Una Justa de Caballeros . Морган Райс

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Una Justa de Caballeros  - Морган Райс El Anillo del Hechicero

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yo no pido lo que quiero”, dijo. “Lo cojo. Está en un reino extranjero, a la merced de un anfitrión extranjero. Sería sabio por su parte complacer a sus captores. Al fin y al cabo, sin nuestra hospitalidad, estaría tirada en el desierto. Y existen un montón de circunstancias desafortunadas que pueden acontecer por accidente a una invitada, incluso con el mejor intencionado de los anfitriones”.

      Ella lo miró con el ceño fruncido, había visto muchas amenazas reales en su vida como para asustarse de estas advertencias insignificantes.

      “¿Captores?” dijo ella. ¿Es así como nos llama? Yo soy una mujer libre, por si no se había dado cuenta. Me podría ir de aquí ahora mismo si así lo decidiera”.

      Él rió, haciendo un terrible ruido.

      “¿Y hacia dónde iría? ¿De vuelta al Desierto?”

      Él sonrió y negó con la cabeza.

      “Puede que técnicamente sea libre de marchar”, añadió. “Pero permítame que le pregunte algo: cuando el mundo es un lugar hostil, ¿dónde la deja esto?”

      Krohn gruñó con malicia y Gwen podía sentir que estaba a punto de saltar. Se sacudió la mano de Mardig de encima indignada y posó una mano en la cabeza de Krohn, reteniéndolo. Y entonces, cuando miró de nuevo a Mardig con una mirada asesina, tuvo una repentina percepción.

      “Dígame una cosa, Mardig”, dijo con la voz dura y fría,. “¿Por qué no está usted allá fuera, luchando con sus hermanos en el desierto? ¿A qué se debe que es usted el único que se ha quedado atrás? ¿Es que el miedo le domina?”

      Él sonrió, pero bajo su sonrisa ella notaba la cobardía.

      “La caballerosidad es para los estúpidos”, respondió él. “Estúpidos cómodos, que preparan el camino a los demás para que consigamos lo que queremos. Cuélguele el nombre de “caballerosidad” y los podrá usar como marionetas. A mí no pueden utilizarme tan fácilmente”.

      Él lo miró, enojada.

      “Mi marido y nuestros Plateados se ríen de un hombre como usted”, dijo ella. “No duraría ni dos minutos en el Anillo”.

      Gwen miraba de él a la entrada que estaba tapando.

      “Tiene dos opciones”, dijo ella. “Puede apartarse de mi camino, o Krohn tomará el desayuno que con tanto entusiasmo desea. Creo que su tamaño es perfecto para él”.

      Él echó un vistazo a Krohn y vio que le temblava el labio. Se apartó hacia un lado.

      Pero ella todavía no se marchó. En cambio, dio un paso adelante y se acercó a él mirándolo con desprecio pues quería decirle lo que pensaba.

      “Puede que esté al mando de su pequeño castillo”, gruñó de manera amenazante, “pero no olvide que habla con una Reina. Una Reina libre. Nunca responderé ante usted, nunca responderé ante nadie más mientras viva. Esto ya se ha acabado. Y esto me hace muy peligrosa –mucho más peligrosa que vos”.

      El Príncipe la miró fijamente y, ante su sorpresa, sonrió.

      “Usted me gusta, Reina Gwendolyn”, respondió él. “Mucho más de lo que pensaba”.

      A Gwendolyn le latía fuerte el corazón mientras observaba cómo él se daba la vuelta y se iba, escurriéndose en la oscuridad, desapareciendo en el pasillo. Mientras sus pasos resonaban y se desvanecían, ella se preguntaba: ¿qué peligros acechaban en aquella corte?

