¿Psicólogo o no psicólogo? Cuándo y a quién consultar. Patrick Delaroche

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¿Psicólogo o no psicólogo? Cuándo y a quién consultar - Patrick Delaroche Cuestiones de padres

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sujeto que lo ha «fabricado». El niño, como el adolescente o el adulto, no es un personaje pasivo, víctima de su enfermedad o de su entorno, sino un sujeto activo que se defiende como puede de las agresiones vengan de donde vengan, externas o internas. El inconsciente es el que determina su manera de responder a los traumas. Esta respuesta puede ser defensiva e ir dirigida hacia los demás, aunque normalmente va dirigida hacia uno mismo. El síntoma, efectivamente, manifiesta una mezcla de heteroagresividad y de agresividad hacia sí mismo. Por ejemplo, el niño que es agredido con frecuencia durante los recreos intentará resolver solo su problema en lugar de ir a quejarse a un adulto. ¿Por qué? Porque cree que puede superar con sus propios medios el sentimiento de inferioridad que generan en él tales agresiones y porque piensa que contárselo a un adulto agravaría este sentimiento. Según esta lógica, para comprender lo que desencadena sus acciones, llegará a provocar a sus agresores e incluso a preguntarles qué tienen en contra de él (evidentemente con un efecto inverso al deseado).

      Los síntomas pueden indicar el inicio de una neurosis. La neurosis, cuya etimología demuestra que al principio se consideraba un trastorno neurológico, es, de hecho, la manera particular en que el niño se defiende de las agresiones de la vida. Puede adoptar diferentes formas, histéricas o fóbicas, igual que puede ser más o menos intensa, o incluso no manifestarse con síntomas visibles o molestos. Una intervención precoz es preferible, porque permite identificar más fácilmente el origen de esta dolencia.

      Así, cualquier preocupación justifica el hecho de pedir hora al especialista. No es cuestión de grados de importancia, sino de percepción y de sensibilidad. Mi propósito no es enumerar de manera exhaustiva los síntomas de los niños, sino llamar la atención sobre un tipo de sufrimiento. La ansiedad, evidentemente, parece un síntoma claro de sufrimiento. Está claro que el niño que llora mucho y se encierra en sí mismo es infeliz y suscita compasión. Aunque no parezca que esté sufriendo en todo momento, no por ello su sufrimiento silencioso deja de ser intenso. El niño (demasiado) obediente, que saca buenas notas en clase y cuyo comportamiento es irreprochable, también puede «esconder» cierto malestar, así como los trastornos del comportamiento, los conflictos, los malos resultados escolares, que llaman inevitablemente la atención (y que quizás solo sirvan para eso) y que pueden ser muy molestos para los demás. A menudo, las consecuencias manifiestas de este sufrimiento-excitación destinado a llamar la atención del entorno son contraproducentes: un niño cuyo comportamiento es provocador, agresivo, con malos resultados escolares y que constantemente hace tonterías acaba poniendo nerviosos y despertando la agresividad de los padres, que lo interpretan como un comportamiento de mala fe, de desobediencia. Sin embargo, son síntomas que hablan de un sufrimiento imposible de desvelar, y estos niños también necesitan ser comprendidos y aliviados. El especialista está para leer lo que ocultan estas dificultades, con la ayuda de los padres. A continuación, describiré algunas de ellas:

      ♦ Ansiedad

      Aun siendo pequeño, el niño puede estar sometido a la ansiedad y ser consciente de ello. Evidentemente, absorbe la de sus padres, pero no es la única explicación a su sufrimiento.

      Sonia, de 6 años, es la menor de tres hijas, la mayor de la cual se ha suicidado hace poco. Pero sus problemas empezaron antes. De sí misma dice: «Todo me da miedo. Tienen que acompañarme para ir al retrete». Pide ayuda y quiere hablar; sus dificultades vienen de lejos, las expresa fácilmente y es consciente de ellas. Está claro que no se trata de un problema puntual: existe lo que se llama inicio de neurosis, es decir, unos síntomas que pueden organizarse y volverse repetitivos.

