La letra escarlata. Hawthorne Nathaniel

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La letra escarlata - Hawthorne Nathaniel

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tan vitales y tan activos, pero que se habían entregado al reposo de la manera más tranquila del mundo, cobraban vida y vigor. Una de las ocasiones en que mis hábitos de otros días renacieron, fué la que dió margen á que ofrezca al público el bosquejo que estoy trazando.

      En el segundo piso de la Aduana hay una vasta habitación cuyas vigas y enladrillado nunca han sido cubiertos con torta y artesonado. El edificio, que se ideó en una escala en armonía con el antiguo espíritu comercial del puerto y la esperanza de una prosperidad futura que nunca había de realizarse, tiene más espacio del que era necesario y al que no se puede dar uso alguno. Por lo tanto, el gran salón que está encima de las habitaciones del Administrador, se ha quedado por concluir, y á pesar de las telarañas que adornan sus empolvadas vigas, parece como que espera la mano del carpintero y del albañil. En una extremidad de dicha habitación había cierto número de barriles, amontonados unos sobre otros, y llenos de líos de documentos oficiales, de los cuales gran número yacía también en el pavimento. ¡Tristeza causaba pensar en los días, y semanas, y meses y años de trabajo que se habían empleado en esos papeles enmohecidos, que eran ahora simplemente un estorbo, ó estaban ocultos en un olvidado rincón donde jamás ojos humanos les darían una mirada! Pero también, ¡cuántas resmas y resmas de otros manuscritos, llenos, no de las fastidiosas fórmulas oficiales, sino de los pensamientos de una clara inteligencia y de las ricas efusiones de un corazón sensible, han ido á parar igualmente al olvido más completo! Y lo más triste de todo, sin que en su tiempo, como las pilas de papeles de la Aduana, hubieran proporcionado á aquellos que los borronearon las comodidades y medios de subsistencia que obtuvieron los aduaneros con los rasgos inservibles y comunes de sus plumas. Sin embargo, esto último no es completamente exacto, pues no carecen de valor para la historia local de Salem; y en esos papeles podrían descubrirse noticias y datos estadísticos del antiguo tráfico del puerto, y recuerdos de sus grandes comerciantes y otros magnates de la época, cuyas inmensas riquezas comenzaron á ir á menos mientras sus cenizas estaban aún calientes. En esos papeles pudiera hallarse el origen de los fundadores de la mayor parte de las familias que constituyen ahora la aristocracia de Salem, desde sus obscuros principios cuando se dedicaban á trafiquillos de poca monta, hasta lo que hoy consideran sus descendientes una jerarquía establecida de larga fecha.

      Es lo cierto que hay una gran escasez de documentos oficiales relativos á la época anterior á la Revolución, circunstancia que muchas veces he lamentado, pues esos papeles podrían haber contenido numerosas referencias á personas ya olvidadas, ó de que aún se conserva recuerdo, así como á antiguas costumbres que me habrían proporcionado el mismo placer que experimentaba cuando encontraba flechas de indios en los campos cerca de la Antigua Mansión.

      Pero un día lluvioso, en que no tenía mucho en que ocuparme, tuve la buena fortuna de hacer un descubrimiento de algún interés. Revolviendo aquella pila de papeles viejos, y huroneando entre ellos; desdoblando alguno que otro documento, y leyendo los nombres de los buques que luengos años ha desaparecieron en el fondo del océano, ó se pudrieron en los muelles, así como los de los comerciantes que ya no se mencionan en la Bolsa, ni aún apenas pueden descifrarse en las dilapidadas losas de sus tumbas; contemplando esos papeles con aquella especie de semi-interés melancólico que inspiran las cosas que no sirven ya para nada, me vino á las manos un paquete pequeño cuidadosamente envuelto en un pedazo de antiguo pergamino amarillo. Esta cubierta tenía el aspecto de un documento oficial de un período remoto, cuando los escribientes trazaban sus signos en materiales de mayor solidez que los nuestros. Había en el paquete algo que despertó vivamente mi curiosidad y me llevó á deshacer la cinta de un rojo desvanecido que lo ataba, animado de la idea de que iba á sacar á luz un tesoro. Al desdoblar el rígido pergamino, ví que era el nombramiento expedido por el Gobernador Shirley en favor de un tal Jonatán Pue para el empleo de Inspector de las Aduanas de Su Majestad en el puerto de Salem, en la Provincia de la Bahía de Massachusetts. Recordé que había leído, creo que en los Anales de Felt, la noticia del fallecimiento del Sr. Inspector Pue, ocurrido hacía unos ochenta años; y que también en un periódico de nuestros días había visto el relato de la extracción de sus restos mientras se restauraba la Iglesia de San Pedro, en cuyo pequeño cementerio estaban enterrados. Por más señas que sólo hallaron un esqueleto incompleto y una enorme peluca bien conservada. Al examinar los papeles con mayor detenimiento, ví que no eran oficiales, sino privados, y al parecer de letra y puño del Inspector. La única explicación que pude darme del porqué se encontraban en la pila de papeles de que he hablado, consiste en que el Sr. Pue falleció repentinamente, y esos escritos, que probablemente conservaba en su bufete oficial, nunca llegaron á manos de sus herederos, por suponerse que tal vez se referían á asuntos del servicio de la Aduana.

