El Despertar Del Valiente. Morgan Rice
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Docenas más de los hombres de su padre estaban en línea mientras pasaban sacos de grano Pandesiano, pasándolos entre ellos amontonándolos en los carros; a su lado pasó otro carro repleto con escudos que sonaban al chocar entre ellos. Estaba amontonado tan alto que algunos cayeron a los lados, y los soldados se apuraron a volverlos a acomodar. Todo a su alrededor había carros saliendo de la fortaleza, algunos ya de camino a Volis y otros separándose en direcciones diferentes que había designado su padre, todos llenos hasta el tope. Kyra sintió un poco de consuelo al ver esto, sintiéndose menos mal por la guerra que había instigado.
Doblaron una esquina y Kyra pudo ver a su padre rodeado por sus hombres, ocupado inspeccionando espadas y lanzas que ellos sostenían para su aprobación. Él la miró acercarse y les hizo una señal a sus hombres, que al momento se dispersaron y los dejaron solos.
Su padre se volteó y miró a Anvin, y Anvin se quedó parado un momento, inseguro de la mirada callada de su padre pidiéndole claramente que se fuera también. Finalmente Anvin se volteó y se unió a los otros, dejando a Kyra sola con él. Ella también se sorprendió; nunca antes le había pedido a Anvin que se fuera.
Kyra lo miró y él tenía una mirada inescrutable como siempre, portando el rostro público y distante de un líder entre los hombres, y no el rostro íntimo del padre que ella conocía y amaba. Él la miró y ella se puso nerviosa al pasarle muchos pensamientos por la cabeza: ¿Estaba orgulloso de ella? ¿Estaba molesto por haberlos llevado a esta guerra? ¿Estaba decepcionado de que Theos la hubiera rechazado y abandonado a su ejército?
Kyra esperó, acostumbrada a sus largos silencios antes de hablar pero que ahora la confundían; mucho había cambiado entre ellos y muy rápido. Sentía como si hubiera crecido en una sola noche, mientras que él había cambiado por los eventos recientes; era como si ya no supieran como relacionarse el uno con el otro. ¿Era él el padre que siempre había conocido y amado, que le leía historias hasta muy entrada la noche? ¿O era ahora su comandante?
Él se quedó ahí observado, y ella se dio cuenta de que él no sabía qué decir mientras el silencio se hacía pesado entre ellos, con el único sonido siendo el del viento que pasaba entre ellos y el de antorchas siendo encendidas por los hombres que se preparaban para la noche. Finalmente Kyra no pudo soportar más el silencio.
“¿Vas a llevar todo esto de vuelta a Volis?” le preguntó mientras pasaba un carro lleno de espadas.
Él examinó el carro y pareció al fin salir de su meditación. No le regresó la mirada a Kyra, sino en vez de eso negó con la cabeza mientras miraba el carro.
“Ya no queda nada en Volis para nosotros sino la muerte,” dijo con una voz profunda y definitiva. “Ahora iremos al sur.”
Kyra se sorprendió.
“¿Al sur?” preguntó.
Él asintió.
“Espehus,” dijo él.
El corazón de Kyra se llenó de excitación al imaginarse su viaje a Espehus, la antigua fortaleza que se alzaba sobre el mar, su vecino más grande hacia el sur. Su excitación creció aún más al darse cuenta de que el ir ahí podría significar sólo una cosa: se preparaba para la guerra.
Él asintió como leyendo su mente.
“Ahora no hay marcha atrás,” dijo.
Kyra miraba a su padre con una sensación de orgullo que no había sentido en años. Ya no era más el guerrero complaciente viviendo su vida en la seguridad de un pequeño fuerte, sino ahora el valiente comandante que había conocido dispuesto a arriesgarlo todo por la libertad.
“¿Cuándo nos vamos?” preguntó con el corazón latiéndole anticipando su primer batalla.
Se sorprendió al verlo negar con la cabeza.
“Nosotros no,” la corrigió. “Yo y mis hombre. Tú no.”
Kyra estaba deshecha, con sus palabras como una daga en el corazón.
“¿Me dejarías atrás?” preguntó tartamudeando. “¿Después de todo lo que ha pasado? ¿Qué más debo hacer para probarte lo que soy?”
Él negó con la cabeza firmemente y ella estaba devastada al ver la dureza en sus ojos, mirada que ella sabía significaba que no iba a ceder.
“Tú irás con tu tío,” dijo. Era una orden, no una petición, y con estas palabras ella supo cuál era su posición: ahora ella era su soldado, no su hija. Eso le dolió.
Kyra respiró profundamente dispuesta a no rendirse tan pronto.
“Yo quiero pelear a tu lado,” insistió ella. “Puedo ayudarte.”
“Tú estarás ayudándome,” dijo él, “yendo a donde se te necesita. Necesito que vayas con él.”
Ella frunció el ceño tratando de entender.
“¿Pero por qué?” preguntó.
Él guardó silencio por un momento hasta que finalmente suspiró.
“Tu posees…” inició, “…habilidades que yo no entiendo. Habilidades que necesitaremos para ganar esta guerra. Habilidades que sólo tu tío sabrá cómo fomentar.”
Él extendió la mano y la tomó de los hombros con cariño.
“Si quieres ayudarnos,” añadió, “si quieres ayudar a nuestra gente, ahí es donde se te necesita. No necesito otro soldado, necesito los talentos especiales que tienes para ofrecer; las habilidades que nadie más tiene.”
Ella vio el deseo en sus ojos, y aunque se sintió horrible con la idea de no poder unírsele, sintió cierta tranquilidad en sus palabras junto con una elevada curiosidad. Se preguntaba a qué habilidades se refería y quien sería su tío.
“Ve y aprende lo que no puedo enseñarte,” añadió. “Vuelve más fuerte, y ayúdame a ganar.”
Kyra lo miró a los ojos y sintió como regresaban el respeto y el calor, y se sintió recuperada de nuevo.
“Es un viaje largo hasta Ur,” añadió. “Una cabalgata de tres días hacia el oeste y norte. Tendrás que cruzar Escalon sola. Tendrás que ser rápida y sigilosa evitando los caminos. La palabra se extenderá rápido sobre lo que ha ocurrido aquí, y los señores Pandesianos estarán furiosos. Los caminos serán peligrosos; permanecerás en los bosques. Cabalga al norte hasta el mar y mantenlo a la vista. Este será tu brújula. Sigue la costa y llegarás a Ur. Mantente alejada de las aldeas y de las personas. No te detengas. No le digas a nadie a dónde vas. No hables con nadie.”
La tomó de los hombros firmemente y sus ojos se oscurecieron con urgencia, asustándola.
“¿Me entiendes?” imploró. “Es una viaje peligroso para cualquier hombre, y mucho más para una chica sola. No puedo hacer que nadie te acompañe. Necesito que seas fuerte para poder hacerlo sola. ¿Lo eres?”
Ella pudo sentir el temor en su voz, el cariño de un padre consternado, y asintió con la cabeza enorgullecida de que le confiara una misión como esta.
“Lo soy, padre,” dijo con orgullo.