¡polly!. Stephen Goldin

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¡polly! - Stephen Goldin

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estaba demasiado en guardia y sudado y despeinado. “No estoy seguro de que vaya conmigo. Seguramente no conozco a nadie—“

      â€œNo te preocupes. Todo estará bien. Son buena gente. No invito a quien no lo sea.”

      â€œPero, esto... no voy vestido para una fiesta.”

      â€œNo te preocupes. Todos mis amigos vienen-tal-cual. Muy informal. Creo que las personas son más importantes que su ropa. Ven.”

      Abrió la puerta corrediza y le invitó a que entrara al gran salón. La habitación estaba llena de gente. Había una banda tocando música instrumental discretamente en el fondo, y gente hablando amigablemente. Se podía escuchar risas desde diferentes sitios.

      La alfombra era azul pálido, cubierta por un par de tapetes Persas sobre un suelo azul. El papel de las paredes era de un tono azul pastel con bandas azul marino horizontales cerca de la parte superior y el revestimiento de madera. Había un largo sofá de brocado Empire y cinco sillas de jacquard verde con pequeños manojos de campanillas en forma de diamante, y un gran piano celeste en la esquina opuesta. Pequeñas mesas de caoba había sido colocadas bajo un espejo de plato con esquinas biseladas. Todo el mundo estaba hablando de pie; nadie permanecía sentado en tales sofisticados muebles.

      Ã‰l contempló la gran multitud, pero no pudo encontrar ninguna cara conocido. “¿Cómo has logrado reunir tanta gente en un lugar en medio del desierto?”

      â€œLos invité” dijo Polly sin rodeos. “A la gente le gusta venir a mis fiesta.”

      Pulsó un botón en su medallón y sonó un leve pero insistente carillón en la habitación. La gente dejó de conversar para ponerse a mirar hacia la puerta.

      â€œHola a todos” dijo ella “espero que lo estéis pasando bien.”

      Mucha gente asintió, otros contestaron con algún movimiento. “Bien” dijo Polly “si hay algún problema, decídmelo. Me gustaría presentaron a miHéro-e. De echo, se llama Herodotus Saphiro, pero creo que Héro-e le queda mejor. Haced que se sienta a gusto.” Los invitados lo saludaron, cosa que hizo sentir a Herodotus más avergonzado.

      Polly se dio media vuelta hacia él. “Parece que necesitas una bebida.”

      â€œNo suelo beber mucho—“

      â€œSolamente una copa de vino. Eh, Fifi” dijo ella.

      Una bella y alegre jovenzuela de pelo rubio vistiendo un uniforme negro y blanco de sirvienta se les acercó, llevando una bandeja con copas de vino. Su ropa era escasa dejando poco a la imaginación, sobretodo por dejar en evidencia su origen mamífero. “Oui, Mademoiselle?” preguntó.

      Polly tomó un par de copas de vino de la bandeja, dándole una a Herodotus y quedándose la otra para ella. “Fifi, quiero que te asegures que Héro-e tiene todo lo que quiera.”

      La sirvienta miró el rostro de Herodotus y sonrió. “Haré lo mejor que pueda” le prometió con una voz que de repente parecía ronca. Sus hombres y caderas empezaron a moverse como si fueran accionados indistintamente el uno del otro.

      Polly alzó la copa. “Para las nuevas amistades” dijo, acercando su copa con la de él.

      Herodotus contempló el líquido dorado de la copa y lo probó. Estaba delicioso —dulce pero no empalagoso, suave al paladar, refrescante en la garganta, con un final definido y afrutado. Tomó un segundo sorbo mucho más largo.

      Ella lo contemplaba con una sonrisa en su rostro. “¿Te gusta?” preguntó.

      â€œSí, está muy bueno.”

      â€œEs de mi viñedo” dijo presumiendo. “Se llama Alegría, el vino de las uvas alegres. Crecen junto a otro viñedo donde se almacenan las uvas de la ira. Guardo este vino para ocasiones especiales.”

      â€œOye, Polly, yo—“

      â€œPerdona por tener que dejarte unos instantes, pero tengo atender a alguien. Temas de anfitriona y cosas por el estilo. Habla con la gente, diviértete. Si necesitas algo, Fifi o James estarán encantados de ayudarte.”

      â€œÂ¿Quién es ese James?”

      â€œMi mayordomo. Estaré de vuelta pronto y entonces podremos hablar.” Tomó un sorbo de su copa y se alejó, sonriendo a todo aquel con el que se cruzaba hasta desaparecer entre la multitud.”

      Herodotus se sintió fuera de su lugar y completamente solo. La gente parecía amable, pero no estaba con humor para hacer amigos— no ese día. Se dirigió hacia el sofá y se sentó en uno de sus extremos, intentando no estropear aquel antiguo mobiliario e intentando pasar por inadvertido lo mejor que pudo.

      Unos minutos después, un hombre vino y se sentó a su lado. Parecía tener sesenta y muchos años, con un rostro curtido y arrugado con un peinado casi blanco perfecto. Tenía un cuerpo delgado con un generosa barriga que le arrugaba la cara pero no de una forma bonita. Sonreía mucho.

      â€œÂ¿Cuánto tiempo hace que la conoces?” preguntó el hombre intentando empezar una conversación.

      â€œÂ¿Ella? ¿Te refieres a Polly?”

      â€œÂ¿Así es como se llama últimamente? Sí, Polly.”

      â€œMe encontré con ella hace unos pocos minutos.”

      El viejo hombre asintió. “Yo ya hace cinco años. Mi mujer y yo llevamos cuarenta y tres años casados, y no ha estado enferma ni un solo día en su vida excepto uno o dos resfriados. Entonces Alice fue al hospital, y tres semanas después murió de cáncer. Toda mi vida se desplomó. Pensé que hubiera sido mejor morir y estar con ella. Entonces esa enfermera vino a mi en la sala de visitas y me cogió de la mano. No soy un tipo que llore con facilidad, pero terminé como un niño llorando sobre sus hombros, empapándole todo el uniforme. Parecía que no el importaba. Le conté todo sobre Alice. ¡Jesús! Estuvimos hablando durante horas. Ya sabes, tengo amigos que intentan levantarme el ánimo diciéndome que Alice fue a un lugar mejor. Polly jamás me dijo tal estupidez. Solamente estaba allí, y fue suficiente, y entonces el resto del mundo también — un poco más vacío sin Alice, pero no tan desesperanzador como pensaba.”

      Se detuvo. “¿Cuál es tu historia?” preguntó.

      Herodotus se sonrojó. Después de una historia como la del viejo, ¿qué podía decir? “Mi coche se rompió fuera de su casa”, dijo, casi disculpándose.

      El hombre lo miró un rato, con las más ligeras de sus sonrisas en las comisuras de la boca. Finalmente se levantó. “Claro,” dijo él, extendiéndose y golpeando a Herodotus en la espalda. “Recuerda, como dice Polly, que las cosas nunca son desesperadas a menos que pierdas toda esperanza.” Y se alejó.

      Herodotus

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