Un Giro En El Tiempo. Guido Pagliarino

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Un Giro En El Tiempo - Guido Pagliarino

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Por otra parte, la historia de la Tierra ya había sufrido especialmente antes de aquella primera crisis europea, su conclusión y los consiguientes ochentas años prósperos y pacíficos que la habían seguido: en el siglo XX, el mundo había pasado por dos guerras mundiales terribles, con decenas de millones de muertos, y diversos conflictos locales y, una vez vencida la fiera nazifascista, había sufrido la llamada guerra fría entre Occidente y la Unión Soviética; pero esa historia era pasado, en casi todo el mundo, por la muerte liberadora de la otra dictadura política, el comunismo; aunque se había encontrado con el capitalismo extremo y la consiguiente quiebra de la espiritualidad. Finalmente, a mediados del siglo XXI, se había producido el despegue, que concluyó con el logro de una condición pacífica y próspera imposible de imaginar en los siglos anteriores.

      Esa condición benigna se había desvanecido y era en ese momento historia alternativa. Había igualmente una paz mundial, pero no liberal, basada, como ignoraban por el momento los embarcados en la cápsula 22, en una Segunda Guerra Mundial alternativa, disputada con bombas disgregadoras y ganada por la Alemania nazi; se trataba de una paz que, parafraseando un antiguo dicho latino,30 en realidad era solo un desierto en el alma, que había comportado la desaparición de razas enteras: primero la judía, aniquilada, y luego la negra africana reducida por completo a la esclavitud y obligada a trabajar de forma inhumana hasta provocar casi su extinción. Solo se había respetado a los pueblos de las llamadas “raza amarilla” y “raza árabe”, ya que pseudoestudios antropológicos habían declarado que se trataba de pueblos paralelos derivados de una división evolutiva de la estirpe indo-aria, producida doscientos mil años antes; en realidad, los motivos habían sido prácticos: por un lado, casi con seguridad a la relativamente poco numerosa “raza” aria que había conquistado el mundo le habría sido imposible exterminar del todo a la enorme población de piel amarilla; por otro, en el siglo XX los árabes habían sido, igual que los nazis, firmes enemigos de los judíos, es más, habían sido aliados de Alemania en la guerra de espías de la década de 1930 y esto les había granjeado la magnanimidad de Hitler, aunque les había resultado bastante difícil a los antropólogos nazis justificar la discriminación, teniendo los judíos y los árabes el mismo origen semita.

      Los encargados de las comunicaciones de la nave 22, sin descomponerse, aunque, como todos, con el ánimo por los suelos, y sin necesidad de recibir las órdenes de la comandante, habían activado, sin decir ni una palabra, uno de los traductores automáticos de a bordo, que eran bidireccionales y, con la excusa de que la palabras no habían llegado con claridad, habían solicitado que las repitieran. Se había recuperado la comunicación con Roma, expresada en inglés internacional, a través del traductor de la computadora: se trataba de órdenes normales de servicio por parte de los encargados del tráfico astroportuario. Se habían seguido al pie de la letra pero aunque la disciplina del personal a bordo, aprendida en las academias por los oficiales y los suboficiales del Cuerpo Astronáutico, había evitado tropiezos y tal vez problemas, los corazones de todos latían con fuerza.

      La comandante había hecho que las videocámaras de la cápsula 22 tomaran imágenes cercanas de la Tierra desde la órbita en que giraba la aeronave, evitando lanzar satélites exploradores a otras órbitas para que nadie sospechara en la Tierra, dado que no esto habría estado conforme con la práctica de reentrada.

