Razonamiento jurídico y ciencias cognitivas. María Laura Manrique
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Supongamos que se produce de pronto un ruido y el sujeto A vuelve la cabeza inmediatamente hacia el lugar de donde este procede. Podemos explicar el movimiento corporal aludiendo a ciertos procesos fisiológicos. En palabras de von Wright,
… las ondas sonoras se introducen en el oído interno y provocan allí procesos sensoriales centrípetos que se propagan hacia el centro de la audición en el cerebro. Desde allí son transmitidos de nuevo a un centro motor y originan impulsos motores centrífugos que se propagan hasta los músculos y, finalmente, dan como resultado movimientos del cuerpo.
Esta es una explicación fisiológica del movimiento corporal como reacción a un estímulo. Si queremos explicar causalmente cómo se produjo el movimiento corporal debemos recurrir a este tipo de explicaciones, en las que lo neuronal aparece como causa de la conducta (del movimiento corporal). En esto consiste la prioridad causal de lo neuronal sobre lo conductual.
Supongamos ahora que le preguntamos al sujeto por qué ha vuelto la cabeza y este responde que lo ha hecho porque ha oído un ruido y, dado que estaba esperando a alguien, quería saber si ya había llegado. Ahora tenemos, junto con la explicación fisiológica, una explicación racional de la conducta. La explicación neuronal y la explicación racional se sitúan en niveles distintos, pero en cierto sentido hay una correlación entre ellos: debe haber un sustrato neuronal de “percibir un sonido” y un sustrato neuronal de la razón aducida para volver la cabeza (“querer averiguar si es la persona que esperaba”). De manera que sería posible, a partir de observaciones del sistema nervioso, descubrir si una persona ha oído un sonido o, incluso, si tiene cierto deseo, o una creencia, etc. Por ejemplo, cuando detectáramos en el sujeto A la actividad cerebral x podríamos decir que el sujeto ha oído un ruido. Ahora bien, para llegar a esto previamente hemos tenido que establecer una correspondencia entre “oír ruidos” y la actividad cerebral x, y para establecer inicialmente esta correspondencia necesitamos criterios distintos de los neuronales para identificar que el sujeto está oyendo algo. Y lo mismo ocurre con el correlato neuronal de las razones para hacer u omitir algo. En palabras de von Wright:
El hecho, por ejemplo, de que ciertas alteraciones hormonales sean indicativas de un estado de miedo o cansancio es algo que se ha podido establecer sobre la base de investigaciones anatómico-fisiológicas en seres vivos de los que ya se sabía que estaban asustados o cansados. Y para saber esto debemos saber ya qué significa estar asustado o cansado y saber cómo se puede comprobar eso sin tener que apelar a criterios intracorporales.
Lo mental tiene, por tanto, prioridad epistemológica sobre lo neuronal: para establecer cuál es el correlato neuronal de estados mentales como “oír un sonido”, “tener miedo”, “estar sediento”, etc. necesitamos previamente tener ya identificados estos estados mentales. Solo si ya los tenemos identificados, podemos descubrir cuáles son sus correlatos neuronales. Por el contrario, observando solo los continuos procesos neuronales no podremos saber a qué estado mental se corresponden.
Surge ahora una nueva pregunta: ¿qué criterios usamos para identificar lo mental? La respuesta de von Wright, siguiendo a Wittgenstein, es que descubrimos que un sujeto tiene una u otra razón o está en uno u otro estado mental a través de su conducta externa.
¿Cómo sabemos si un animal, por ejemplo un perro, ha oído un sonido? Normalmente porque vuelve la cabeza en dirección al sonido o de otro modo porque adopta una actitud de atención, o echa a correr si está asustado, o corre por el contrario en dirección al sonido si quiere averiguar lo que pasa.
