¡polly!. Stephen Goldin

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¡polly! - Stephen Goldin

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       ¡POLLY!

       una novela de

       Stephen Goldin

       Publicada por Parsina Press

       Traducción realizada por Tektime

      Â¡Polly! Copyright 2008 por Stephen Goldin. Todos los derechos reservados.

      Diseño de portada por korhan hasim isik.

      Título original: Polly!

      Traductor: Jordi Olaria

       ÍNDICE

       Escena 1

       Escena 2

       Escena 3

       Escena 4

       Escena 5

       Escena 6

       Acerca de Stephen Goldin

       Contacta con Stephen Goldin

       Dedicado a todas las diosas

       —pasado, presente y futuro—

       que han estado deambulando por mi vida

       ESCENA 1

      Su propia tos le hizo despertarse.

      Al principio no sabía porqué tosía, pero entonces notó aquel penetrante olor en su consciencia. Humo. El aire estaba denso con humo. Un humo caliente y negro. Pasando ante él en oleadas intensas y de mal agüero.

      Y entonces se escuchó un ruido. Era un rugido, como el de un tren llegando, pero de diferente manera. Podría tratarse de un huracán o un tornado, o una ráfaga de miento tan fuerte que casi lo dejó sordo. Al mismo tiempo, le dolieron los oídos. Quizás era un cambio en la presión ambiental.

      Se dio cuenta que aquel ruido le recordaba: el rugido de un horno de tamaño industrial

      Â¡Fuego!

      Sus ojos se abrieron de par en par, lo que fue un grabe error. Al instante le picaron y las lágrimas empezaron a emanar de ellos. El humo y el hollín casi le dejaron sin poder ver, y la tos casi sin poder respirar.

      Fuego, la peor pesadilla posible para un dueño de una librería, especialmente cuando vivía en la planta superior de la tienda. No veía llamas a su alrededor, así que el fuego debía estar abajo en aquel momento. Devorando todo el inventario.

      Â¡Bárbara! Despierta, Bárbara.

      Entonces recordó... no había ninguna Bárbara a quien levantar. Se había ido hace un par de días. Estaba solo.

      Parte de su mente se preguntaba porqué molestarse por ello; túmbate aquí, muérete y todo se acabaría. Pero la parte de su cerebro con el instinto de supervivencia venció.

      Â¿Cuál era el consejo que siempre le daban sobre los incendios? El hume sube. Tumbarse sobre el suelo para evitar inhalar humo. ¿Pero todavía se podía aplicar si el humo venía del piso inferior?

      Se levantó de la cama sobre sus rodillas y empezó a gatear. Luego se detuvo. ¿Por dónde estaba la ventana? No podía ver nada. Sabía la manera en la que su cama estaba orientada en relación con la ventana, pero sus engranajes mentales se atascaron. De repente, no pudo recordar como había salido de la cama. ¿Izquierda o derecha? ¿Se estaba moviendo hacia la ventana o lejos de ella?

      Había cristales rotos delante suyo. Bueno, se dirigía en la dirección correcta. Una voz gritó: “¿Hay alguien aquí?”

      Trató de responder gritando, pero su garganta estaba tan ahogada de humo que sólo pudo emitir un tos seca.

      Eso era suficiente, sin embargo, para su posible socorrista. "Te escucho. Ya voy."

      Un momento después, el bombero agarró su brazo, lo levantó suavemente y lo condujo hasta la ventana. Afuera había una escalera. “¿Crees que puedes bajar?” preguntó el salvador. El asintió.

      "¿Alguien más aquí?" fue la siguiente pregunta.

      Sacudió la cabeza. "Sólo yo", dijo con voz ronca.

      Había otro bombero en la escalera. Los dos rescatadores lo ayudaron a trepar temblorosamente hasta el suelo. De pronto sintió frío. A pesar de que era julio, la noche era fría —y además, saliendo del edificio sobre calentado, el contraste era aún más intenso.

      Además, sólo llevaba puestos sus calzoncillos. Fue lo único con lo que durmió, ya que era lo único que tenía. Uno de los bomberos lo vio temblar y al instante lo envolvió en una manta. Alguien más le trajo una sudadera grande y holgada y pantalones se los puso. Alguien más le dio un poco de agua.

      Se volvió para mirar el fuego. Lo observó impasible mientras ardía. Las llamas eran bastante bonitas, en realidad, contra la oscuridad de la noche. De vez en cuando tomaba un sorbo de agua, más por reflejo que por sed.

      Su vida entera se convirtió en humo— por lo menos, todo lo que no había perdido se fue metafóricamente hablando con él a principios de esta semana.

      Se quedó allí mientras la gente se movía a su alrededor haciendo todo tipo de cosas frenéticas— corriendo con hachas, echando agua sobre el fuego, y manteniendo alejada a la multitud. Nada de eso parecía importarle mucho; Su mente se había ido lejos. Las vistas, los sonidos, los olores eran todo un caleidoscopio de sensaciones que pasaban por el extremo equivocado de un telescopio. Nada de eso era real. Nada de eso le afectó.

      Una mujer se detuvo y le habló brevemente. Ella dijo que era de la Cruz Roja y le preguntó si tenía un lugar para quedarse aquella la noche. Ella le dio la tarjeta de un refugio que podría hospedarlo durante una noche o dos, mientras él consiguiera arreglarlo todo.

      Las llamas lentamente se apagaron. Alguien le dijo que el primer piso estaba casi destruido, mientras que algunas cosas se habían salvado del segundo: su cartera, una cómoda pequeña con algunas ropas, su teléfono móvil. Alguien más le dijo que en una evaluación preliminar parecía que el fuego había comenzado

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