Caballero, Heredero, Príncipe . Морган Райс

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Caballero, Heredero, Príncipe  - Морган Райс De Coronas y Gloria

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sonrió todavía más. “¿Y cómo se vería esto, tú intentando echar al heredero al trono de tu boda? No acabaría bien”.

      “No para ti”.

      “Recuerda tu lugar, Thanos”, dijo Lucio bruscamente.

      “Oh, conozco mi lugar”, dijo Thanos con una voz que anunciaba peligro. “Los dos lo conocemos, ¿verdad?”

      Aquello hizo que Lucio reaccionara con un ligero parpadeo. Incluso aunque Thanos no lo hubiera sabido, aquello lo hubiera confirmado: Lucio conocía las circunstancias del nacimiento de Thanos. Sabía que eran medio hermanos.

      “Te maldigo a ti y a tu matrimonio”, dijo Lucio.

      “Estás celoso”, replicó Thanos. “Sé que querías a Estefanía para ti y ahora soy yo el que se casa con ella. Yo soy el que no escapó del Stade. Yo soy el que realmente luchó en Haylon. Ambos sabemos qué más soy. Así que, ¿qué te queda, Lucio? Eres tan solo un matón del que la gente de Delos debe protegerse”.

      Thanos escuchó el chasquido cuando Lucio tensó su mano alrededor de la copa de cristal, apretando hasta que la destrozó.

      “Te gusta proteger a las clases más bajas, ¿verdad?” dijo Lucio. “Bien, piensa en esto: mientras tú planeabas una boda, yo destrozaba aldeas. Continuaré haciéndolo. De hecho, mientras tú todavía estés en tu lecho de boda mañana por la mañana, yo saldré a darles una lección a otro grupo de campesinos. Y no hay nada que puedas hacer al respecto, quienquiera que te creas que eres”.

      Thanos deseaba pegar a Lucio entonces. Deseaba golpearlo y seguir golpeándolo hasta que no quedara más que una mancha de sangre sobre el suelo de mármol. Lo único que lo detuvo fue notar la mano de Estefanía, que se acercó al acabar el baile, sobre su brazo.

      “Oh, Lucio, se te ha derramado el vino”, dijo con una sonrisa que Thanos deseaba poder igualar. “No hay problema. Deja que uno de mis asistentes te traiga más”.

      “Ya me lo cogeré yo mismo”, respondió Lucio con evidente mala gana. “Me trajeron este y mira lo que le pasó”.

      Se marchó ofendido y tan solo el tirón de la mano de Estefanía sobre su brazo frenó a Thanos de seguirle.

      “Déjalo”, dijo Estefanía. “Te dije que habían mejores maneras y las hay. Confía en mí”.

      “No puede escapar con todo lo que ha hecho”, insistió Thanos.

      “No lo hará. Sino, míralo de este modo”, dijo ella. “¿Con quién prefieres pasar la noche? ¿Con Lucio o conmigo?”

      Esto hizo que se le dibujara una sonrisa en los labios a Thanos. “Contigo. Indudablemente contigo”.

      Estefanía lo besó. “Buena respuesta”.

      Thanos notó que la mano de ella se escurría en la suya, empujándolo en dirección a las puertas. Los otros nobles que había allí los dejaban pasar, soltando de vez en cuando alguna risita por lo que iba a suceder a continuación. Thanos seguía a Estefanía mientras esta se dirigía a los aposentos de Thanos, abría la puerta de par en par e iba en dirección al dormitorio. Allí se giró hacia él, le rodeó el cuello con sus brazos y lo besó profundamente.

      “¿No te arrepientes de nada?” preguntó Estefanía mientras se apartaba un poco de él. “¿Estás feliz por haberte casado conmigo?”

      “Estoy muy feliz”, le aseguró Thanos. “¿Y tú?”

      “Es todo cuanto siempre quise”, dijo Estefanía. “¿Y sabes lo que quiero ahora?”

      “¿Qué?”

      Thanos vio que levantaba los brazos y su vestido le caía por partes.

      ***

      Thanos despertó con los primeros rayos de sol que se colaron por las ventanas. A su lado, sentía la cálida presión de la presencia de Estefanía, que tenía uno de los brazos sobre él mientras dormía acurrucada a su lado. Thanos sonrío por el amor que rebosaba en su interior. Ahora estaba más feliz de lo que había estado en mucho tiempo.

      Si no hubiera sido por el tintineo del arnés y el relinchar de los caballos, podría haberse acurrucado de nuevo junto a Estefanía y se hubiera vuelto a dormir, o la hubiera despertado con un beso. Pero no era el caso, se levantó y se dirigió hacia la ventana.

      Llegó justo a tiempo para ver a Lucio abandonando el castillo, yendo a la cabeza de un grupo de soldados, con las banderas volando al viento como si fuera un caballero andante en una cruzada más que un asesino preparándose para atacar una aldea indefensa. Thanos lo miró y después echó un vistazo a Estefanía, que todavía dormía.

      Empezó a vestirse en silencio.

      No podía quedarse quieto. No podía, ni siquiera por Estefanía. Ella le había hablado de mejores maneras de encargarse de Lucio, pero ¿qué suponían? ¿Buena educación y ofrecerle vino? No, tenían que parar a Lucio, ahora mismo, y solo había un modo de hacerlo.

      En silencio, con cuidado para no despertar a Estefanía, Thanos salió rápido de la habitación. Una vez fuera, corrió hacia los establos y gritó a un sirviente para que le trajera la armadura.

      Era la hora de hacer justicia.

      CAPÍTULO DOS

      Berin sentía la emoción, la energía nerviosa se palpaba en el ambiente en el instante que puso un pie en los túneles. Serpenteaba bajo tierra siguiendo a Anka, con Sartes a su lado, pasando por delante de guardias que inclinaban la cabeza en señal de respeto y rebeldes que iban a toda prisa en todas direcciones. Atravesó la Puerta del Vigilante y sintió el giro que había dado la Rebelión.

      Ahora parecía que tenían una oportunidad.

      “Por aquí”, dijo Anka, saludando con la mano a un vigilante. “Los otros nos esperan”.

      Caminaron por pasillos de piedra desnuda que parecía que estaban allí desde siempre. Las Ruinas de Delos, en la profundidad bajo tierra. Berin pasó la mano por la suave piedra, admirándola como solo un herrero lo haría y se maravillaba ante el tiempo que debía hacer que estaban allí y ante quién las había construido. Quizás incluso databan de los tiempos en que los Antiguos habían andado por allí, mucho antes de lo que nadie podía recordar.

      Y esto le hizo pensar, con una punzada, en la hija que había perdido.

      Ceres.

      El sonido de martillos sobre metal y el repentino calor de los fuegos de forja al pasar por una grieta arrancaron a Berin ese pensamiento. Vio a una docena de hombres trabajando duro para fabricar corazas y espadas cortas. Aquello le recordó a su vieja herrería y le trajo recuerdos de los días en que su familia no estaba destrozada.

      Sartes parecía estar mirando fijamente también.

      “¿Estás bien?” preguntó Berin.

      Él asintió.

      “Yo también la echo de menos”,

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