Dramas. Уильям Шекспир

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Dramas - Уильям Шекспир

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Estéfano.)

LORENZO

      ¿Quién viene en el silencio de la noche?

ESTÉFANO

      Un amigo.

LORENZO

      ¿Quién? Decid vuestro nombre.

ESTÉFANO

      Soy Estéfano. Vengo á deciros que, antes que apunte el alba, llegará mi señora á Belmonte. Ha venido arrodillándose y haciendo oracion al pié de cada cruz que hallaba en el camino, para que fuese feliz su vida conyugal.

LORENZO

      ¿Quién viene con ella?

ESTÉFANO

      Un venerable ermitaño y su doncella. Dime, ¿ha vuelto el amo?

LORENZO

      Todavía no, ni hay noticia suya. Vamos á casa, amiga, á hacer los preparativos para recibir al ama como ella merece.

      (Sale Lanzarote.)

LANZAROTE

      ¡Hola, ea!

LORENZO

      ¿Quién?

LANZAROTE

      ¿Habeis visto á Lorenzo ó á la mujer de Lorenzo?

LORENZO

      No grites. Aquí estamos.

LANZAROTE

      ¿Dónde?

LORENZO

      Aquí.

LANZAROTE

      Decidle que aquí viene un nuncio de su amo, cargado de buenas noticias. Mi amo llegará al amanecer.

      (Se va.)

LORENZO

      Vamos á casa, amada mia, á esperarlos. ¿Pero ya para qué es entrar? Estéfano, te suplico que vayas á anunciar la venida del ama, y mandes á los músicos salir al jardin.

      (Se va Estéfano.)

      ¡Qué mansamente resbalan los rayos de la luna sobre el césped! Recostémonos en él: prestemos atento oido á esa música suavísima, compañera de la soledad y del silencio. Siéntate, Jéssica: mira la bóveda celeste tachonada de astros de oro. Ni áun el más pequeño deja de imitar en su armonioso movimiento el canto de los ángeles, uniendo su voz al coro de los querubines. Tal es la armonía de los séres inmortales; pero mientras nuestro espíritu está preso en esta oscura cárcel, no la entiende ni percibe.

      (Salen los músicos.)

      Tañed las cuerdas, despertad á Diana con un himno, halagad los oidos de vuestra señora y conducidla á su casa entre música.

JÉSSICA

      Nunca me alegran los sones de la música.

LORENZO

      Es porque se conmueve tu alma. Mira en el campo una manada de alegres novillos ó de ardientes y cerriles potros: míralos correr, agitarse, mugir, relinchar. Pero en llegando á sus oidos son de clarin ó ecos de música, míralos inmóviles, mostrando dulzura en sus miradas, como rendidos y dominados por la armonía. Por eso dicen los poetas que el tracio Orfeo arrastraba en pos de sí árboles, rios y fieras: porque nada hay tan duro, feroz y selvático que resista al poder de la música. El hombre que no siente ningun género de armonía, es capaz de todo engaño y alevosía, fraude y rapiña; los instintos de su alma son tan oscuros como la noche, tan lóbregos como el Tártaro. ¡Ay de quién se fie de él! Oye, Jéssica.

      (Salen Pórcia y Nerissa.)

PÓRCIA

      En mi sala hay luz. ¡Cuán lejos llegan sus rayos! Así es el resplandor de una obra buena en este perverso mundo.

NERISSA

      No hemos visto la luz, al brillar los rayos de la luna.

PÓRCIA

      Así oscurece á una gloria menor, otra más resplandeciente. Así brilla el ministro hasta que aparece el monarca, pero entonces desaparece su pompa, como se pierde en el mar un arroyo. ¿No oyes música?

NERISSA

      Debe de ser en tu puerta.

PÓRCIA

      Suena áun más agradable que de dia.

NERISSA

      Efecto del silencio, señora.

PÓRCIA

      El cantar del cuervo es tan dulce como el de la alondra, cuando no atendemos á ninguno de los dos, y de seguro que si el ruiseñor cantara de dia, cuando graznan los patos, nadie le tendria por tan buen cantor. ¡Cuánta perfeccion tienen las cosas hechas á tiempo! ¡Silencio! Duerme Diana en brazos de Endimion, y no tolera que nadie turbe su sueño. (Calla la música.)

LORENZO

      Es voz de Pórcia, ó me equivoco mucho.

PÓRCIA

      Me conoce como conoce el ciego al cuco: en la voz.

LORENZO

      Señora mia, bien venida seais á esta casa.

PÓRCIA

      Hemos rezado mucho por la salud de nuestros maridos. Esperamos que logren buena fortuna gracias á nuestras oraciones. ¿Han vuelto?

LORENZO

      Todavía no, pero delante de ellos vino un criado á anunciar su venida.

PÓRCIA

      Nerissa, véte y dí á los criados que no cuenten nada de nuestra ausencia. Vosotros haced lo mismo, por favor.

LORENZO

      ¿No ois el son de una trompa de caza? Vuestro esposo se acerca. Fiad en nuestra discrecion, señora.

PÓRCIA

      Esta noche me parece un dia enfermo: está pálida: parece un dia anubarrado.

      (Salen Basanio, Antonio, Graciano y acompañamiento.)

BASANIO

      Si amanecierais vos, cuando él se ausenta, seria de dia aquí al mismo tiempo que en el hemisferio contrario.

PÓRCIA1

      ¡Dios nos ayude! ¡Bien venido seais á esta casa, señor mio!

BASANIO

      Gracias, señora. Esa bienvenida dádsela á mi amigo. Este es aquel Antonio á quien tanto debo.

PÓRCIA

      Grande debe ser la deuda, pues si no he entendido mal, por vos se vió en gran peligro.

ANTONIO

      Por grande que fuera, está bien pagada.

PÓRCIA

      Con bien vengais á nuestra casa. El agradecimiento se prueba con obras, no con palabras. Por eso no me detengo en discursos vanos.

GRACIANO

      (A Nerissa.) Te juro por la luna, que no tienes razon y que me agravias. Ese anillo se lo dí á un pasante de letrado. ¡Muerto le viera yo, si hubiera sabido que tanto lo sentirias, amor mio!

PÓRCIA

      ¿Qué cuestion es esa?

GRACIANO

      Todo es por un anillo, un mal anillo de oro que ella me dió, con sus letras grabadas que decian: «Nunca olvides mi amor.»

NERISSA

      No se trata del valor del anillo, ni de la inscripcion, sino que cuando te lo dí, me juraste conservarlo hasta tu muerte y llevarlo contigo al sepulcro. Y ya que no fuera por amor mio, á lo menos por los juramentos y ponderaciones

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Suprimo un juego de palabras intraducible.