Un Rastro de Crimen . Блейк Пирс

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Un Rastro de Crimen  - Блейк Пирс Un Misterio Keri Locke

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en Playa del Rey. La mamá normalmente se encuentra con ella mientras pedalea hasta casa desde la escuela, pero hoy encontró la bicicleta tirada en el borde de la calle y el morral metido en un arbusto cercano.

      —¿Sabemos algo de los padres? —preguntó Keri, mientras se lanzaban calle abajo por Culver Boulevard en dirección a la comunidad costera, donde ella también vivía. Con frecuencia el desafecto de los padres era un factor determinante. Una sólida mitad de sus casos de niños desaparecidos involucraba a uno de los padres como secuestrador del chico.

      —No mucho todavía —dijo Ray, mientras serpenteaban por en medio del tráfico. Estaban a comienzos de enero y afuera hacía frío, pero Keri advirtió que el sudor perlaba la cabeza calva de Ray mientras conducía. Parecía nervioso por algo. Antes de que pudiera profundizar en ello, él continuó.

      —Están casados. Mamá trabaja en casa. Diseña invitaciones de boda ‘artesanales’. Papá trabaja en Silicon Beach, para una compañía tecnológica. Tienen un hijo más pequeño, un varón de seis años. Hoy está en la guardería que funciona después de clases. La mamá verificó y está allí, sano y salvo. Hillman le dijo que lo dejara allí por el momento, para que su día siga siendo normal hasta donde sea posible.

      —No hay mucho que seguir —observó Keri—. ¿Está la Unidad de Escena del Crimen en camino?

      —Sí, Hillman los envió al mismo tiempo que a nosotros. Puede que ya estén allí, esperemos que procesando la bicicleta y el morral en busca de huellas.

      Ray pasó raudo el cruce con Jefferson Boulevard. En la distancia, Keri casi podía ver ahora su apartamento. Más allá estaba el océano, a solo poco menos de un kilómetro. El hogar de los Rainey estaba en una sección aparte de la comunidad, más sofisticada, sobre una gran colina con hogares multimillonarios. Estaban a menos de cinco minutos de distancia.

      Keri notó que Ray se había quedado extrañamente en silencio. Podía afirmar que estaba reuniendo el coraje para decir algo. No podía explicar por qué, pero lo temía.

      Ella y Ray Sands se habían conocido hacía más de siete años, bastante antes de que Evie fuese raptada, cuando ella era una profesora de criminología en la Universidad Loyola Marymount, y él era el detective local enviado como voluntario por su jefe para que hablara ante la clase de ella.

      Luego que Evie fuese raptada y la vida de Keri se hubo derrumbado, él había estado allí, tanto como detective trabajando en el caso y como amigo dándole apoyo. Estuvo allí para ella mientras salía su divorcio y su carrera se deshacía. Fue Ray quien la convenció de unirse a la fuerza. Y cuando ella arribó a la División Los Ángeles Oeste tras dos años como oficial patrullera, él se convirtió en su pareja en la Unidad de Personas Desaparecidas.

      En algún punto del recorrido, su relación se había vuelto más cercana. Quizás fuese en parte todo ese juego de flirteos. Quizás fuese el hecho de que cada uno había salvado la vida del otro, cantidad de veces.Quizás fuese en parte simple atracción. Ella incluso había notado que Ray, un notorio mujeriego, había dejado de mencionar a otras mujeres, ni siquiera en broma.

      Fuese lo que fuese, en los últimos meses, cada uno había pasado mucho tiempo en la casa del otro después del trabajo, yendo juntos a los restaurantes, llamándose para conversar sobre temas extralaborales. Era como si fueran una pareja en todos los aspectos, excepto uno. Nunca habían dado el salto final para consumar esa conexión. Diablos, ni siquiera se habían besado.

      ¿Entonces por qué le tengo terror a lo que creo que está a punto de decir?

      Keri adoraba pasar tiempo con Ray y una parte de ella quería llevar las cosas al siguiente nivel. Se sentía tan cercana al hombre que era extraño que nada hubiese sucedido. Y aún así, por razones para las que no podía encontrar palabras, temía dar el siguiente paso. Y podía sentir que Ray estaba a punto de cruzar el umbral.

      —¿Puedo preguntarte algo? —dijo él al cruzar a la izquierda desde Culver para meterse en Pershing Drive, la serpenteante vía que llevaba a la parte más opulenta de Playa del Rey.

      —Supongo.

      No. No, por favor. Vas a arruinarlo todo.

      —Me siento más cerca de ti que de ninguna otra persona en el mundo —dijo suavemente—, y tengo la sensación de que sientes lo mismo hacia mí. ¿Estoy en lo cierto?

      —Sí.

      Casi llegamos a la casa. Solo conduce un poco más rápido para que pueda salir de este auto.

      —Pero no hemos hecho nada con respecto a eso —dijo.

      —Supongo que no —concedió ella, sin saber qué más decir.

      —Quiero cambiar eso.

      —Ajá.

      —Así que oficialmente te pido que salgamos en una cita, Keri. Me gustaría sacarte este fin de semana. ¿Te gustaría salir a cenar conmigo?

      Hubo una larga pausa antes de que ella respondiera. Cuando abrió la boca, no estaba segura de lo qué saldría.

      —No lo creo, Ray. Gracias de todos modos.

      Ray se quedó quieto en el asiento, con sus ojos mirando al frente, boquiabierto, sin decir palabra.

      Keri, igual de asombrada ante su propia respuesta, permaneció también en silencio y luchó contra las ansias de saltar del auto en movimiento.

      CAPÍTULO DOS

      Sin que mediaran más palabras entre ambos, giraron a la derecha para salir de Pershing Drive hacia la empinada pendiente de Rees Street, y luego a la izquierda, hacia Ridge Avenue. Keri vio el camión de la Unidad de Escena del Crimen delante de una gran casa en la cima de la colina.

      —Estoy viendo el camión de Escena del Crimen —dijo tontamente, solo para romper el silencio.

      Ray asintió y se detuvo detuvo detrás del mismo. Se bajaron y se dirigieron a la casa. Keri jugueteó con el correaje de su pistola para así permitir a Ray que se adelantase un poco. Podía sentir que él no estaba de humor para caminar a su lado.

      Al seguirlo en su camino a la puerta principal, se maravilló una vez más ante el tremendo especímen físico que era él. Ray era un antiguo boxeador profesional afroamericano de cuarenta y un años, calvo, de uno noventa y dos de estatura, y ciento cuatro kilos.

      A pesar de los retos que había enfrentado luego de retirarse del deporte, incluyendo un divorcio, adaptarse a un ojo de vidrio, y recibir un balazo, todavía se veía como si pudiera pisar el cuadrilátero. Era musculoso mas no pesado, con una flexibilidad y una agilidad inesperada para un hombre de su tamaño. Era la razón por la cual era tan popular con las mujeres.

      Hacía unos meses, podría haberse preguntado por qué él estaría con ella. Pero últimamente, a pesar de acercarse a su cumpleaños número treinta y seis, había recobrado algo del juvenil entusiasmo que la había hecho tan popular.

      Nunca sería una supermodelo. Pero desde que había retomado las prácticas de Krav Maga y recortado el consumo de bebidas, había perdido cerca de cinco kilos. Había regresado al peso de cincuenta y seis, previo a su divorcio, que lucía bastante bien para su estatura de uno sesenta y siete. Las bolsas bajo sus ojos habían desaparecido, y en ocasiones

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