Morrigan. Laura Merlin
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âTendremos tiempo de explicar todo cuando te nos unasâ. Su voz asumió un tono grave. âTu tiempo en la tierra se terminó. Debes unirte a nosotros, SofÃaâ.
La otra âyoâ movió los ojos de improviso como si hubiera percibido la presencia de alguien que no debÃa estar allÃ. Comenzó a agitarse y a mirar a su alrededor preocupada.
âMaldición, me han descubiertoâ, imprecó. âLa Diosa te quiere, tu destino ya está escrito. No puedes cambiar el curso de los acontecimientos. ¡Sálvanos!â.
Pronunció estas palabras con tal intensidad y violencia que parecieron cuchillas cortantes. Me golpeó en lo profundo del alma y entendà que quizás no fuera solo un terrible y simple sueño: era algo real que habrÃa de cambiar en forma drástica mi vida.
Hubiera querido suplicarle que se quedare y me explicara mejor lo que sucedÃa, pero apenas intenté abrir la boca para hablar, detrás de la muchacha se materializó una figura.
No era una figura clara, podÃa ver solo sus contornos difuminados. La única cosa que podÃa ver con claridad eran sus ojos, dos intensos ojos negros como la noche que me paralizaron de pies a cabeza.
No querÃa seguir allà ni un minuto más, tenÃa que salir de ese sueño costara lo que costara. Solo que me encontraba bloqueada en aquella dimensión.
Grité a boca abierta y la sombra de aquella figura desconocida se acercaba cada vez más. Una risa profunda sonó en mis oÃdos. âSerás mÃa, SofÃa, ya no hay manera de escaparâ, gritó la sombra.
âAléjate de mÃâ grité âquiero irme de aquÃâ, y de repente parpadeé y me sobresalté en la cama.
Estaba sudando, tenÃa la frente perlada por el sudor. Inmediatamente miré a mi alrededor. Afortunadamente estaba en mi habitación. Cerré los ojos y las imágenes de aquella pesadilla pasaron por mi mente una a una, como si fuera la sÃntesis veloz de una pelÃcula.
Un aliento de aire helado rozó mi piel aún humedecida.
Alguien me observaba. TenÃa la total sensación de tener aquellos ojos negros encima de mÃ, pero no podÃa ver a nadie.
El corazón comenzó a latirme a mil.
Sentà pasos cada vez más cerca, y comencé a repetirme que no podÃa ser, que el sueño no podÃa volverse realidad.
Algo saltó a la cama. Sofoqué un grito con mis manos y llevé mis rodillas al pecho con de golpe.
âAde, casi me matasâ, dije a mi bola de pelos de color miel. Comencé a mimar a mi perro que mientras se habÃa hecho un ovillo a mi lado.
Decidà concentrarme en él sin dejar de acariciarlo para relajarme. A la mañana siguiente habrÃa analizado si preocuparme o no por la pesadilla. Mientras tanto tratarÃa de dormir un poco más, pero el miedo de volver a caer en aquella horrible fantasÃa era demasiado.
De una cosa estaba segura, las terribles sensaciones que habÃa experimentado no me dejarÃan, es más, hubiera podido apostar que con el pasar del tiempo aumentarÃan.
2
LA ANCIANA
Me habÃa quedado despierta casi toda la noche. El sueño de la noche anterior me habÃa dejado una extraña sensación. SentÃa terror de que todo aquello pudiera ser verdad, y no solo fruto de mi mente retorcida.
Me levanté y me senté en el borde de la cama. Respiré hondo, tres, cuatro veces, hasta que logré sentirme un poco más tranquila.
Me arrastré hasta el armario. Tomé unos pantalones cortos y negros, y la primera remera que me cayó en mano.
Me miré al espejo. Estaba pálida, dos ojeras oscuras indicaban que no habÃa descansado bien, y mis cabellos indicaban lo mismo.
Por primera vez parecÃa tener algún año más. Estaba acostumbrada a que me dijeran que parecÃa menor: nunca nadie me daba 18 años. Después de todo tenÃan razón. Ni yo me darÃa la edad que tenÃa, pero aquella mañana parecÃa tenerla.
Me pasé una mano por la cara, como si con aquel gesto hubiera podido borrar todos mis pensamientos.
Tomé el maquillaje y comencé con la restauración.
âA nosotras dos, desconocidaâ, amenacé a mi reflejo con el cepillo de maquillar. âVeremos quién quedará mejorâ.
Gané yo. Mis cabellos volvieron a ser lacios y los recogà en una cola de caballo, la base cubrió las ojeras y con el lápiz negro le di un toque de color a mis ojos cansados.
En realidad el maquillaje no era necesario, ya que aquella mañana solo debÃa de ir a hacer un poco de jogging, antes de ponerme a hacer alguna cosa, pero sentÃa necesidad de él.
Y sentÃa necesidad también de tirarme el tarot.
Era una costumbre. Cada vez que sentÃa una duda o incerteza tomaba las cartas para ver qué me aconsejaban hacer.
Esto, de cierta manera, me hacÃa sentir más tranquila.
Atravesé la habitación de dos grandes pasos, tomé el mazo de cartas del cajón cercano a la cama y me senté en el piso con las piernas cruzadas.
Me concentré y mezclé las cartas con cuidado, tratando de vaciar la mente. Corté el mazo, lo recompuse en uno y suspiré.
Luego a media voz dije: â¿Cómo puedo entender el sueño de anoche? ¿Qué sucederá ahora?â.
Era una pregunta un poco absurda de realizar: generalmente preguntaba cómo me debÃa comportar, si debÃa hacer alguna cosa determinada, o pedÃa un consejo sobre algún trabajo o alguna idea. No querÃa y nunca habrÃa usado el tarot para tratar de leer mi futuro. Iba contra mi convicción de que los verdaderos creadores del destino somos nosotros mismos, y nadie puede tener la certeza de lo que sucederá mañana.
Aquella mañana, sin embargo, la pregunta habÃa surgido de manera espontánea. Saqué tres cartas del mazo y las apoyé sobre el piso, una al lado de la otra.
Di vuelta la primera, como si leyera un libro, luego la segunda y finalmente la tercera.
Parpadeé e me quedé mirándolas fijamente, sosteniendo la respiración.
¡Tres arcanos mayores!
Tres cartas de un cierto peso, pues son aquellas con mayor