      CAPÍTULO TRES

      Kendrick cabalgaba por el árido paisaje del desierto, con Brandt y Atme a su lado, acompañados por su media docena de Plateados, lo único que quedaba de su hermandad del Anillo, cabalgando juntos como en los viejos tiempos. Mientras cabalgaban, adentrándose cada vez más en el Gran Desierto, Kendrick se sentía agobiado por la nostalgia y la tristeza; esto le hacía recordar su apogeo en el Anillo, rodeado de Plateados, de hermanos de armas, cabalgando hacia la batalla junto a miles de hombres. Él había cabalgado con los mejores caballeros que el reino podía ofrecer, a cual mejor, y a todos los lugares a los que había llegado cabalgando, las trompetas sonaban y los aldeanos corrían a recibirle. Él y sus hombres eran bienvenidos en todas partes y siempre se quedaban despiertos hasta tarde contando de nuevo las historias de batallas, de valentía, de refriegas con monstruos que aparecían del cañón –o peor, de más allá de lo desolado.

      Kendrick parpadeó, tenía polvo en los ojos y volvió a la realidad. Ahora estaba en una época diferente, en un lugar diferente. Echó un vistazo y vio a los ocho hombres de los Plateados y esperaba ver a miles más a su lado. Pero la realidad pronto se hizo evidente al darse cuenta de que aquellos ocho eran lo único que quedaba y entendió cuánto había cambiado. ¿Recuperarían alguna vez aquellos días de gloria?

      La idea de Kendrick sobre qué hace a un guerrero había cambiado a lo largo de los años y, estos días, sentía que lo que hacía a un guerrero no era solo la habilidad y el honor, sino la constancia. La habilidad de continuar. La vida, de alguna manera, te cubría de muchos obstáculos, desgracias, tragedias, pérdidas y, sobre todo, de muchos cambios; él había perdido más amigos de los que podía contar y el rey por el que había vivido siempre ya no vivía. Su verdadera patria había desaparecido. Y aún así, él continuaba, incluso cuando no sabía para qué. Él sabía que lo estaba buscando. Y era esta habilidad para continuar, quizás por encima de todo, lo que hacía a un guerrero, lo que hacía que un hombre soportara la prueba del tiempo cuando muchos otros abandonaban. Esto es lo que separaba a los verdaderos guerreros de los fugaces.

      “¡PARED DE ARENA AL FRENTE!” gritó una voz.

      Era una voz extraña, una a la que Kendrick todavía se estaba acostumbrando, y al echar un vistazo vio a Koldo, el hijo mayor del Rey, destacando entre el grupo por su piel negra, dirigiendo al grupo de soldados de la Cresta. Durante el breve tiempo que hacía que lo conocía, Koldo ya se había ganado el respeto de Kendrick, al observar la manera en que dirigía a sus hombres y el modo en que estos lo admiraban. Era un caballero al lado del cual Kendrick se sentía orgulloso de cabalgar.

      Koldo señaló hacia el horizonte y, al echar un vistazo, Kendrick vio lo que estaba señalando –de hecho, lo oyó antes de verlo. Era un silbido estridente, como un huracán y Kendrick recordó el tiempo que estuvo en el Desierto, cuando fue arrastrado a través de él medio inconsciente. Recordaba las furiosas arenas, agitándose como un tornado que nunca se iba, formando un sólido muro que se alzaba hasta el cielo. Parecía impenetrable, como una pared de verdad, y ayudaba a ocultar la Cresta del resto del Imperio.

      Mientras el silbido crecía, Kendrick temía volver a entrar.

      “¡PAÑUELOS!” ordenó una voz.

      Kendrick vio que Ludvig, el mayor de los gemelos del Rey, estiraba una larga malla de tela blanca y se envolvía la cara con ella. Uno a uno los otros soldados siguieron su ejemplo e hicieron lo mismo.

      A su lado apareció cabalgando el soldado que se había presentado a sí mismo como Naten, un hombre que a Kendrick no le había gustado desde el primer momento. Se mostró rebelde e irrespetuoss hacia el mando que le habían asignado a Kendrick.

      Naten sonreía con aires de superioridad mientras se acercaba a Kendrick y sus hombres cabalgando.

      “Crees que diriges esta misión”, dijo, “solo porque el Rey te la asignó. Pero todavía no sabes lo suficiente para protegera tus hombres del Muro de Arena”.

      Kendrick

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