo marino en el Ártico, entre otros cambios81.
¿Podemos hacer algo? Ante esta pregunta el mundo de los entendidos no se divide —como muchos pudieran pensar— entre optimistas y pesimistas, sino entre los realistas y los teóricos de una nueva civilización. Soñadores quizá, cultivadores de utopías, faros desde los cuales podemos construir alternativas viables. Entre los realistas destaco a Saramago, Lovelock, Trainer, Brown y Judt. Entre los teóricos a Rifkin, Latouche, Jackson, Max Neef, Elizalde, Gisbert, el papa Francisco y Taibo. También Giacomo D’Alisa, Federico Demaria y Giorgios Kallis82. Los realistas se dedican a contrastar los datos de la ciencia y a compararlos con los escenarios de evolución de las transiciones necesarias hacia una sociedad libre de carbono. Los teóricos dan cuenta de las alternativas aún posibles para acelerar ese tránsito, y trabajan a toda marcha para ofrecer a la sociedad caminos hacia una nueva economía.
Los miembros de ambos grupos saben que si la humanidad no implementa los ‘cambios de gran alcance’ será muy difícil esperar un mundo sin catástrofes masivas entre 2030 y 2050, y sin destrucción de ecosistemas enteros y pérdidas de especies, sin migraciones climáticas masivas, sin ascensos del nivel del mar que harán desaparecer ciudades enteras, y sin un mayor número de desastres climáticos causados por huracanes, lluvias intensas, sequías e inundaciones. Los teóricos también saben que hoy disponemos de las tecnologías necesarias para implementar una transición ambiciosa hacia una civilización sin carbono. Más difícil resulta que abandonemos, en tan poco tiempo, el paradigma del crecimiento.
Lo cierto es que aún podemos hacer algo, y corresponde al sistema educativo identificar los ejes de esta actuación global y preguntarse por ello —con sentido crítico— para elaborar —con sentido de urgencia— un programa de educación para la sostenibilidad real que nos garantice el futuro. Podemos hacer algo (o mucho) desde la educación para identificar la raíz del problema; el cultivo del pensamiento crítico es la misión esencial de la educación. El fomento sistemático de la duda, la práctica de la sospecha ante las verdades aparentemente ‘consabidas’ y que nunca se cuestionan, ¿modelos mentales?
Enunciemos algunos de estos modelos mentales relacionados con la crisis:
• El crecimiento económico facilitará la solución de todos los problemas ambientales.
• Si el balance de las economías es que ha crecido el PIB, quiere decir que vamos por buen camino.
• La tecnología se ocupa de aportar los medios necesarios para satisfacer las necesidades humanas y por lo tanto tiene las soluciones para todos los problemas.
• Los países desarrollados son los primeros en tomar medidas para proteger el medio ambiente por lo cual debemos seguir sus ejemplos de globalización, crecimiento y consumo.
Estas ideas son, evidentemente, suicidas, por lo tanto debemos reemplazarlas por ideas para la vida. La propuesta curricular no puede mantenerse en este modelo mental equivocado; enseñar que todo puede resolverse mediante más tecnología, más producción y más crecimiento es un error. Es sabido que muchos educadores se dedican a proclamar que todo está bien, a sabiendas de que todo, como escribe Tony Judt, está mal. También James Lovelock escribió que el futuro pinta mal, incluso si tomamos medidas inmediatas83. Es probable que ellos (los optimistas categóricos o los educadores optimistas) no sepan del todo que esto anda mal, que casi todo anda mal; que no lo sepan con la profundidad que recomienda Sampedro. Es probable que no tengan la información necesaria para valorar adecuadamente la crisis que vivimos. Es preciso abandonar, cuanto antes, el síndrome de los valores fundamentales a que se refiere Trainer: la obsesión por la riqueza, el empeño por la competición, la jerarquía, el poder y el dominio, la aceptación y el respaldo del individualismo y la falta de preocupación por los valores colectivos, la falta de responsabilidad social, la indiferencia hacia las cuestiones y los problemas sociales, los fallos y el sufrimiento, la apatía política y la falta de compasión y compromiso con el bien común.
Se supone que en la escuela se construye nuestra comprensión del mundo. Si pronto descubrimos que todo anda mal, es en la escuela, en la universidad, en la educación, donde debemos cuestionar lo que está mal y reformularlo. No obstante, el pensamiento crítico de la educación se ha centrado más en cuestionar la calidad de la propia educación y su limitada cobertura, que los contenidos sobre el viejo paradigma. Traigo a colación un texto de Ted Trainer: “Esto