Morrigan. Laura Merlin
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Retuve una carcajada, después de haber escuchado todas aquellas recomendaciones absurdas. Pero entendà que no bromeaba. Que todo era muy serio.
âEstá todo muy claro. Solo que te equivocas: yo no tengo hermanas.â
âEn el mundo real, eres hija única, aquà tienes dos. Sara, la custodia de los poderes de Badb, y Sonia, la custodia de los poderes de Macha.â
Me rasqué la cabeza confusa. âOk, ¿hay algo más que deba saber?â
Sin dudas era una situación surrealista. Demasiadas cosas nuevas, demasiadas reglas, demasiada confusión, demasiados cambios.
Las cartas tenÃan razón.
âSÃ, hay algo másâ dijo en tono serio. Y, al ver que mis pensamientos estaban en otra parte, me tomó con delicadeza el mentón y me hizo mirar hacia él.
Mi corazón comenzó a latir alocadamente, me tomó por sorpresa aquel gesto.
Sobre su rostro pasaron una serie de emociones: estupor, tormento y rabia. Quitó la mano y apuntó su mirado fijamente delante de sÃ, en dirección al espejo.
âHay una cosa que no debes hacer, una regla que no podrás infringirâ. Su tono me asustó. âNo debes buscarme y no debes confiarte en mÃ, no soy tu baby-sitter. No te seguiré paso a paso en tu transición. Soy el Ãngel de la Muerte, tengo un buen número de almas de las cuales nutrirme, y tengo que llevar a término una misión, por lo tanto no quiero problemas. Ademásâ¦â Se detuvo, una sombra bajó a sus ojos y calló.
âAdemás estando a mi lado solo te buscarás problemas. Hago daño a las personas que están a mi lado.â
Cerró los puños y se levantó de golpe para ir a abrir la puerta.
No pude decir nada. Aquellas últimas palabras retumbaron en mi cabeza, no lograba darles el significado adecuado.
La voz de Gabriel me hizo regresar los pies a la tierra. Estaba llamando a alguien que estaba fuera de la habitación. âSara, Sonia, pueden entrar ahora, está despiertaâ.
La primera muchacha en entrar tenÃa el cabello rojo, como el fuego, largo hasta la cintura. Sus negros ojos parecÃan los de un cuervo.
Miré a la otra muchacha. Sus cabellos también eran largos hasta la cintura, pero de un rubio claro, tan claros que parecÃan blancos. Más que nada llamaban la atención sus ojos: dos ojos de hielo, lÃmpidos y sinceros. ParecÃan tristes y además ella me recordaba a alguien. Y, como con la otra, no podÃa recordar a quién.
La muchacha de cabello blanco pasó a aquella de cabello rojo, que quedó detenida en la mitad de la habitación y me observaba con los bruzaos cruzados. Se sentó en la cama y me abrazó como una niña cuando ve a su madre. â¡Neman, estás aquÃ!â gritó.
âTal vez te hayas equivocado, me llamo SofÃaâ, dije, tratando de soltarme del abrazo con gentileza.
âCierto, Neman, sé que los humanos te llaman SofÃa. Mi nombre humano es Sara, pero cuando se dirigen a mà como Diosa me llaman Badb. Soy la guardiana del pozo sacro, custodia del conocimiento infinitoâ. De golpe, sus ojos se entristecieron. âDebes saber que lo siento mucho, debà mostrarme ante ti como Diosa, debÃas morir para poder alcanzarnos, pero ahora estás aquà sana y salva. No me odias, ¿verdad?â Me lo estaba preguntando con el labio inferior hacia adelante, y esos ojazos tan claros que parecÃan blancos.
Me daba ternura. Luego comprendÃa que ella era la viejita que habÃa visto en el parque.
Sus ojos de hielo me miraron en lágrimas.
Por un segundo sentà mucha rabia, pero decidà respirar profundo para asà calmarme.
Luego, con una sonrisa falsa, dije: âNo, Sara, no estoy enojada contigo. Quédate tranquila.â
Coloque mi mano en sus cabellos para calmarla. Estaba, de verdad, desesperada.
La miré mejor y me pregunté cuántos años tendrÃa. ParecÃa no tener más de quince, por su dulce rostro de niña.
Me llamó la atención la otra muchacha, que se aclaró la voz y dijo: âMi nombre humano es Sonia, pero en realidad soy la reencarnación de Macha, reina de las pesadillas. Yo soy quien te advirtió. Arriesgué demasiado para venir a tu encuentro, los del Reino de Tenot, el lado oscuro, nos están controlando. Saben quién eres y, sobre todo, saben que estás aquÃâ. No se habÃa movido ni un centÃmetro, habÃa permanecido quieta en la mitad de la habitación, con los brazos cruzados.
âOh, tú eres la que vi en mi sueño. Una parte de mÃ, ¿verdad? Solo queâ¦no te pareces tanto a mÃ. ¿Por qué éramos tan iguales? Pregunté, confundida.
A decir verdad nos parecÃamos un poco, solo que mis ojos color oliva no tenÃan nada que ver con sus dos bochones negros, y su postura no era, por cierto, como la mÃa. Ella, a diferencia de Sara que parecÃa una pequeña, era una mujer hecha y derecha. La habrÃa considerado una lÃder o a la cabeza de cualquier grupo. Se veÃa que le gustaba mandar y controlar la situación. Se comunicaba con Sara solo con la mirada y, de hecho asà fue como la hizo levantar y salir de la habitación para ir quién sabe dónde.
Al rato regresó con un mazo de cartas y me las dio. Solo entonces Sonia se sentó a mi lado y al lado de Sara. Comenzó a ojear las cartas y sacó un pergamino amarillento que tenÃa nombres escritos en él. Recorrà con velocidad la lista con mi mirada.
Finalmente vi mi nombre escrito al lado de los de Sara y Sonia.
Levanté la mirada desconcertada. âY esto, ¿qué es?â.
âUna lista de nombres. Son todas las reencarnaciones de Macha, Badb y Nemann, además de aquellas de Morrigan. Si nuestras tres almas trabajan juntas, toman el poder de la Gran Reina, de la Diosa de la guerra y el cambio.â
Gabriel, que hasta ese momento habÃa permanecido en silencia apoyado en la pared del cuarto, comenzó a reÃr y dijo: âMuchachas, ¿desde cuándo se suceden estas reencarnaciones? ¿Quinientos? ¿Más? Si mal no recuerdo, Morrigan juró volver.â Me apunto con el dedo como culpándome de algo. âElla es la reencarnación de la Diosa, todos la buscan. Les deberÃa bastar como prueba.â
â¡Cállate, ángel maldito! Es imposibleâ dijo Sonia, saltándole encima como un león. âSi de verdad las cosas fueran como tú dices, ¿por qué no reencarnó antes? Si existe y no es solo el nombre de