El Lapso. Ruthy Garcia

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El Lapso - Ruthy Garcia

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—Lara lo miraba mientras él regresaba a su asiento.

      â€”Si un día quisiera que me acompañara a un viaje, ¿lo haría?

      Ella tardó en contestar y eso le molestó un poco a él.

      â€”Ya veo, me teme. ¿Soy un ogro quizás? —dijo con cierto desconcierto.

      â€”No, nada de eso. Es que…

      â€”Nada de excusas. Conteste y punto.

      â€”Sí, aceptaría. ¿Por qué me pregunta eso?

      â€”Por nada. Ahora continuemos. Nos quedamos en…

      â€”Sí, hablaba de su madre.

      â€”Lo sé, solo quería saber en qué grado está usted concentrada en esto.

      â€”Ya ve, soy así. —Sonrió.

      Ã‰l la mira con ojos serios. Ella tose para disimular la incomodidad y se recuesta nuevamente mientras continúa escuchando.

      La conversación da un giro un tanto brusco.

      â€”¿Por qué es usted racista?

      â€”¿De dónde ha sacado eso? —preguntó molesta Lara.

      â€”Por favor, deje de negarlo, se nota en su forma de ser. Se suma a eso su manera clasista. Estoy totalmente seguro de que denigra a las personas.

      â€”Me está ofendiendo.

      â€”La verdad ofende, pero es necesaria.

      â€”Ya sabía yo que no duraría mucho tiempo usted sereno.

      â€”Mi serenidad es relativa.

      â€”¡Ya basta! ¿Continuará narrando o qué pasará entonces?

      â€”Está bien, seré objetivo.

      â€”¿Lo promete?

      â€”Sí —respondió cortante.

      â€”Continúe, por favor.

      â€”Bien. Como le decía, mi madre fue víctima de mi padre.

      â€”¿Se refiere al Innombrable, al que está encerrado en una de las habitaciones de arriba?

      â€”Sí, ese mismo, el que está encerrado y estará siempre encerrado. Bueno, por lo menos mientras yo viva.

      Ese dato llenó de tristeza a la terapeuta, quien prefería a veces guardar silencio en relación a ese encierro. En este momento decidió cambiar el tema. Era doloroso indagar acerca del Innombrable.

      â€”¿Su madre fue una esposa abnegada?

      â€”Demasiado. Aunque viajaba mucho, siempre sacaba tiempo para mí.

      â€”¡Qué bueno!

      â€”Si la hubiese conocido la admiraría, se lo aseguro.

      Un deseo interno por saber lo que conocía perfectamente hizo que retrocediera; necesitaba encontrarse con ese pasado inexistente. Era necesario escuchar lo que sabía, porque, aunque resultaba imposible, para él todo aquello era ahora su mundo.

      â€”¿Y qué sucedió con el Innombrable? ¿Por qué dejaron de amarse él y su madre?

      â€”Fue él quien dejó de amarla. Ella le amó. Bueno, fue un tiempo después del matrimonio, pero le amó. Es lo que vale, ¿no? Lo leí en el diario de mi madre.

      â€”Señor Paradize, ¿cómo es posible? Los diarios son privados.

      â€”Lo sé. Cuando ella murió yo era un joven inexperto. Un día me topé con su hermoso libro color rosa. En él escribió que tenía uno anterior, así que indagué entre sus cosas. Al encontrar el anterior, decía lo mismo, que había otro anterior, y así sucesivamente, hasta que en el viejo sótano de la abuela pude encontrar una caja repleta de diarios que databan desde que mi madre era adolescente. Fue mi oportunidad de conocerla en profundidad.

      â€”Me imagino que fue una experiencia desbordante. ¿Cómo se sintió al principio? ¿Cómo reaccionó ante los detalles más íntimos de su madre?

      â€”Si supiera… No había nada morboso en esas líneas, no todas son zorras oportunistas como usted. En aquel libro todo era amor, menos cuando se refería al Innombrable.

      â€”¿Cree que me ofende al llamarme zorra? Algunos creen que ser zorra es malo, pero para mí ser zorra es ser sagaz, inteligente y no dejar que los demás te usen.

      â€”Sus defensas son válidas. Es justo que quiera dar la cara por usted misma.

      â€”¿Y usted? ¿Daría la cara por mí?

      Se acercó a él, que se puso de pie. Ella también. Quedan frente a frente.

      Sus cuerpos se aproximaron lentamente. Él no pudo más. La tomó a la fuerza por la cintura y le dio un beso apasionado, que dejó a aquella mujer fuera de este mundo, viviendo una fantasía que no le correspondía, engañada. Pero no importaba, Lara se sentía genial.

      Ã‰l trató de colocarla sobre el asiento, pero la silla se rompió y ella calló al suelo. Arthur pestañeó y movió la cabeza tratando de entender por qué se había caído.

      Los intentos por ayudarle fueron fallidos, hasta que por fin Lara pudo levantarse.

      â€”¿Cómo pudo suceder? ¿Está bien? ¡Qué torpeza! Lo lamento. —Se miraron con complicidad.

      Allí, mientras su dolorida pierna empezaba a molestarle, ella recordaba su apartamento, la soledad de aquellas insípidas cuatro paredes, el sonido del silencio tortuoso y desesperante, el vacío de aquella gigantesca cama, la posibilidad de la existencia de la nada en su aburrida vida. La verdad no era agradable, saber que debía volver a esa vida llena de vacíos y más que todo lleno de ella, repleto de su ser, de su realidad y de una mujer muy distinta a la que Arthur esperaba.

      Mientras se ponía de pie vino a su mente la primera caída que tuvo. Era un enero lleno de esperanza. Estar en aquella Escuela preparatoria fue en ese momento muy alentador, pero por desgracia las cosas se empañaron con aquel suceso que no le traía buenos recuerdos: caerse frente a Jack Sinclair, el chico más popular y hermoso, fue una gran equivocación. Desde ese día todos se burlaban de ella, sería recordada como la chica que se cayó frente a todos tras resbalar mientras miraba a Jack. Todos se dieron cuenta de que ella estaba enamorada de esa estrella de la preparatoria, un ejemplar masculino lleno de atributos sorprendentes; sin embargo, ella sabía que no estaba a su alcance. Jack la ayudó a levantarse y a evitar que siguieran riéndose de su ropa interior rota. Jack, que era un “caballero”, mandó callar

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