Fantasmas, Chicas Y Otros Espectros. Stephen Goldin

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Fantasmas, Chicas Y Otros Espectros - Stephen  Goldin

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sé, Melissa. Esperaba que tú pudieras ayudarme a terminar esta historia”.

      “¿Cómo? Yo no sé nada de computadoras”.

      “Sí lo sabes, Melissa, sólo que no lo recuerdas. Puedo ayudarte a recordar mucho sobre muchas cosas. Pero será difícil, Melissa, muy difícil. Todo tipo de cosas extrañas entrarán en tu cabeza y te encontrarás haciendo cosas que no sabías que eras capaz de hacer. ¿Lo intentarías, Melissa, para ayudarnos a encontrar el final de la historia?”.

      “Está bien, Dr. Ed, si usted quiere que lo haga”.

      “Buena niña, Melissa”.

      El Dr. Paúl estaba susurrando a su colega. “Enciende la ‘Memoria Parcial’ y dile que abra el sub-programa Análisis del Circuito`”.

      “Melissa, abre el ‘Análisis del Circuito’”.

      De golpe, cosas extrañas ocurrieron en su cabeza. Largas series de números que parecían sin sentido y aun así ella sabía que sí significaban distintas cosas, como la resistencia, la capacitancia, la inductancia. Y había miríadas de líneas, rectas, en zigzag, en resorte. Y fórmulas...

      “Lee MLSA 5400, Melissa”.

      Y de pronto, Melissa se vio a sí misma. Fue la cosa más aterradora que había experimentado jamás, más atemorizante aún que las horribles pesadillas.

      “Mira la sección 4C-79A”.

      Melissa no lo pudo evitar. Tenía que mirar. Para la pequeña niña, no se veía muy diferente del resto de sí misma. Pero ella sabía que era diferente. Muy diferente. De hecho, no parecía para nada ser una parte natural de ella, sino más bien una prótesis usada por minusválido.

      La voz del Dr. Ed estaba tensa. “Analiza esa sección y reporta un cambio óptimo para una reducción máxima de la filtración de información”.

      Melissa trató de cumplirlo al máximo, pero no pudo. Algo faltaba, algo que necesitaba saber antes de hacer lo que el Dr. Ed le había pedido. Quería llorar. “¡No puedo, Dr. Ed! ¡No puedo, no puedo!”.

      “Te dije que no iba a funcionar”, dijo el Dr. Paúl lentamente. “Tendremos que encender toda la memoria para un análisis completo”.

      “Pero ella no está preparada”, protestó el Dr. Ed. “Eso podría matarla”.

      “Quizá, Ed. Pero si lo hace...bueno, al menos sabremos cómo hacerlo mejor la próxima vez. ¡Melissa!”.

      “¿Sí, Dr. Paúl?”.

      “Prepárate, Melissa”. Esto te va a doler”.

      Y, sin más advertencia que esa, el mundo golpeó a Melissa. Números, series interminables de números, números complejos, números reales, enteros, bases, exponentes. Y había batallas, guerras más horribles y sangrientas que las que había soñado, y listas de bajas que eran más que reales para ella, porque ella lo conocía todo sobre cada nombre, la estatura, el peso, el color del cabello, el color de los ojos, el estado civil, el número de cargas familiares...y la lista sigue. Y había estadísticas, pago promedio de los conductores de Ohio, número de muertes debidas al cáncer en los EE.UU. entre 1965 y 1971, producción promedio de trigo por tonelada de fertilizante consumido...

      Melissa se ahogaba en un mar de datos.

      “¡Ayúdenme, Dr. Ed, Dr. Paúl! ¡Ayúdenme!, trató de gritar. Pero no podía hacer que la escucharan. Alguien más estaba hablando. Algún extraño al que ni siquiera conocía estaba usando su voz y diciendo cosas sobre factores de impedancia y semiconductores.

      Y Mellisa caía más y más profundo, empujada por el avance implacable de la armada de información.

      Cinco minutos después, el Dr. Edward Bloom abrió el interruptor y separó la memoria principal de la sección de personalidad. “Melissa”, dijo suavemente, “ya todo está bien”. Ya sabemos cómo va a terminar la historia. Los científicos le pidieron a la computadora que se rediseñara a sí misma y lo hizo. Ya no habrá más pesadillas, Melissa. Sólo dulces sueños de ahora en adelante. “¿No son buenas noticias?”.

      Silencio.

      “¿Melissa?”. Su voz era aguda y temblorosa. “¿Me oyes, Melissa?”. “¿Estás ahí?

      Pero ya no había lugar en la MLSA 5400 para una pequeña niña.

       Las chicas de los USSF 193

      Éste apareció por primera vez en If, diciembre 1965.

       Esta fue mi primera vez. Por favor sea gentil.

      Sen. McDermott: Bueno, Sr. Hawkins, quiero que esté consciente que esta audiencia privada no es un juicio y que no se le está imputando ningún crimen.

      Sr. Hawkins: ¿Es por eso que recomendó que trajera a mi abogado?

      Sen. McDermott: Sólo hice esa recomendación porque pueden presentarse, ante el comité, algunos tópicos o preguntas referentes a asuntos legales. El propósito de esta audiencia es simplemente para investigar informes sobre comportamiento no ortodoxo...

      Sr. Hawkins: ¡Ja!

      Sen. McDermott: ...Respecto a los satélites orbitales USSF números uno ochenta y siete y uno noventa y tres. Agradeceré su franqueza sobre el asunto.

      Sr. Hawkins: Déjeme asegurarle, Senador, que no tengo intención de guardar secretos y que nunca he guardado ninguno. Sin embargo, como Director de la Agencia Nacional Espacial, creí que era mejor que cierta información sobre estas dos estaciones espaciales se colocara en una lista de seguridad para beneficio de todos los interesados.

      Sen. McDermott: Hablando como político —perdió su llamada, Sr. Hawkins. Pero dígame, todo este desastre fue su idea desde el principio, ¿no es así?

      Sr. Hawkins: Sí, así es.

      Sen. McDermott: ¿Y cuándo se le ocurrió la idea por primera vez?

      Sr. Hawkins: Hace aproximadamente un año. Estaba haciendo una investigación...

      —Exclúyase del registro oficial (no publicada)

      Audiencia Especial de Investigación del Senado

      10 de octubre,1996

       ***

      Sólo puede especularse sobre el tipo de investigación que se estaba permitiendo a sí mismo Jess Hawkins cuando se le ocurrió la idea. Sin embargo, es un hecho que su amigo, Bill Filmore, lo visitó en su oficina el 15 de septiembre, 1995.

      “Jess”, dijo, “te conozco desde hace treinta y siete años y cuando vas por ahí sonriendo como un gato Chesire, estás escondiendo algo. Esa sonrisa de duendecito tuya es obvia. Como tu mejor amigo y miembro de la Junta de la Agencia Espacial, creo que tengo el derecho a saber que te traes entre manos”.

      Hawkins miró

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