      Francisco, de 8 años y medio, tiene un largo historial de enfermedades. Con 2 meses y medio, tuvo una erupción en el momento del destete con vómitos y diarreas que le obligaron a permanecer cuarenta y ocho horas en el hospital. Después, tuvo espasmos del sollozo. Con 3 años, sufrió una grave infección (salmonelosis); con 7, se fracturó el puño, y con 8, tuvo ataques de pielonefritis (infección de las vías urinarias) debidos a una malformación de las vías excretoras. Cuando lo veo, de entrada dice que ha venido para hablar de sus ansiedades. Sabe que cuando «nos explicamos dejamos de tener miedo y que si hablamos de todo nos sentimos más tranquilos». Cuenta sin dificultad las pesadillas que evocan los miedos que debió de sentir en el hospital: está rodeado de tubos, hay agua que gotea y de repente se produce un terremoto. O está rodeado de «muchos señores que quieren matarlo». ¿De qué tiene miedo? De tener muchas enfermedades; el tétanos, por ejemplo. Tiene miedo a ahogarse si hay mucho humo, miedo a las avispas, a las arañas, a las serpientes. Su madre explicará que tiene muchas manías, porque le da miedo el contacto con la suciedad y los microbios. En este caso, se ve claramente que el tratamiento requerirá tiempo.

      El niño puede luchar contra la ansiedad mediante mecanismos de defensa que son verdaderos síntomas que interfieren en la vida diaria y que pueden organizarse en forma de neurosis. Francisco lucha contra la suya empezando a establecer lo que se conoce como ritos. Estos ritos son mecanismos mágicos que el niño inventa para evitar la ansiedad: por ejemplo, piensa que, si toca tantas veces la puerta o el grifo, estos elementos permanecerán cerrados a pesar de una intervención externa. Otros niños focalizan su ansiedad en un objeto determinado capaz de representar el peligro. Esta ansiedad, a su vez, puede angustiar a los padres, y así se crea un círculo vicioso. Por ello es importante tranquilizarlos y mostrarles que el niño tiene derecho a angustiarse, porque como todo ser humano está sujeto al sufrimiento físico y psíquico, y también que ellos no son los más adecuados para resolver esta ansiedad. Estos dos niños podrán optar por una psicoterapia porque hablan abiertamente y son conscientes de que necesitan una ayuda externa, a pesar de su tierna edad.

      ♦ Dificultades de concentración

      Los trastornos de la atención se explican por la existencia de preocupaciones inconscientes que impiden trabajar a los niños, pues tienen la mente ocupada en otras cosas.

      Adela, de 10 años de edad, está en sexto y no retiene nada de lo que se dice en clase. Quiere saber por qué no retiene lo que aprende. Su única preocupación es pasar a secundaria, y no recuerda sus sueños. Le cuesta dormirse. De hecho, sus dificultades provienen de una inseguridad perpetua que le hace dudar constantemente entre dos respuestas.

      David, de 11 años y medio, está en primero de secundaria. Duerme bien, pero él tampoco recuerda sus sueños. ¿Preocupaciones? Ah, sí, sus abuelos arqueólogos van a volver al pueblo, a su casa. Hablar de ello le resulta fácil y explica que encontraron una espada que perteneció a los romanos en la costa de Tarragona.

      Aurelia, de 9 años, está en cuarto. En clase dormita, según el profesor. Cree que ni las matemáticas ni la lengua le van bien; olvida las cosas, como el enunciado de los problemas, por ejemplo. También explica que se lleva mal con su hermano, de 6 años, que le molesta cuando se bañan. Deben hacerlo juntos porque de lo contrario «se termina el agua caliente».

      Estos fragmentos de primeras consultas muestran que las preocupaciones del niño no son realmente inconscientes, en la medida en que son las que les vienen a la mente cuando se les pregunta qué tal va todo «aparte de la escuela». Pero lo que es inconsciente es que no se han resuelto debido a múltiples razones: porque no han sido evocadas lo suficiente en familia (duelo, celos…) o porque el niño ha sentido que no debía hablar de ello por miedo a «dar pena a sus padres».

      ♦ Bloqueo escolar

      Los niños que quedan atrapados en situaciones que les superan suelen ser incapaces de liberarse hablando simplemente con alguien que no puede descifrar lo que dicen. El psicodrama (véase el capítulo 5) recrea su universo y les permite hablar; por ello es tan eficaz en los bloqueos que paralizan la expresión y que hacen imposible la psicoterapia.

      Julián, de 6 años, está en primero y no puede estarse quieto. Esto interfiere mucho en sus tareas escolares e impide trabajar a los demás. Sus padres se sienten

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