Razonamiento jurídico y ciencias cognitivas. María Laura Manrique
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La “neuroética” y el “neuroderecho”, entendidos como neurociencia de la ética y neurociencia del derecho, pueden verse como el principal intento actual de naturalizar la filosofía práctica y la responsabilidad (si bien el ámbito de la filosofía práctica puede considerarse más amplio que el de la “filosofía de la responsabilidad”, asumiré que esta es su núcleo central).
2. LAS DOS VÍAS DE “NATURALIZACIÓN” DE LA FILOSOFÍA PR?CTICA: LA NATURALIZACIÓN DE LAS NORMAS Y LA NATURALIZACIÓN DE LA MENTE
De acuerdo con la concepción clásica de la responsabilidad (estoy pensando en la responsabilidad moral y jurídico-penal, entendida como reproche), para adscribir responsabilidad a un agente es necesario –al menos– (1) que exista un sistema de reglas (con el que juzgamos la conducta del individuo) y (2) que el agente haya actuado libremente, en el doble sentido de que tenga libertad de acción (que nuestras acciones sean consecuencias de la combinación de nuestros deseos con las creencias acerca de cómo satisfacerlos) y libertad de voluntad (que esos deseos y creencias sean a su vez, al menos en cierto grado, libres, controlables por el agente)5. Consecuentemente, el proceso de fundamentación de la filosofía práctica a partir de las ciencias empíricas se está llevando a cabo por dos vías (siendo necesario recorrer las dos para el éxito completo del proyecto): la primera, la “naturalización de la normatividad”; la segunda, la “naturalización de la mente” (y, con ella, de la acción).
La naturalización de las normas es el intento de dar cuenta de la normatividad a partir de las ciencias empíricas, en la línea del “darwinismo moral” de Spencer, que trataba de fundamentar las normas éticas en el proceso evolutivo, o de la “sociobiología” de E. O. Wilson, que pretendía explicar el comportamiento de todos los animales extrapolando el egoísmo genético del mundo de los genes a los demás ámbitos de la vida. En la actualidad, desde la neuroética muchos autores (J. Haidt, M. Hauser, Patricia Churchland y M. S. Gazzaniga, entre otros) proponen dar cuenta de las opiniones y creencias morales como un conjunto de intuiciones, emociones y capacidades en gran parte innato, inscrito en nuestro cerebro por las “fuerzas” de la evolución:
Hemos desarrollado –escribe Hauser– un instinto moral, una capacidad que surge en cada niño, diseñada para generar juicios inmediatos sobre lo que está moralmente bien o mal, sobre la base de una gramática inconsciente de la acción. Una parte de esta maquinaria fue diseñada por la mano ciega de la selección darwiniana millones de años antes de que apareciera nuestra especie; otras partes se añadieron o perfeccionaron a lo largo de nuestra historia evolutiva y son exclusivas de los humanos y de nuestra psicología moral (HAUSER, 2008: 17)6.
La naturalización de la mente, por su parte, es el intento de reconstruir los conceptos mentales –como creencia, decisión, intención, deseos, emociones, dolor, etc.– de manera que puedan ser aceptados por las ciencias de la naturaleza. La neurociencia ofrece técnicas –como, por ejemplo, la resonancia magnética funcional– que permiten detectar los cambios en el flujo sanguíneo en el cerebro en el momento en que el individuo realiza determinadas tareas motoras o está en ciertos estados cognitivos o emocionales, lo que parece permitir correlacionar estados mentales con estados cerebrales, de manera que ante la presencia de un estado cerebral determinado se podría suponer que el sujeto tiene el estado mental correspondiente. Esto sugiere una estrecha conexión entre estados mentales y estados cerebrales, conexión que los “neurofilósofos” interesados en la mente pueden tratar de usar para explicarla (veremos más adelante estos intentos de explicación de la mente).
En lo que sigue trataré de dar cuenta de algunos problemas de la naturalización de las normas y de la naturalización de la mente, que apuntan a la imposibilidad (e irrazonabilidad) de satisfacer la tesis del reemplazo, pero también a la necesidad de la tesis de la complementariedad.
3. ALGUNOS PROBLEMAS DE LA NATURALIZACIÓN DE LAS NORMAS
3.1. Autores como Kant, Hume (o cierta interpretación de este autor) y Moore han contribuido a que el mundo de las normas se haya concebido como un ámbito separado e independiente del de la naturaleza, pero la neurociencia ha aportado argumentos con los que se ha puesto en cuestión esta imagen de lo normativo, tratando de mostrar que la moral no tiene tal autonomía. La principal vía para esta “naturalización de la normatividad” tiene relación con ciertas conclusiones a las que se ha llegado a partir de la realización de “experimentos éticos” de tipo psicológico y neurocientífico. Jonathan Haidt, por ejemplo, ha realizado una gran cantidad de encuestas en las que planteaba ciertos problemas morales, llegando a la conclusión de que las respuestas se basaban en rápidas intuiciones que luego los sujetos no sabían cómo racionalizar. A partir de ahí propuso que la moral es más una cuestión de intuiciones y emociones que de razones (HAIDT, 2012). Posteriormente Joshua Greene examinó con técnicas de neuroimagen la actividad cerebral de sujetos a los que se les planteaban diversos dilemas morales, llegando a la conclusión de que en los problemas morales que afectaban más personalmente a los sujetos había una mayor actividad de la zona que regula las emociones (GREENE, 2012). Marc Hauser, también por medio de encuestas que apuntaban a rasgos morales universales, ha propuesto la hipótesis de la existencia de un órgano moral, esto es, de una capacidad innata para el desarrollo de códigos morales que determina en parte el contenido de estos (algo así como una gramática moral universal, en analogía con la gramática universal postulada por Chomsky) (HAUSER, 2008). En esta línea, William Casebeer ha afirmado que la teoría moral aristotélica de la virtud es más plausible desde un punto de vista neurobiológico que la teoría moral kantiana o la de John Stuart Mill.
El punto de partida de Casebeer es que cada una de estas teorías contiene implícitas una psicología moral específica que exige capacidades cognitivas diferentes. Así, la teoría de Kant parecería requerir “al menos la capacidad de comprobar la consistencia lógica de máximas universalizadas de una manera independiente de la contaminación del afecto y la emoción”, capacidad que se correspondería con las funciones de la región frontal del cerebro. La teoría utilitarista de Mill requiere la capacidad de realizar cálculos utilitarios y el cultivo de emociones que nos muevan a procurar la felicidad de los demás, lo que implicaría las regiones prefrontal, límbica y sensorial del cerebro. La ética aristotélica de la virtud, por último, sería la más exigente, porque requiere educar nuestro carácter de manera que nuestros apetitos se coordinen con las buenas razones; esto implica una “psicología global” que exige una intervención coordinada de las regiones del cerebro anteriormente mencionadas. Pues bien, nuestro autor cree que hay pruebas para aceptar, tentativamente, que la “cognición moral” pone en marcha de manera coordinada diferentes sistemas y redes cerebrales relacionadas tanto con la cognición como con las emociones (es decir, las regiones prefrontal, frontal, límbica y sensorial: lo que podría llamarse “la zona de la cognición moral”), lo cual muestra que “existe una clara convergencia entre la neuroética contemporánea y la psicología moral aristotélica” (CASEBEER, 2003).
Como vemos, de lo que se trata es de derivar conclusiones acerca de la moral a partir de descripciones empíricas, de explicar la moral a partir del funcionamiento del cerebro. Sin embargo, algunas propuestas no