      Después de reflexionar y consultar con el primer oficial, capitán Marius Blanchin, un parisino de treinta años y metro noventa, flaco, de pelo rojo y ojos verdes heredados de su madre irlandesa, Margherita había decidido descender personalmente al astropuerto para una inspección directa, para tratar de comprender un poco mejor la situación antes de asumir otras iniciativas. Como no conocía el alemán, aunque tenía un traductor incluido en el micropersonal, había pedido a Valerio Faro que la acompañara, dado que este entendía y hablaba ese idioma con fluidez, pues lo había estudiado a fondo en su momento, para su trabajo de fin de carrera en Historia de las Doctrinas Económicas y Sociales, centrada en las obras del alemán Karl Marx, y lo había usado posteriormente para otras investigaciones históricas: Margherita juzgaba que, en caso de que fuera necesario expresarse en alemán cara a cara con alguien, sería oportuno que hablara directamente alguien que conociera bien la lengua, sin hacerlo a través de instrumentos, reduciendo así el riesgo de ser descubiertos.

      Entretanto, usando uno de los traductores automáticos de a bordo, la comandante había pedido a Roma autorización para tomar tierra con una disco-lanzadera. Se la habían concedido sin problemas. En Margherita se había reforzado la idea, que ya le había venido al constatar que no había habido tropiezos en tierra, de que la comandancia del astropuerto sencillamente conocía la misión.

      Un tal Paul Ricoeur, soldado del pelotón de Infantería de Astromarina que había sido asignado a la aeronave con responsabilidades de protección, había ocupado su puesto en el disco junto a la comandante, Valerio Faro y la piloto sargento Jolanda Castro Rabal. Cada uno de los cuatro llevaba consigo un paralizador individual.

      Al llegar a tierra habían visto, asombrados, que en el mástil que remataba la torre del astropuerto de Roma ondeaba la bandera de la Alemania nazi, en lugar del habitual azul turquesa con estrellas doradas dispuestas en círculo de los Estados Confederados de Europa.

      La comandante había ordenado a la piloto: “Jolanda, quédate en el disco, mantente en estado de preascenso y estate lista para despegar”, tras lo cual había desembarcado con los demás. Entraron en el edificio del astropuerto. Aquí el trío se había topado con diversos símbolos nazis; entre otros, habían encontrado un gran bajorrelieve conmemorativo que homenajeaba a “Adolf Hitler I, Duce y Emperador de la Tierra y Conquistador de la Luna” y, oyendo hablar en alemán a las personas con las que se cruzaban y viendo a algunas saludarse con el brazo en alto, como en el Tercer Reich, los tres habían verificado sin ninguna duda que se encontraban en una sociedad políticamente muy distinta de la suya, en la que no había espacio para la democracia viva que habían dejado cuando partieron, sino que en ella dominaba el nazismo.

      Mientras el pequeño grupo volvía sobre sus pasos, Margherita había susurrado vacilante a sus dos compañeros: “Podría tratarse de un problema desencadenado por nosotros mismos debido a un mal funcionamiento del dispositivo Cronos”.

      Apenas llegados a bordo de la lanzadera, había ordenado a la piloto la vuelta a la nave.

      En los pocos minutos necesarios para llegar a la aeronave, el pensamiento de todos se había dedicado a las respectivas familias; si habrían podido encontrar a sus seres queridos e incluso si existirían: Margherita había dejado en nuestra Tierra padre, madre y una hermana menor, también ingeniera, pero civil, y con un estudio profesional; Valerio a su mamá, un hermano casado y dos sobrinos; la piloto, a su marido; el soldado, a su esposa y una hija.

      Solo era seguro que aquel desorden temporal no había afectado a la tripulación ni a los pasajeros de la cronoastronave, porque ninguno se había englobado, ni siquiera psicológicamente, en la nueva sociedad nazi.

      La comandante se proponía recoger, tan pronto como estuviera a bordo, noticias de esta nueva y desconocida Tierra alternativa conectándose a un archivo histórico a través de una de las computadoras principales de la nave, pero con precaución.

      En el momento de salir del disco en el astrohangar, Valerio Faro le había dicho: “Margherita, he estado pensando y tal vez te equivocas: el problema puede haberse debido, no a nuestra nave al volver, sino a una cápsula de exploración en el pasado y tal vez no nos haya influido debido a la lejanía de la Tierra

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