El ángel caído. Massimo Centini

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El ángel caído - Massimo Centini

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importante que tiene cierto interés para comprender el papel que se adjudicaba al demonio del dolor de cabeza: «Es probable que muchos textos sumerios, cuando hacen referencia al dolor de cabeza, se refieran más que a la hemicránea o cefalea, a los fenómenos cerebroespinales que normalmente acompañan la insolación, frecuente en un país de temperaturas altas»[3].

      Mayores eran los efectos causados por el malvado Namtaru, el demonio de la peste, de quien no se señalaba el aspecto y que tenía la prerrogativa de «devorar como el fuego y óxido, como el viento del desierto». Contra esta criatura se evocaba a Marduk, una de las divinidades principales del panteón asirio:

      Ve, Marduk, hijo mío.

      Recoge un trozo de arcilla en el foso,

      moldea una figurita a imagen del cuerpo del enfermo,

      ponla en los riñones del enfermo de noche,

      encárgate, cuando sea el alba, de purificar su cuerpo,

      recita el encantamiento de Eridu,

      gira el rostro de él hacia Occidente,

      para que el maligno Namtaru, caído sobre el enfermo, abandone su presa.

      Ashakku era portador de una misteriosa enfermedad infecciosa de la que se desconoce el nombre: lo cierto es que afectaba indistintamente a hombres y animales. Quien sufría los influjos de Ashakku estaba casi siempre condenado.

      Los poderes de Lamashtu estaban muy especializados, y afectaban a mujeres grávidas con fiebres muy altas que las obligaban a abortar. En la tradición popular, las formas mágico-demoniacas consideradas artífices de la interrupción de la gestación, o que minaban la salud de los recién nacidos, eran muchas, y todavía perviven en la cultura campesina occidental. Las prácticas para defenderse de los ataques mágico-demoniacos contra la fertilidad se difundieron ampliamente, sobre todo a raíz de la gran cantidad de riesgos naturales que comportaba el parto.

      La transferencia de aquellos riesgos del plano natural al simbólico producía, a nivel psicológico, la conciencia de poseer medios para construir alguna forma de protección y, por tanto, de intervención contra los efectos naturales, que se creía, en cambio, que estaban determinados por la acción mágica de demonios y hechiceras.

      También era muy temido en Mesopotamia el demonio Pazuzu, cuyo aspecto, con grandes alas, patas y garras, condicionó profundamente la iconografía del diablo occidental.

      Lilith: el demonio nocturno

      Del universo de ultratumba mesopotámico nos llega Lilith, que luego, como veremos, entró a formar parte del mundo mítico hebraico, y se considera especialmente peligrosa para los recién nacidos.

      Representación de Lilith, criatura de ultratumba, símbolo de lujuria

      En el Próximo Oriente se conocía como Lilu, que con su sierva Ardat Lili, criatura de la noche súcuba y lujuriosa, era considerada expresión del pecado sexual:

      Estos demonios alteraban el orden fisiológico del amor, que es fundamento de la vida familiar y comunitaria, y por esta razón concreta Ardat Lili es una virgen sin leche, una mujer que se une sin poder llegar a ser madre nunca, y que, después de haber encendido en el hombre la lujuria, no lo satisface[4].

      La diosa asiria-babilonia Ishtar se servía de un demonio, en forma de bella prostituida, llamada Lilitu, que era la encarnación de la lascivia. Además, Lilitu estaba asociada a algunos animales, especialmente a la pantera. En la cultura sumeria: «Lilu, Lilitu y Ardat Lili son, quizás, el origen de representaciones del viento y del huracán, pero, debido a su semitización, representan el placer infecundo y lujurioso»[5].

      Con las pocas indicaciones veterotestamentarias encajan las múltiples tradiciones que hacen de Lilith un ser fantástico, atribuible al imaginario popular, una especie de demonio nocturno situado entre las ruinas y en los cementerios.

      Egipcios

      El mundo de las divinidades egipcias era muy complejo, pero, al mismo tiempo, estaba regulado por una especie de armoniosa unidad, capaz de convertir este «otro» universo paralelo tanto al del hombre simple como al del faraón o del sacerdote.

      En este mundo convivían divinidades veneradas en todo el país con otras menores, que desempeñaban funciones específicas.

      Téngase en cuenta que la cultura religiosa egipcia estuvo marcada por dos periodos importantes, diferentes y sucesivos. El primero estaba ligado al mundo de los nómadas y de los cazadores, al que se remontan las muchas divinidades asociadas a los animales, domésticos y salvajes. El segundo, más amplio, que caracterizó el periodo en que se fue afirmando la civilización agrícola. En esta etapa se veneraban divinidades que se consideraban la expresión de los elementos naturales, de la Tierra, del Cielo, de la Luna, etc.

      La lucha entre el bien y el mal, que corresponde a oposiciones concretas de figuras divinas, aparece varias veces en la religión egipcia. Uno de los dioses del universo es Horus, el «lejano», porque está alejado de los otros dioses, tiene forma de halcón o cabeza de halcón, y su opositor es Apofis. Lucha contra las fuerzas hostiles que tienden a destruir el orden cósmico fundado en el calor y en la luz. Por esto aleja las tormentas, la lluvia, el granizo, las heladas y derrota finalmente a Apofis.

      La emergencia de energías tenebrosas y destructoras aparece todavía más claramente en el mito de la lucha entre Osiris y Seth. Seth es el hermano de Osiris, y es un dios eminentemente guerrero. Se le representa de muchas maneras, con cabeza de pájaro, y está acompañado de animales (cocodrilo, cerdo negro, hipopótamo…), entre los que destaca el característico lobo salvaje, con largas orejas, una flecha en lugar de cola y un collar[6].

      Un aspecto importante de la religión del antiguo Egipto era la importante afirmación de la zoolatría: el culto a los animales, que se consideran sagrados y están divinizados.

      La religión egipcia se basaba en la idea de que cada una de las expresiones de la naturaleza era, de un modo u otro, una demostración divina y, como tal, merecía ser objeto de veneración, y se consideraba una presencia esencial en la vida de los seres humanos.

      El complejo universo religioso de esta civilización estuvo, sin duda, condicionado por el peso que ejerció el culto a los muertos. Originariamente, este culto estaba reservado sólo a los faraones, que ostentaban el mismo rango que las divinidades. Sin embargo, posteriormente esta devoción se difundió también por las clases más bajas, hasta alcanzar todas las capas sociales.

      También había divinidades egipcias que presentaban características demoniacas. En este sentido debemos recordar a la diosa Pakhet, con cabeza de leona, que según la tradición tenía su morada en el desierto y tenía el poder de provocar las tormentas. La diosa Sekhmet era parecida a Pakhet, y tenía la prerrogativa de generar odio entre los hombres y favorecer las guerras.

      Los antiguos habitantes de Egipto utilizaban unas fórmulas exorcistas para alejar a los demonios, que desde el universo de las sombras intentaban penetrar en el mundo de los vivos.

      Sobre ello encontramos indicaciones interesantes en el Libro de los muertos, una recopilación de textos funerarios que se llama así de forma incorrecta, ya que su verdadero nombre es Libro para salir a la luz del día. Este libro se basa

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<p>3</p>

DI NOLA, A., Il diavolo, Roma, 1987, p. 136.

<p>4</p>

FURLAN, G., Religione babilonese-assira, Roma, 1976, p. 9.

<p>5</p>

PETOIA, E., Vampiri e lupi, Roma, 1991, p. 38.

<p>6</p>

DI NOLA, A., op. cit., p. 146.