Un Rastro de Vicio . Блейк Пирс
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La persona que la contemplaba se veía mucho más saludable de lo que ella había estado hacía apenas unos pocos meses. Ya no estaban los círculos negros que solía tener bajo sus ojos pardos, y estos ya no estaban inyectados de sangre. Su piel estaba menos manchada. Su cabello rubio cenizo, aunque recogido hacia atrás en una práctica coleta, no estaba grasoso y sin lavar.
Keri se acercaba a su cumpleaños número treinta y seis, pero se veía mejor que nunca desde que Evie habías sido raptada cinco años antes. No estaba segura si era debido a la sensación de esperanza que albergaba desde que el Coleccionista había asomado hacía semanas que estaría en contacto.
O quizás era la posibilidad real en el horizonte de un romance con Ray. Podía también haber sido la reciente mudanza de la destartalada casa bote que durante varios años había llamado hogar a un apartamento de verdad. O podría haber tenido que ver con la reducción en el consumo de grandes cantidades de whisky escocés de malta.
Fuese lo que fuese, notaba que los hombres volvían sus cabezas con más frecuencia de la normal cuando ella iba a pie por esos días. Nada de eso le importaba, excepto que por primera vez sentía que tenía algo de control sobre su a menudo incontrolada vida.
Subió la visera y volteó hacia Ray.
—Lista —dijo.
Al caminar hacia la puerta principal, Keri examinó la urbanización. Era la parte más septentrional de Westchester, adyacente a la autopista 405 y justo al sur del Centro Howard Hughes, un gran complejo comercial y de oficinas que dominaba el horizonte de esta parte de la ciudad.
Westchester tenía la reputación de una urbanización de clase trabajadora, y la mayoría de los hogares era de tipo modesto, de una sola planta. Pero incluso esos habían subido mucho su costo en la última media docena de años. Como resultado de ello, la comunidad era una mezcla de veteranos que habían vivido allí por siempre, y familias jóvenes, de profesionales que no querían vivir en desarrollos hechos en serie sino en algún lugar con personalidad. Keri supuso que esta gente era de los segundos.
La puerta se abrió antes de que llegaran al porche y de allí salió una pareja abiertamente preocupada. A Keri le sorprendió su edad. La mujer —pequeña, hispana, con el cabello adecuadamente corto— lucía a mitad de los cincuenta. Llevaba un hermoso pero bastante usado traje de oficina, y unos viejos pero inmaculados zapatos negros.
El hombre era por lo menos treinta centímetros más alto que ella. Era blanco, con una calvicie que iba dejando mechones de rubio grisáceo, y espejuelos que colgaban de su cuello. Era al menos tan viejo como ella y probablemente cercano a los sesenta. Estaba vestido de manera más casual en comparación con ella, con unos cómodos pantalones y una camisa de cuadros nueva y bien planchada. Sus mocasines marrones estaban arañados y una de las trenzas no estaba hecha.
—¿Son ustedes los detectives? —preguntó la mujer, alargando su mano para estrechar las de ellos antes de que se lo confirmaran.
—Sí, señora —contestó Keri, tomando la iniciativa—. Soy la Detective Keri Locke del Departamento de Policía de Los Ángeles División Pacífico Unidad de Personas Desaparecidas. Esta es mi pareja, el Detective Raymond Sands.
—Encantado de conocerles, amigos —dijo Ray.
La mujer hizo un ademán mientras hablaba.
—Gracias por venir. Mi nombre es Mariela Caldwell. Este es mi marido, Edward.
Edward asintió pero no dijo nada. Keri tuvo la sensación de que no sabían por dónde empezar, así que tomó la iniciativa.
—¿Por qué no nos sentamos en la cocina para que puedan contarnos qué es lo que les tiene tan preocupados?
—Por supuesto —dijo Mariela, y les condujo por el estrecho pasillo adornado con fotos de una chica de cabello oscuro y cálida sonrisa. Habría al menos veinte fotos que cubrían su vida entera desde su nacimiento hasta el momento actual. Llegaron a un pequeño pero bien amueblado rincón para desayunar—. ¿Se les ofrece alguna cosa —café, un refrigerio?
—No, gracias, señora —dijo Ray, mientras pegado a la pared maniobraba dando un rodeo con dificultad para alcanzar una silla—. Solo sentémonos y saquemos tanta información como sea posible y tan rápido como podamos. ¿Por qué no comienzan por contarnos qué es lo que les ha preocupado? Tengo entendido que Sarah ha estado fuera de contacto por unas pocas horas.
—Casi cinco horas en este momento —dijo Edward, hablando por primera vez mientras se sentaba frente a Ray—. Ella llamó a su madre al mediodía para decir que iba verse con una amiga que no había visto hacía tiempo. Son casi las cinco p.m. ahora. Ella sabe que se supone que debe reportarse cada dos horas cuando sale, aunque sea un mensaje de texto para decir dónde está.
—¿A ella nunca se le olvida? —preguntó Ray, manteniendo su tono neutral de tal manera que solo Keri captó el escepticismo subyacente. Ninguno de los Caldwells habló por un instante, y a Keri le preocupó que Ray los hubiera ofendido. Finalmente Mariela respondió.
—Detective Sands, sé que es difícil de creer. Pero no, a ella nunca se le olvida. Ed y yo tuvimos a Sarah tarde en la vida. Después de numerosos intentos fallidos, fuimos bendecidos con su llegada. Ella es nuestra única hija y tengo que admitir que ambos somos un poco, ¿cuál es la palabra, revoloteantes?
—Padres helicóptero —añadió Ed con una irónica sonrisa.
Keri sonrió también. Difícilmente podía culparlos.
—En todo caso —continuó Mariela—, Sarah sabe que ella es lo que más amamos en este mundo y sorprendentemente, ella no lo resiente ni se siente reprimida. Horneamos juntas en el fin de semana. A ella todavía le encantan las jornadas de ‘lleva tu hija al trabajo’ junto con su padre. Fue incluso conmigo a un concierto de Motley Crue hace unos meses. Ella nos consiente. Y porque sabe cuán preciada es para nosotros, ella es muy diligente en cuanto a mantenernos informados. Nosotros establecimos la política de ‘textea dónde estás’. Pero ella fue quien eligió la regla de las dos horas.
Keri observó a ambos con atención mientras hablaban. La mano de Mariela estaba en la de Ed, y él acariciaba el dorso de la de ella con su pulgar. Esperó hasta que terminara, entonces habló.
—Y si alguna vez lo olvidara, por primera vez, ella no se habría ido por tanto tiempo sin hacer contacto o contestar alguno de nuestros textos o llamadas. Entre los dos, le hemos enviado una docena de mensajes de textos y la hemos llamado una media docena. En mi último mensaje le dije que estaba llamando a la policía. Si los hubiera recibido, se hubiera comunicado. Como le dije a su teniente, el GPS de su teléfono está apagado. Eso nunca había sucedido.
Ese inquietante detalle quedó flotando en el aire, amenazando con imponerse a todo lo demás. Keri trató de sofocar cualquier señal que tendiera al pánico haciendo rápidamente la siguiente pregunta.
—Sr. y Sra. Caldwell, ¿puedo preguntarles por qué Sarah no estaba hoy en la escuela? Es viernes.
Ambos la miraron con una expresión de sorpresa. Incluso Ray lució atónito.
—Es el día después de Acción de Gracias —dijo Mariela—. Hoy no hay escuela.
Keri sintió que el corazón se le hundía. Solo un padre sabría esa clase de detalle y en la práctica, ella ya no lo era.
Evie