El ángel caído. Massimo Centini

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу El ángel caído - Massimo Centini страница 10

El ángel caído - Massimo Centini

Скачать книгу

de la categoría de demonios, cuyo papel principal era actuar en dirección del mal y perjudicar a los seres humanos con todo tipo de acciones. Uno de los grupos de demonios eran los raksasa, que llevaban a cabo acciones contra los brahmanes, con comportamientos que recuerdan a los intentos efectuados por Satanás, en la tradición medieval, contra ermitaños y monjes. Luego estaban los pisaka, que recuerdan un poco a la figura del vampiro, ya que no se limitaban a inducir a los hombres al pecado, sino que los atacaban físicamente, alimentándose de su carne.

      En los Veda, las escrituras más antiguas del hinduismo, los demonios tenían su morada en antros oscuros, según una tradición muy difundida en todas las religiones. En el ilimitado universo de la religión hinduista, narrado en textos como el Mahabharata y el Ramayana, aparecen una gran cantidad de criaturas semidivinas, angelicales y diabólicas, que dan vida a un complejo mundo muy articulado, en el que no siempre es fácil establecer categorías y funciones fijas.

      Un grado de complejidad parejo se aprecia en el budismo, en donde encontramos a Mara, el antidiós, que pertenece al orden inferior de los dioses.

      En general, los demonios (bhuta, preta, pisaka) se percibían como la personificación de estados mentales negativos que los hombres que todavía no eran perfectos no lograban reprimir, algo que Arhat, el ser perfecto, había sabido realizar siendo libre e iluminado, es decir, siendo capaz de estar al margen de miedos, pasiones, deseos y de las influencias materiales.

      Según la doctrina budista, todavía hoy los que son afligidos por los deseos, los miedos y los espejismos del mundo material reciben el nombre de sutra ajñani, que significa «poseídos» por los demonios y por las pasiones que estos seres sabían suscitar.

      También la religión del Himalaya, a pesar de disponer de un gran grupo de seres benévolos y siempre dispuestos a ayudar a los hombres, poseía sus propias criaturas demoniacas.

      Contra estos seres actuaban ocho divinidades «convertidas», es decir, ex demonios, que se habían convertido en una especie de ejército contra el poder del mal, que se encargaba de salvaguardar a los hombres.

      Yamantaka era el que ponía fin al dios de la muerte (Yama). Tenía rostro de búfalo con un tercer ojo, e iba encima de un toro que se doblegaba bajo su peso. Dado que representaba al dios de la muerte, llevaba un collar de calaveras y un cinturón de serpientes.

      Devi era la única mujer que figuraba entre estas divinidades. Tenía rostro demoniaco, montaba un asno salvaje y estaba rodeada de muchos objetos simbólicos que la convertían en una criatura muy compleja en el terreno iconográfico.

      Sitabrahman era el dios menos representado. Por lo general, aparecía montado en un dragón y con una espada en la mano derecha.

      Beg-t’e debe su imagen a la tradición religiosa prebudista del Tíbet: era imagen de la fuerza y su aspecto recordaba al de un guerrero.

      Yama era el dios de la muerte. Tenía la función de juzgar a los traspasados, y determinaba para cada uno de ellos la reencarnación que había merecido. A menudo se le representaba de pie sobre un búfalo que se aparea con una mujer.

      Kubera era el ser monstruoso por excelencia. Como Vaisravana, era guardián del norte y depositario de los secretos para alcanzar la riqueza. En general, se le representa cabalgando a lomos de un león.

      Mahakala, que en algunos aspectos recuerda a la divinidad hindú Siva, se representaba con una serie de objetos simbólicos que estaban relacionados con la práctica funeraria (hachas, cráneos, collares de calaveras) y en algunos casos iba acompañado por el pájaro divino Garuda.

      Hayagriva, que significaba «el que tiene el caballo en la cabeza», se representaba con una cabeza equina en el pelo.

      La tradición judeocristiana

      En la religión hebrea más antigua, es decir, en el periodo que precede a la destrucción del templo de Jerusalén, se afirmaron las prerrogativas formales y teológicas que llevarán al posterior modelo demoniaco de la tradición cristiana.

      Se trata de figuras diabólicas y maléficas que correspondían a las más antiguas divinidades cananeas, y que a veces estaban ligadas al desierto y a su simbolismo negativo.

      Debe observarse que no siempre es fácil establecer separaciones precisas entre ángeles y demonios, del mismo modo que no es totalmente inmediata la división entre prácticas mágicas y religiosas.

      En la redacción católica del Antiguo Testamento (que se diferencia de la que se usa en las iglesias reformadas, en las que están excluidos una serie de libros, tal y como ocurre en la Biblia hebrea), basada en la traducción al latín del griego efectuada por San Jerónimo (347–420), se define la naturaleza del diablo en algunos fragmentos.

      Sin lugar a dudas, la introducción del mal en la historia, mediado por el diablo y sus maléficas apariencias, aparece en toda su potencia en el tercer capítulo del Génesis (3, 19):

      La serpiente era la más astuta de todas las bestias de la estepa que el Señor había hecho, y dijo a la mujer: ¿Es verdad que Dios ha dicho que no debes comer de ningún árbol del jardín?

      La mujer respondió a la serpiente: De los árboles del jardín no podemos comer, pero del fruto del árbol que está dentro del jardín, Dios ha dicho: No debes comer de él y no lo debes tocar, para no morir.

      Pero la serpiente dijo a la mujer: ¡De ningún modo moriréis! Es más, Dios sabe que el día en que comáis de él, se abrirán vuestros ojos y seréis como Dios, y conoceréis el bien y el mal.

      Entonces la mujer vio que el árbol era bueno para comer, seductor a la vista y atractivo para tener éxito; por esto tomó su fruto y lo comió, luego ofreció a su marido, que estaba con ella, y él también comió […].

      Dios dijo al hombre: ¿Así que has comido del árbol del cual te había ordenado no comer?

      Respondió el hombre: La mujer que has puesto a mi lado me ha dado del árbol y yo he comido.

      Y el señor dijo a la mujer: ¿Por qué lo has hecho?

      Respondió la mujer: La serpiente me engañó y yo he comido.

      Entonces, el Señor dijo a la serpiente: ¿Por qué has hecho esto? Maldita seas entre todos los animales y entre todas las bestias de la estepa; sobre tu pecho andarás, y polvo comerás todos tus días de tu vida. Y yo pondré una hostilidad entre tú y la mujer, y entre tu linaje y el linaje de ella: esta te aplastará la cabeza y tú le atacarás en el talón.

      Dijo a la mujer: Haré que sean numerosos tus sufrimientos, y parirás a tus hijos con dolor. Hacia tu marido te llevará tu pasión, pero él te querrá dominar.

      Y dijo a Adán: ¿Por qué has escuchado la voz de tu mujer y has comido del árbol del que te había dicho que no comieras? ¡Maldito sea el suelo por tu culpa! Obtendrás el alimento con esfuerzo durante todos los días de tu vida.

      Cardos con espinas haré crecer para ti, y deberás comer el grano de los campos. Con el sudor de tu frente comerás el pan, hasta que vuelvas al suelo, porque de allí provienes, porque polvo eres y polvo serás.

      En cambio, en el Éxodo (32) la obra del diablo se aprecia en la acción sacrílega de los israelitas que, cansados de esperar el retorno de Moisés del monte Sinaí, decidieron construir un símbolo pagano para adorar.

      La obra destructora de Belial

      En el Deuteronomio

Скачать книгу