EL MISTERIO DE LA BELLEZA EXACTA. Sergey Baksheev
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Читать онлайн книгу EL MISTERIO DE LA BELLEZA EXACTA - Sergey Baksheev страница 16
– Como lo dice usted. —
– Qué? Acaso entre los científicos no hay gente de poca ética? —
– Si los hay. – aceptó Arkhangelskaia y se puso pensativa.
– Necesito aquellos quienes se hayan encontrado, últimamente, con Danin o su madre. – dijo Vishnevskaia.
– Quizás, entonces, Levon Ambartsumov. Ya estaba con nosotros en la escuela, en un curso paralelo. —
– Recuerdo a Leva. Amaba el dinero y no le gustaba resolver ejercicios difíciles. —
– Sí. Y la demostración del Teorema de Fermat puede aportar buen dinero.– Tatiana, pensativa, prendía y apagaba el encendedor. – A propósito, Efim Zdanovsky me dijo que hacía poco se había encontrado con Danin. Él vive por aquí cerca. —
– Quién es? Lo conozco? —
– Poco probable. Zdanovsky envidiaba a muerte a Danin. Es un mentiroso, torpe y basto. En alguna época trató de hacerse amigo y no excluyo que haya estado en su casa. No me cae bien. Tiene un tic nervioso y es un entrometido. —
Tatiana se puso de pie, se acercó a la ventana y rozó las flores. – Estas nunca me florecieron. —
– Después te explico con qué fertilizarlas. Entonces, solamente recuerdas a dos personas? —
– Hay uno más, quizás, Mikhail Fishuk. Nos conocimos en la universidad. El entendió perfectamente la genialidad de Danin, lo respetaba y todo el tiempo le pedía ayuda con sus trabajos. Si Danin encontraba algún error, él no se ofendía, sino todo lo contrario, se entusiasmaba más. No me gustaba en absoluto, inclusive alguna vez sentí celos por la manera en que miraba a Danin. Era muy inoportuno y resbaladizo. Pero me divorcié de Danin y ya no tuve que soportar la presencia de Fishuk. Pero seguro que siguió frecuentándolo. —
Valentina Ippolitovna se arregló los anteojos y escribió el apellido en una hojita y preguntó:
– Alguno más? —
– No. Son todos. – Tatiana se arregló el moderno peinado y aspiró el cigarrillo.
– Y Félix? —
– Que tiene que ver Félix? – A Arkhangelskaia le tembló la mano y la ceniza cayó al lado de la ventana. Se estiró y desde esa altura miró amenazadoramente a la pequeña maestra. – Félix, hace tiempo, dejó el trabajo científico. Ahora, solamente, piensa en dólares. —
– Se relacionaba con Konstantín? —
– Trató de llamar algunas veces. Decía que los amigos de la escuela no se olvidan. Pero todo eso en vano. Ya eran personas diferentes. —
– Y como te va con Félix? —
– Normal. – Tatiana manoteó negligentemente. – Vivimos mejor que otros. Hoy llegó de España y prometió traerme una sorpresa. Todavía no lo he visto. —
– Oh, te estoy deteniendo. – La anciana maestra golpeó la hojita con los apellidos. – Necesito saber dónde viven. —
– Para qué? —
– Voy a tratar de visitarlos. Comunicarme con ellos. Konstantín Danin compartió el gran descubrimiento con su maestra preferida? Bueno, les hablaré sobre el Teorema de Fermat, para ver su reacción. —
Tatiana Arkhangelskaia miró con admiración a la valiente maestra.
– Usted está decidida a llevar su propia investigación? —
– No…, que te pasa? Que gano yo con eso? – Vishnevskaia llevó una mirada irónica a su pierna coja. – Hablar solamente. Como contigo. Puede ser que me digan algo. —
– Yo sé dónde vive Efim Arkadievich Zdanovsky. Escriba. – Arkhangelskaia dictó la dirección y se dirigió a la salida. – Disculpe Valentina Ippolitovna, pero tengo que irme. Las direcciones de Ambartsumov y Fishuk las buscaré en mis papeles. De todas maneras piense en un abogado. Ahorita son necesarios.
11
Valentina Ippolitovna verificó el número del apartamento en la hoja con la dirección de Efim Arkadevich Zdanovsky y presionó el botón del timbre. Ella había decidido no posponer la visita a un colega de Danin sospechoso, sobre todo porque no vivía lejos. A ella le parecía que un homicida difícilmente podría esconder sus emociones el mismo día del crimen.
La puerta fue abierta por un hombre de unos cuarenta y cinco años, de contextura media y con una barba redonda como las que se le forman a los niños que meten la cara en una torta de chocolate. Estaba vestido con un mono deportivo, de esos, que ya no se encuentran en las tiendas hace diez años y miró a la visitante inesperada con desconfianza.
– Efim Arkadevich? – preguntó sonriendo la maestra y se presentó. – Yo soy Valentina Ippolitovna Vishnevskaia, antigua maestra de Danin. Pasó algo malo con él. Yo quisiera hablar con usted. —
– Y yo que tengo que ver? —
– Usted es buen conocido suyo y trabajaron juntos en el mismo lugar muchos años. —
– Y? —
– Efim Arkadevich, ni siquiera pregunta que le pasó a Konstantin? —
Zdanovsky sintió el regaño. Bajó los pequeños ojos oscuros hacia el escalón y estudió por algún momento los zapatos de la visitante.
– Es obvio. Seguramente se enfermó y necesita dinero para la clínica. – murmuró Zdanovsky, se haló la barba y con la misma actitud que en la frase anterior y como si se sintiera orgulloso de ella, dijo: – Pero yo no tengo dinero, mejor pídale a su exesposa. —
– Acabo de hablar con ella. Pero Danin no está enfermo, Efim Arkadevich. Está preso. —
– Qué? – Incrédulo preguntó Zdanovsky. – Danin, preso? —
Vishnevskaia observó su reacción: “Está actuando?”
– Me permite pasar? —
Zdanovsky se apartó con desgano.
– Bueno… No esperaba visitas. —
– Fima, quién es? – Se oyó una voz femenina desde la cocina.
– Es para mí! Del trabajo! – Efim Arkadevich le mostró la puerta de la sala a la maestra. – Pase. Será poco tiempo. —
El dueño de casa la invitó a sentarse. Era una mesa redonda que estaba en el medio de la sala y se interesó en los manuscritos con fórmulas que había sobre ella. Zdanovsky se apresuró a recogerlos y los puso en el, ya lleno, armario de libros. Era claro que la sala servía también de biblioteca y estudio.
– Valentina… —
– Ippolitovna, –