El ángel caído. Massimo Centini

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El ángel caído - Massimo Centini

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todos aquellos que no tienen la certeza de los designios de Dios.

      En un estadio intermedio podríamos colocar aquí a todos aquellos que, con una actitud a menudo ambigua, temen a Dios, y lo consideran una especie de «controlador» siempre atento para castigar a los que no respetan las reglas impuestas. Tal actitud, sin embargo, puede ser de difícil comprensión tanto para los que poseen fe, como para los que carecen de ella.

      Esta tendencia provoca, además, la formación de la imagen de un Dios que da miedo, que puede ser autor de la destrucción y regulador del mal; un Dios similar a las divinidades paganas, alejadas de la armonía del Verbo.

      Pero, ¿cuál es el sentido de un Dios que debe dar miedo?

      No olvidemos que el dolor no se puede suprimir porque está connaturalizado con la naturaleza, y el mal no puede ser eliminado porque está connaturalizado con Dios.

      En el Antiguo Testamento, la intervención de Dios ha bajado directamente a la historia, y por esto nos parece más fuerte, más violento, en pocas palabras, más humano. Distinta es la cuestión en el Nuevo Testamento, donde la presencia divina está siempre mediada por la figura histórica de Jesucristo.

      Tengamos en cuenta que, cuando el psicoanálisis se une con la teología, existe la posibilidad – opinable según nuestro punto de vista— de imputar completamente a Dios el origen y el uso de la violencia, situándola así fuera de la responsabilidad humana y, en cierto modo, exorcizándola.

      Un Dios según el cual: «Está bien lo que quiero», por fuerza debe ser un dios inventado por los hombres. Una creación que sugiere, entre líneas, «tener a Dios de su lado», para sentirse en lo justo otorgándose así el derecho a juzgar.

      Ninguna civilización puede estar fundada en verdades relativas, sino que debe basarse necesariamente en valores absolutos, en los cuales pueda construir sus propias certezas. Cuando en el Éxodo (83, 19) encontramos un Dios que afirma: «Extenderé mi mano y alcanzaré Egipto con todos los prodigios», y luego vemos el efecto de las siete plagas devastadoras, no podemos no temer la ira divina. La mortandad infantil, una de las plagas que afecta incluso al hijo del faraón, sugiere un Dios tremendo y no misericordioso, un Dios alejado de los barroquismos del icono y que debe ser visto, cuando sea necesario, como un castigador.

      A veces ocurre que nos sentimos como niños que, después de haber escuchado algunas de las narraciones de la Biblia o visto películas como El príncipe de Egipto, se preguntan: «Pero entonces, ¿Dios es malo?».

      No, Dios permite que Satanás nos ponga a prueba. Hasta el final.

      La historia del diablo

      En el mundo antiguo había varias figuras que, por aspecto y carácter, pueden compararse a nuestro modelo de diablo. Son seres que han desempeñado papeles simbólicos importantes en las religiones del Próximo y Medio Oriente.

      Sumerios y asirio-babilonios

      En Sumeria, se hallan las expresiones más antiguas de una demonología y angelología que influenciaría a los asirio-babilonios, al mundo hebraico hasta el cristianismo. En la cultura de los sumerios, las criaturas demoniacas estaban asociadas a efectos concretos (enfermedades, fenómenos atmosféricos, etc.) y su papel era directamente negativo, comprensible por todos, incluso sin el apoyo de la interpretación teológica.

      Humbaba, por ejemplo, estaba asociado a la tormenta del desierto: «Tiene una voz que es huracán, una boca que es fuego, un aliento que es muerte».

      Frecuentemente, los demonios ocupaban un lugar privilegiado en el mundo de los difuntos: Namtaru vivía en A-ra-li, el reino de los muertos, dominado por Nergal y su esposa Non-ki-gal.

      Los arqueólogos han realizado importantes hallazgos que nos ofrecen indicaciones puntuales sobre el papel de los demonios en la cultura asirio-babilónica, como por ejemplo los textos de los exorcismos utilizad para liberar a quien estaba poseído por seres malvad cuyas características y obras eran afines a nuestra idea d diablo.

      El demonio Pazuzu: alas, patas y garras son elementos que aparecen continuamente en la iconografía occidental en la representación del diablo

      La figura más temida entre los antiguos del Próximo Oriente era el citado Nergal, cuyo nombre correspondía al «furioso señor de la ciudad grande». Por «ciudad grande» se entendía el Infierno, al que los asirio-babilonios daban otros nombres: «tierra inferior» (shaplitu) o «tierra sin retorno» (kur-un-gi-a).

      Según la tradición, el temido Nergal bajaba a los infiernos en el solsticio de verano (el mes de tammuz, un periodo que correspondía a nuestros meses de junio y julio) y volvía a subir a finales del mes de kislev (entre noviembre y diciembre).

      Con su grupo de demonios, Nergal traía enfermedades y epidemias a las gentes. Namtaru, por su lado, traía la peste.

      Muy próxima al «Señor de la ciudad grande» tenemos a Ereshkigal, la «Señora del infierno», a quien se atribuía el papel de jueza de las almas de aquellos que entraban en el reino de las sombras.

      Los demonios tenían acceso al mundo de los vivos a través de experiencias concretas: el mal que producían era de carácter físico, es decir, objetivo; faltaba, pues, la reflexión ontológica en el plano ético y moral. El mal no era objeto de profundización filosófica, sino de una toma de posición concreta a nivel mágico. La actividad contra los demonios se convertía así en una forma de exorcismo contra los trastornos y las enfermedades, que se creía eran causadas por su acción nefasta.

      Una de las «criaturas infernales responsables de enfermedades» más temida era Sag-gig, que en sumerio se refería tanto a la jaqueca como al demonio culpable de que se manifestara tal molestia. El aspecto de este malvado debía ser terrorífico:

      Su cabeza es la de un demonio,

      su forma es la de un torbellino,

      su apariencia la de los cielos entenebrecidos,

      su rostro es oscuro como la profunda sombra del bosque.

      Los exorcismos contra Sag-gig eran fórmulas mágicas. Veamos algunos efectos causados por el «demonio del dolor de cabeza»:

      Abate como una caña al hombre que no teme su dios,

      como tallo de henné, lo atraviesa desde la cabeza hasta los pies;

      acaba con los músculos de aquellos que no tienen una diosa protectora.

      El hombre que lo sufre no puede beber,

      ya no tiene más sueños agradables en su descanso,

      no es capaz de mover una extremidad.

      Es una enfermedad que maltrata los miembros como si fueran de arcilla,

      obtura los orificios de la nariz como polvo,

      rompe los dedos como cuerda tensada al viento,

      parte en dos el pecho como tallo de henné[2].

      Contra Sag-gig se efectuaba una forma singular de exorcismo en la que se buscaba pasar el demonio a una hogaza, puesta por una mujer anciana en la cabeza del poseído, y hecha con zanahorias y varios tipos de harina de cereales.

      Alfonso

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THOMPSON, R. C., The devils and evils spirits of Babylonia, Londres, 1903, p. 86.