      Se me figura que las ocupaciones anexas á su empleo dejaban al antiguo Inspector en aquellos tiempos muchas horas libres que dedicar á investigaciones históricas locales y á otros asuntos de igual naturaleza. No pequeña parte de los datos que hallé en los papeles de que hablo, me sirvieron de mucho para el artículo titulado la CALLE PRINCIPAL incluído en uno de mis libros.

      Pero lo que más me atrajo la atención en el misterioso paquete, fué algo forrado con paño de un rojo hermoso, bien que bastante gastado y desvanecido. Había también en el forro visibles huellas de un bordado de oro, igualmente muy gastado, de tal modo que puede decirse que apenas quedaba nada. Se conoce que había sido hecho á la aguja con sorprendente habilidad; y las puntadas, como me aseguraron damas muy peritas en el asunto, dan prueba patente de un arte ya perdido, que no es posible restaurar, aunque se fueran sacando uno á uno los hilos del bordado. Este harapo de paño color de escarlata, – pues los años y las polillas lo habían reducido en realidad á un harapo, y nada más, – después de examinado minuciosa y cuidadosamente parecía tener la forma de la letra A. Cada una de las piernas ó trazos de la letra tenía precisamente tres pulgadas y cuarto de longitud. No quedaba duda alguna que se había ideado para adorno de un vestido; pero cómo debió de usarse, y cuál era la categoría, dignidad ó empleo honorífico que en otros tiempos significaba, era para mí un verdadero enigma que no tenía muchas esperanzas de resolver. Y sin embargo, me produjo un extraño interés. Mis miradas se fijaron tenazmente en la antigua letra de color escarlata, y no querían apartarse de ella. Había con seguridad algún sentido oculto en aquella letra, que merecía la pena de investigarse, y que, por decirlo así, parecía emanar del símbolo místico, revelándose sutilmente á mis sentimientos pero rehuyendo el análisis de la inteligencia.

      Mientras me hallaba así, todo perplejo, pensando, entre otras cosas, que acaso esa letra habría sido uno de los adornos de que hacían uso los blancos para atraerse la atención de los indios, me la puse casualmente sobre el pecho. El lector sin duda se sonreirá cuando le diga, aunque es la pura verdad, que me pareció experimentar una sensación, que si no enteramente física, casi era la de un calor abrasante; como si la letra no fuera un pedazo de paño rojo, sino un hierro candente. Me estremecí, é involuntariamente la dejé caer al suelo.

      La contemplación de la letra escarlata me había hecho descuidar el examen de un pequeño rollo de papel negruzco al que servía de envoltorio. Lo abrí al fin, y tuve la satisfacción de hallar, escrita de puño y letra del antiguo Inspector de Aduana, una explicación bastante completa de toda la historia. Había varios pliegos de papel de á folio que contenían muchos particulares acerca de la vida y hechos de una tal Ester Prynne, que parecía haber sido persona notable para nuestros antepasados, allá á fines del siglo diez y siete. Algunos individuos, muy entrados en años, que vivían aún en la época del Inspector Pue, y de cuyos labios había éste oído la narración que confió al papel, recordaban haberla visto cuando jóvenes, y cuando dicha Ester era ya muy anciana, aunque no decrépita, y de aspecto majestuoso é imponente. De tiempo inmemorial era su costumbre, según decían, recorrer el país como enfermera voluntaria, haciendo todo el bien que podía, y dando consejos en todas las materias, principalmente en las que se relacionaban con los afectos del corazón, lo que dió lugar á que si muchos la reverenciaban como á un ángel, otros la consideraran una verdadera calamidad. Registrando más minuciosamente el manuscrito, hallé la historia de otros actos y padecimientos de esta mujer singular, muchos de los cuales encontrará el lector en la narración titulada "LA LETRA ESCARLATA";

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