Un Rastro de Crimen . Блейк Пирс
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Sacó todo pensamiento extraño de su cabeza y miró en derredor mientras se aproximaban a la casa, tratando de captar el mundo de los Rainey.
Playa del Rey no era una urbanización grande, pero las divisiones sociales eran bastante rígidas. Allá abajo por donde Keri vivía, en un apartamento ubicado encima de un económico restaurante chino, la mayoría de los moradores eran de la clase trabajadora.
Lo mismo aplicaba, tierra adentro, en las pequeñas calles residenciales de Manchester Avenue. Casi todas estaban habitadas por residentes de gigantescos complejos de apartamentos y condominios. Pero más cerca de la playa, y en la gran colina donde los Rainey vivían, los hogares variaban de lo grande a lo masivo, y casi todos tenían vistas hacia el océano.
Esta casa estaba a medio camino entre lo grande y lo masivo, no era realmente una mansión, pero era lo más cercano que uno podía conseguir sin el muro perimetral y las grandes columnas. A pesar de ello, se sentía como un genuino hogar.
La grama en el césped del frente estaba un poco alta y estaba regada con juguetes, incluyendo un tobogán de plástico y un triciclo que en ese momento estaba de revés. La caminería que tomaron para llegar a la casa estaba cubierta de dibujos hechos con tiza de colores, a todas luces obra de un niño de seis años. Otras secciones eran más elaboradas, hechas por una preadolescente.
Ray tocó el timbre y miró derecho a la mirilla, rehusando ver a Keri. Ella podía sentir la confusión y la frustración que emanaban de él y optó por permanecer en silencio. No sabía qué decir en todo caso.
Keri escuchó los rápidos pasos de alguien que corría hacia la puerta y segundos más tarde esta se abrió para mostrar a una mujer al final de sus treinta. Llevaba unos cómodos pantalones y un casual pero elegante blusa. Tenía el cabello corto, oscuro, y era atractiva de una forma agradable, accesible a las personas, que ni sus ojos humedecidos por las lágrimas podían ocultar.
—¿Sra. Rainey? —preguntó Keri con su voz más tranquilizadora.
—Sí. ¿Son ustedes los detectives? —preguntó ella en tono de súplica.
—Lo somos —contestó Keri—. Soy Keri Locke y esta es mi pareja, Ray Sands. ¿Podemos entrar?
—Por supuesto. Hagan el favor. Mi marido, Tim, está arriba reuniendo fotos de Jess. Bajará en un minuto. ¿Ya saben algo?
—Todavía no —dijo Ray—, pero veo que nuestra unidad de escena del crimen ha llegado. ¿Dónde están?
—En el garaje —están revisando las cosas de Jess en busca de huellas. Uno de ellos me dijo que no debí haberlas movido del sitio donde las encontré. Pero temía dejarlas en la calle. ¿Qué pasaría si las robaban y perdíamos toda evidencia?
Mientras hablaba, iba alzando la voz y sus palabras comenzaron a salir atropelladas a una velocidad desbocada. Keri podía asegurar que apenas podía mantenerse de una pieza.
—Está bien, Sra. Rainey —la tranquilizó—. Escena del Crimen todavía estará en capacidad de obtener posibles huellas; más tarde puede mostrarnos dónde encontró sus cosas.
Justo entonces escucharon pasos y giraron para ver a un hombre bajar los escalones con una pila de fotos. Flaco, con un nido de rebeldes cabellos de color castaño, y gafas con una delgada montura metálica, Tim Rainey vestía pantalones kaki y una camisa con las puntas del cuello abotonadas. Se veía exactamente como Keri imaginaba que sería un ejecutivo de la industria tecnológica.
—Tim —dijo su esposa—, estos son los detectives que van a ayudar a encontrar a Jess.
—Gracias por venir —dijo, con una voz que era casi un susurro.
Keri y Ray estrecharon su mano y ella notó que la otra mano, la que sostenía las fotos, temblaba ligeramente. Sus ojos no estaban rojos como los de su esposa, pero su ceño estaba fruncido al igual que todo su rostro. Parecía un hombre abrumado por la tensión del momento. Keri no podía culparlo. Después de todo, ella había pasado por eso.
—Por qué no nos sentamos y nos cuentan lo que saben —dijo, advirtiendo que las rodillas de él parecían a punto de fallarle.
Carolyn Rainey los llevó a todos al recibidor del frente; su esposo tiró las fotos sobre una mesita y se dejó caer con pesadez en un sofá. Ella se sentó junto a él y puso su mano sobre la rodilla, que ahora se agitaba hacia arriba y hacia abajo con frenesí. Él captó el mensaje y se quedó quieto.
—Caminaba para encontrarme con Jess después de la escuela —comenzó a decir Carolyn—. Tenemos todos los días la misma rutina. Yo camino. Ella monta su bicicleta. Nos encontramos en un punto intermedio y regresamos juntas. Casi siempre hacemos contacto cerca del mismo punto, cuadra más cuadra menos.
La rodilla de Tim Rainey comenzó a rebotar de nuevo y ella le dio una suave palmada para recordarle que se controlara. Una vez más, él se aquietó. Ella prosiguió.
—Comencé a preocuparme cuando llevaba cubiertas las dos terceras partes del camino a la escuela y no la había visto. Eso solo ha pasado antes dos veces. Una vez debido a que olvidó un libro de texto en su casillero y tuvo que regresar. En la otra ocasión tenía un fuerte dolor de estómago. En ambas oportunidades me llamó para hacerme saber qué estaba pasando.
—Siento interrumpir —dijo Ray—, pero, ¿puede darme su número de celular? Podríamos ser capaces de rastrearlo.
—Pensé primero en eso. De hecho, la llamé tan pronto vi sus cosas. Comenzó a repicar de inmediato. Lo hallé bajo el mismo arbusto donde estaba metido su morral.
—¿Lo tiene ahora? —preguntó Keri— Todavía podría haber en él datos valiosos que reunir.
—La gente de escena del crimen lo está empolvando también.
—Eso está bien —dijo Keri—. Lo miraremos cuando hayan terminado. Procedamos con varias preguntas básicas si no les importa.
—Por supuesto —dijo Carolyn Rainey.
—¿Ha mencionado Jessica recientemente algo acerca de tener una discusión con un amigo?
—No. Ella recién cambió el objeto de su enamoramiento. La escuela comenzó de nuevo apenas esta semana, tras el receso de invierno, y dijo que el tiempo de descanso le había hecho ver las cosas de manera diferente. Pero ya que el primer muchacho nunca supo siquiera que a ella le gustaba, no creo que eso importe.
—Con todo, si pudiera escribir ambos nombres, sería de ayuda —dijo Ray—. ¿Alguna vez mencionó haber visto a personas inusuales, ya fuese en la escuela, en el camino hasta allá, o en casa?
Los Rainey menearon sus cabezas.
—¿Puedo? —preguntó Keri, señalando las fotos sobre la mesa.
Carolyn asintió. Keri tomó la pila y comenzó verlas una tras otra. Jessica Rainey era una chica de doce años de una apariencia perfectamente normal, con una gran sonrisa, los chispeantes ojos de su madre, y el salvaje cabello castaño de su padre.
—Vamos a seguir cada posible pista —les aseguró Ray—, pero no quiero que lleguen a conclusiones apresuradas. Aún hay oportunidad de que esto sea alguna