La Biblia en España, Tomo II (de 3). Borrow George
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La carcelera tenía hermosa voz y tocaba el instrumento favorito de los españoles con verdadera maestría. Estuve escuchando sus habilidades cerca de una hora, hasta que me retiré a mi habitación a descansar. Creo que continuó tocando y cantando la mayor parte de la noche, porque la oí todas las veces que me desperté, y aun entre sueños me sonaban en los oídos las cuerdas de la guitarra.
CAPÍTULO XXII
Dueñas. – Los hijos de Egipto. – Chalanerías. – El caballo de carga. – La caída. – Palencia. – Curas carlistas. – El mirador. – Sinceridad sacerdotal. – León. – Alarma de Antonio. – Calor y polvo.
Después de estar diez días en Valladolid nos pusimos en marcha para León. Llegamos al mediodía a Dueñas, ciudad notable por muchos motivos, distante de Valladolid seis leguas cortas. Hállase situada en una ladera, sobre la que se alza a pico una montaña de tierra calcárea coronada por un castillo en ruinas. En torno de Dueñas se ve multitud de cuevas excavadas en la pendiente y cerradas con fuertes puertas: son las bodegas donde se guarda el vino que en abundancia produce la comarca, y que se vende principalmente a los navarros y montañeses; acuden a buscarlo en carretas de bueyes y se lo llevan en grandes cantidades. Paramos en una mezquina posada de los arrabales, con idea de dar descanso a los caballos. Varios soldados de Caballería allí alojados aparecieron en seguida, y con ojos de gente experta empezaron a examinar mi caballo entero. «Este caballo tan bueno debiera ser nuestro – dijo el cabo – . ¡Qué pecho tiene! ¿Con qué derecho viaja usted en ese caballo, señor, haciendo falta tantos para el servicio de la reina? Este caballo pertenece a la requisa.» «Con el derecho que me da el haberlo comprado, y el ser yo inglés» – repliqué. «¡Oh, su merced es inglés! – respondió el cabo – . Eso es otra cosa. A los ingleses se les permite en España hacer de lo suyo lo que quieran, permiso que no tienen los españoles. Caballero, he visto a sus paisanos de usted en las provincias vascongadas: vaya, ¡qué jinetes y qué caballos! Tampoco se baten mal; pero lo que mejor hacen es montar. Los he visto subir por los barrancos en busca de los facciosos, y caer sobre ellos de improviso cuando se creían más seguros y no dejar ni uno vivo. La verdad: este caballo es magnífico; voy a mirarle el diente.»
Miré al cabo; tenía la nariz y los ojos dentro de la boca del caballo. Los demás de la partida, que podían ser seis o siete, no estaban menos atareados. El uno le examinaba las manos; el otro, las patas; éste tiraba de la cola con toda su fuerza, mientras aquél le apretaba la tráquea para descubrir si el animal tenía allí alguna tacha. Por fin, al ver al cabo dispuesto a aflojarle la silla para reconocerle el lomo, exclamé:
– Quietos, chabés8 de Egipto; os olvidáis de que sois hundunares9, y que no estáis paruguing grastes10 en el chardí11.
Al oír estas palabras, el cabo y los soldados volvieron completamente el rostro hacia mí. Sí; no cabía duda: eran los semblantes y el mirar fijo y velado de los hijos de Egipto. Lo menos un minuto estuvimos mirándonos mutuamente, hasta que el cabo, en la más elocuente lamentación gitana imaginable, me dijo: ¡El erray12 nos conoce a nosotros, pobres Caloré!13 ¿Y dice que es inglés? ¡Bullati!14 No me figuraba encontrar por aquí un Busnó15 que nos conociera, porque en estas tierras no se ven nunca gitanos. Sí; su merced acierta; somos todos de la sangre de los Caloré. Somos de Melegrana16, y de allí nos sacaron para llevarnos a las guerras. Su merced ha acertado; al ver este caballo nos hemos creído otra vez en nuestra casa en el mercado de Granada; el caballo es paisano nuestro, un andalou verdadero. Por Dios, véndanos su merced este caballo; aunque somos pobres Caloré, podemos comprarlo.
– Os olvidáis de que sois soldados; ¿cómo me ibais a comprar el caballo?
– Somos soldados – replicó el cabo – ; pero no hemos dejado de ser Caloré. Compramos y vendemos bestis; nuestro capitán va a la parte con nosotros. Hemos estado en las guerras; pero no queremos pelear; eso se queda para los Busné. Hemos vivido juntos y muy unidos, como buenos Caloré; hemos ganado dinero. No tenga usted cuidao. Podemos comprarle el caballo.
Al decir esto, sacó una bolsa con diez onzas de oro lo menos.
– Si quisiera venderlo – repuse – , ¿cuánto me daríais por el caballo?
– Entonces su merced desea vender el caballo. Eso ya es otra cosa. Le daremos a su merced diez duros por él. No vale para nada.
– ¿Cómo es eso? – exclamé – . Hace un momento me habéis dicho que era un caballo muy bueno, paisano vuestro.
– No, señor; no hemos dicho que sea Andalou, hemos dicho que es Extremou, y de lo peor de su casta. Tiene diez y ocho años, es corto de resuello y está malo.
– Pero si yo no quiero vender el caballo; al contrario. Más bien necesito comprar que vender.
– ¿Su merced no quiere vender el caballo? – dijo el gitano – . Espere su merced: daremos sesenta duros por el caballo de su merced.
– Aunque me dierais doscientos sesenta. ¡Meclis, meclis!17, no digas más. Conozco las tretas de los gitanos. No quiero tratos con vosotros.
– ¿No ha dicho su merced que desea comprar un caballo? – preguntó el gitano.
– No necesito comprar ninguno – exclamé – . De necesitar algo, sería una jaca para el equipaje. Pero se ha hecho tarde; Antonio, paga la cuenta.
– Espere su merced; no tenga tanta prisa – dijo el gitano – . Voy a traerle lo que usted necesita.
Sin aguardar respuesta corrió a la cuadra, y a poco salió trayendo por el ramal una jaca ruana, de unos trece palmos de alzada, llena de mataduras y señales de las cuerdas y ataderos. La estampa, sin embargo, no era mala, y tenía un brillo extraordinario en los ojos.
– Aquí tiene su merced – dijo el gitano – la mejor jaca de España.
– ¿Para qué me enseñas ese pobre animal? – pregunté.
– ¿Pobre animal? – repuso el gitano – . Es un caballo mejor que su Andalou de usted.
– Puede que no quisieras cambiarlos – dije yo sonriendo.
– Señor, lo que yo digo es que puesto a correr, le saca ventaja a su Andalou de usted.
– Está muy flaco – respondí – . Me parece que concluirá muy pronto de pasar fatigas.
– Flaco
8
Plural de
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Soldados.
10
11
Feria.
12
Caballero.
13
Plural de
14
15
Un hombre no gitano; un gentil.
16
Granada.
17
¡Quita de ahí! ¡Déjame!