¡polly!. Stephen Goldin
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Se acercó a él y lo tocó. Estaba frÃo. Estaba hecho de nieve. Y estaba de pie sobre este césped en treinta y siete grados de calor bajo el sol abrasador del desierto en julio.
Se alejó lentamente de él, no completamente dispuesto a quitarle los ojos de encima. El muñeco de nieve se quedó allà y no mostró ninguna intención de derretirse.
Finalmente, con un rápido movimiento de cabeza, trató de sacarlo de su mente. HabÃa muchos otros problemas de que preocuparse. Subió los cuatro escalones hasta el porche, se acercó a la gran puerta y presionó la campana.
A los pocos segundos la puerta se abrió y se vio mirando a la más bella chica que habÃa visto jamás. Era pequeña âtan sólo metro setenta y dos, no le llegaba más allá de la narizâ pero aquella tan solo era lo único a lo que podrÃa llamar remarcable. Su cuerpo estaba perfectamente proporcionado, ni muy pechugona ni muy aniñada. Su pelo marrón oscuro, con un corte pixie, con un rostro perfecto, ojos marrones y brillantes, una nariz alegre y una boca pequeña pero expresiva.
Llevaba puesto un pantalón vestido satinado de una pieza. La mitad inferior eran unos pantalones destellantes; la parte superior era un arnés con la forma de dos pañuelos negros uniéndose en la parte frontal y atándose entre ellos por el cuello. Llevaba unas zapatillas negras con poco talón, y su parte trasera estaba descalzo. No estaba esquelética, pero tampoco tenÃa grasa. Alrededor de su cuello llevaba una cadena dorada y un gran medallón de varios centÃmetros, con al menos una docena de pequeñas luces que parpadeaban. No parecÃa tener mucho más de veinte años.
â¿SÃ?â dijo ella.
Ãl estaba demasiado ocupado admirando las vistas por lo que olvidó la razón de estar allÃ. âEh, perdona que te moleste, pero mi coche se ha estropeado en medio de la carretera. Me preguntaba si...â
âBueno, no te quedes bajo este solâ dijo haciéndole señas para que entrase. âEntra que aquà hay aire acondicionado y se está bien. Bienvenido a Green House.â
âGracias,â dijo poniendo un pie dentro. Ella cerró la puerta tras él, y enseguida sintió el lujo. No habÃa sentido frÃo desde hacÃa horas.
Estaban en un vestÃbulo echo de baldosas de mármol negras y blancas y una enorme lámpara de cristal colgando de un techo alto. HabÃa un largo pasillo que llevaba hasta la parte trasera de la mansión, con varias puertas que daban a diferentes habitaciones. Unas amplias escaleras con una alfombra verde llevaban al piso superior.
âOdio molestar de esta manera...â empezó diciendo, pero ella lo volvió a interrumpir.
âNo digas tonterÃas. No es molestia. No es tu culpa el lugar donde tu coche se estropea, ¿verdad?â
âNo,â dijo con un profundo suspiro. âMe estaba preguntando si me dejarÃas usar el teléfono un momento.â
âLo harÃa si tuviera uno.â
â¿Vives en un lugar tan apartado en medio de la nada sin teléfono?â
âSi tuviera uno, la gente no dejarÃa de llamarme todo el ratoâ dijo ella. âHay demasiada gente intentando hablar conmigo. Prefiero ser un poco difÃcil de localizar.â
â¿Pero si tienes algún problemaâ le dijo. â¿Y si necesitas comunicarte con alguien?
âNo tengo problema alguno a la hora de comunicarme con el que quieroâ dijo ella âY no hay problema que mi servicio no pueda solucionar.â
âOh, tienes servicio. Supongo que entonces nada.â
âSip. De echo, iba a sugerirte que mi chófer echara un vistazo a tu coche. Seguramente sepa como repararlo.â
âNo quiero meterte en problemas...â
âPara nada. Fritz hará su trabajo. Es por esto que está aquÃ.â Cogió su medallón y habló por él. âFritz, hay un coche fuera que parece que ha dejado de funcionar. ¿PodrÃas echarle un vistazo y hacerlo que vuelva a funcionar?â
âJa, meine frauleinâ dijo la voz a través del medallón. Aquella voz tenÃa un acento tanto de alemán de Hollywood que podÃa escuchar el taconeo de sus talones.
âMuchas graciasâ dijo él.
Ella se dio la vuelta. âMe llamo Polly, por cierto.â
âOh, esto... y yo Rod.â
Ladeó su cabeza hacia la izquierda. âNo pareces ninguna âcañaâ2 dijo sentenciosamente.
â¿Qué aspecto tiene una âcañaâ?â
âEsto, algo largo, cilÃndrico y rÃgidoâ le dijo regalándole una sonrisa malvada. âPor supuesto, entiendo que sea tu apodo.â
Ãl se sintió ruborizado. âEs por Heródotoâ dijo calmadamente mientras se preguntaba porque lo decÃa. Casi nunca se lo habÃa contado a nadie âni mucho menos a un completo desconocido.
âAh, el historiador griegoâ gritó Polly. âGenial.â
â¿Lo conoces?â
âPor supuesto, amo la Antigua Grecia.â
âSÃ, y también mi padre. Era profesor de civilizaciones clásicas.â
âTenÃa que quererte de verdad para darte tal honorable nombre.â
Heródoto resopló con desprecio. âHeródoto Shapiro es un nombre horrible para un chico judÃo.â
âMe gusta. ¿Puedo llamarte âHeroâ?â
âPrefiero Rod.â
âPuedes ser mi Héro-eâ dijo ella, ignorando por completo sus palabras. âEs mejor que âHer,â ¿no?â
âHaz lo que quierasâ dijo resignándose. TenÃa mayores problemas en su vida en aquel momento que preocuparse por como le llamaba una niña tonta y rica. Uno de sus problemas era el apartar su mirada del increÃble cuerpo de aquella niña tonta y rica evitando dejar el suelo lleno de babas.
Ella lo rodeó con sus brazos y lo llevó a la habitación a su derecha. âEntra a la sala y únete a la