¡polly!. Stephen Goldin
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Pocos minutos después empezó a perder de vista la cadena de radio. Empezó a buscar desesperadamente otra. Todo lo que podÃa encontrar aquà en medio de la nada era un programa religioso. ¿Qué hacÃa eso a mediodÃa? No era domingo. ¿No eran esas cosas reservadas para la tarde o la noche cuando no molestarÃan a la gente decente?
âAquellos paganos quieren decirte que todo fue un accidente,â decÃa el predicador. âSi te encuentras un reloj en el suelo, seguro que dices, âque cosa más rara, ¿todas estas piezas de metal se han juntado ellas solas en el suelo para decirme la hora?â ¡Vaya suposición más estúpida, ridÃcula, sin sentido, imbécil, tonta, alocada y banal! ¿O creerás que alguien hizo aquel complicado reloj a posta para tus propios propósitos? Un reloj implica un Relojero tan seguro que la noche sigue al dÃa.â
âSÃ,â le contestó a la radio molestamente. "Un relojero imbécil que no sabe o no le importa si dejó su reloj en medio de un estúpido campo. Tal vez el dueño lo perdió o lo tiró porque daba mal el tiempo. ¿Qué pasa si dejas una barra de hierro en el campo y vuelves unos meses más tarde encontrándolo cubierto con polvo rojizo? ¿AsumirÃas que alguien vino y lo pintó? ¿O crees que se acaba de oxidar? ¡no me jodas!â
El predicador radiofónico lo ignoró. âLo que estas personas no pueden ver es que todo es parte de un gran diseño, un diseño tan grande que no podemos ver todos los detalles. El plan de Dios es tan grande que se envuelve todo el camino alrededor de nosotros como una manta grande y reconfortante. El plan de Dios es inmenso y es para todos nosotros, y todos participamos en élâ.
â¿El plan de Dios incluye quemar mi tienda?â Le gritaba a la radio. â¿Quiere Dios que yo esté sin hogar y en bancarrota? ¿Es Hacienda parte sutil del plan de Dios? ¿Necesita Dios mis ocho mil dólares? ¿Es el plan de Dios para darme una multa por exceso de velocidad? ¿O hacer que Bárbara me deje? ¿Qué está haciendo el plan de Dios para mÃ? ¿Dónde la manta del amor que deberÃa cubrirlo todo? ¡Tiene unos agujeros de polilla muy grandes!â
Golpeó furiosamente el botón para apagar la radio. La humedad en su rostro era mucho más que lágrimas de sudor, picando sus ojos y haciendo más difÃcil ver por dónde estaba conduciendo. Si hubiese habido más tráfico, podrÃa haber estado en problemas, pero no habÃa nadie a quien atacar. Al menos logró mantener el coche en la carretera.
Incluso el silencio era mejor que escuchar basura como esa. Incluso escuchar sus propios pensamientos era mejor. A pesar de que estaba enfadado y confundido, deprimido y lleno de desesperación. Al menos eran sus pensamientos, no los de un tipo hipócrita.
Terminó el resto de la botella muy rápido, la mitad en su boca y la otra mitad sobre su cabeza. No parecÃa que ayudara. SeguÃa haciendo un calor insoportable.
ESCENA 3
A primera vista, el objeto podrÃa bien ser un espejismo. Pero no brillaba e iba creciendo en tamaño a medida que se aproximaba con su coche, por lo que definitivamente era algo real.
Era una enorme mansión de dos pisos construida en piedra blanca, con filas de ventanas en cada piso que reflejaba el sol de primera mañana. El porche frontal le sobresalÃa apoyado por una fila de columnas de mármol blanco, y en frente de la casa habÃa un trozo rectangular de césped verde delineado a la perfección con el lÃmite del desierto a su alrededor.
HabÃa conducido por esta carretera antes y no recordaba haber visto algo asÃ. Eso habÃa sido hace unos años, sin embargo, podrÃa haber sucedido durante ese tiempo.
La carretera pasaba por delante de la casa, a unos treinta metros de distancia. La tierra alrededor era perfectamente plana, desprovista de cualquier cosa de interés, pero ocasionalmente podÃas ver algunos arbustos y cactus solitarios dispersos aquà y allá. Incluso las montañas que siempre estaban presentes en California eran sólo una mancha azul en el lejano horizonte.
Estaba demasiado absorto en su propia miseria para pensar en la mansión mucho más que como una curiosidad. Su depresión era una nube negra que abrumaba todas las otras preocupaciones, asà que él ignoró la mansión y siguió conduciendo.
O trató de hacerlo. Sin previo aviso, su motor de repente tosió y murió, y el viejo Corolla se detuvo lentamente hasta hacerlo casi directamente frente a la entrada de la mansión. Por lo menos se las arregló para dirigirlo al lado de la carretera, por lo que no serÃa golpeado por cualquier otro coche que pasara por aquÃ. Aunque no habÃa mucha probabilidad de que eso ocurriera.
El indicador de la gasolina indicaba que el depósito estaba medio lleno. Intentó encender el motor un par de veces, pero solamente obtuvo un lúgubre ruido parecido a un zumbido. â¡Mierda!â gritó a la desconsiderada máquina, golpeando la rueda con ambos puños. â¡Mierda, mierda, mierda, mierda, mierda! ¿Por qué a mi? ¿Por qué ahora? SabÃa que no deberÃa haber confiado en un trozo de basura para un viaje como este.â
Miró a disgusto el montón de formularios para la aseguradora en el asiento del pasajero que estaban debajo de la bolsa de ropa, los sacó y cerró de un golpe la puerta. Levantó el capó para comprobar el motor. Aquello era algo inútil âno tenÃa ni idea de lo que estaba mirando, ni mucho menos como poder arreglarlo.
Miró impacientemente su reloj. Las doce y treinta y cinco. La temperatura rondaba los treinta y siete grados. Aquella tarde solo podÃa que ir a peor. Ni un ápice de viento. TenÃa que ponerse manos a la obra si querÃa llegar al rancho antes de la puesta de sol.
Puso la mano en el bolsillo y se sacó su móvil. Nadie le podÃa ayudar, de todas maneras pues la pantalla indicaba que no habÃa cobertura. Después de todo, ¿quien instalarÃa una antena de telefonÃa aquà para los conejos y los coyotes? Lanzó tu teléfono tan lejos como pudo hacia el desierto. â¡Buen viaje!â gritó. â¿Y ahora, qué? ¿Qué pasará?â golpeó el coche con frustración en medio de un sollozo. â¿Me ocurrirá algo bueno?â
Lo que él querÃa hacer era volver con el coche. Sentarse en el asiento trasero. Tumbarse en posición fetal y llorar. Quizás incluso chuparse su pulgar. Todo el universo pasarÃa por delante suyo. Probablemente algo mejor de lo que habÃa estado haciendo últimamente.
Levantó la mirada y vio otra vez aquella casa. Bueno, al menos podÃa pedir si podrÃa usar su teléfono para llamar a la Asistencia-en-Carretera. Por supuesto, no con la racha que llevaba.
Se desesperó. A pesar de haberse tirado por encima mucha agua, su ropa estaban ya secas por el calor del desierto. Pasó sus dedos por el pelo un par de veces como si fuera un peine. Entonces empezó a pisar fuertemente el asfalto, alegrándose de que todavÃa no era de noche, una noche de tormenta; ahora tendrÃa que entrar en la guarida de Drácula o Frank N. Furter1 o alguien parecido.
Estaba tan envuelto en su nube negra de pensamientos que habÃa llegado a más de la mitad de la entrada antes de ver al muñeco de nieve en el césped