En el caso de los seres humanos, la conducta que usamos como criterio es frecuentemente –pero no siempre– verbal. Cuando le preguntamos al sujeto de nuestro ejemplo por qué ha vuelto la cabeza y nos responde que porque quería comprobar si ya había llegado la persona que esperaba su declaración es un tipo de conducta –conducta verbal– que nos indica qué razón tenía. El resto de su comportamiento (no verbal) nos ayuda a confirmar que esta es realmente su razón. Usando la distinción wittgensteiniana entre síntoma y criterio podríamos decir que lo neuronal es síntoma de lo mental, pero lo conductual es algo más fuerte: es el criterio que usamos para determinar que un sujeto está bajo uno u otro estado mental (VON WRIGHT, 2002). Von Wright sugiere que la relación entre la conducta y lo mental debe entenderse como una relación semántica: “Aquéllos [los criterios conductuales] nos dicen qué quiere decir o significa que, por ejemplo, un sujeto oiga un ruido o esté asustado por algo o esté cansado”. En esto consiste la prioridad semántica de lo comportamental frente a lo psíquico o mental. Sin conducta externa no podríamos entender qué quiere decir estar en uno u otro estado mental, ni identificar que un sujeto está bajo uno u otro estado mental.
Lo neuronal, por tanto, causa la conducta; lo mental es necesario para poder identificar lo neuronal (y dota de sentido a la conducta) y lo conductual es el criterio que usamos para comprobar lo mental. Dadas estas tres prioridades, ninguna de estas dimensiones puede reducirse a otra. Lo conductual nos es necesario para entender los estados mentales de los demás (y los nuestros) y como criterio de identificación de los mismos, y tener identificados los estados mentales es necesario para encontrar sus correlatos neuronales. Todo intento de reduccionismo conlleva una pérdida importante en nuestra capacidad de comprendernos a nosotros mismos. Cuando la neurociencia pretende reducir lo mental a lo neuronal arguyendo que lo neuronal tiene prioridad causal frente a lo mental se olvida del resto de dimensiones de la relación, respecto de las cuales lo neuronal es secundario.
REFLEXIONES FINALES
1. En las anteriores páginas se han revisado algunos de los problemas que plantea la naturalización de la filosofía (práctica). Podría distinguirse entre dos maneras de entender este proceso de naturalización: una manera radical (la tesis del reemplazo), que trata de disolver la filosofía en la ciencia empírica (actualmente, en la neurociencia), y otra, más moderada (la tesis de la complementariedad), que recuerda la necesidad de que la filosofía no contradiga la visión del mundo (y de la naturaleza del hombre) que está surgiendo de las ciencias, pero que no niega que la filosofía tiene un espacio donde la ciencia no puede llegar. Incluso, desde este segundo punto de vista, puede afirmarse que la filosofía tiene una tarea (el esclarecimiento conceptual) sin la cual la ciencia no puede proporcionar conclusiones relevantes acerca de las normas, la mente, la acción, etc. Las aportaciones de las ciencias han de ser interpretadas, y en esa interpretación la filosofía ejerce una labor de control.
2. En el actual estado de desarrollo de la neurociencia, el programa de naturalización de la tesis del reemplazo no puede ser realizado: nuestro conocimiento del funcionamiento del cerebro no permite naturalizar la normatividad sin incurrir en la falacia naturalista o confundir normas y regularidades, ni naturalizar la mente sin eliminar las propiedades de lo mental o ignorar la complejidad de las relaciones entre lo neuronal, lo mental y la conducta.
3. No obstante lo anterior, la filosofía debe tener en cuenta las aportaciones de la ciencia: la neurociencia puede ayudarnos a comprender cuál es el ámbito en el que tienen sentido las exigencias morales (por ejemplo, ayudándonos a entender las fronteras de nuestro libre albedrío) y cómo surgen las propiedades mentales a partir de la actividad neuronal. Podría distinguirse entre un “monismo ontológico” (la aceptación de que solo existe un tipo de entidades: las físicas) y un “monismo metodológico” (la tesis de que solo es legítimo el método de las ciencias empíricas). El estado actual de la ciencia parece avalar el primero, pero no es suficiente para aceptar el segundo. Todo ello sugiere que la tesis de la complementariedad es un proyecto de naturalización más viable y razonable que la del reemplazo.