Caballero, Heredero, Príncipe . Морган Райс
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Escuchó cómo Anka suspiraba.
“Lo único que podemos hacer es luchar”, añadió, “y seguir forjando armas. Te necesitamos, Berin”.
Intentó concentrarse.
“¿Están haciendo todo lo que les indiqué?” preguntó. “¿Calientan el metal lo suficiente antes de templarlo? Sino, no se endurecerá.
Anka sonrió.
“Compruébalo tú mismo antes de la reunión”.
Berin asintió. Al menos de una manera modesta podía ser útil.
***
Sartes caminaba al lado de su padre, mientras continuaba pasada la forja y se adentraba más en los túneles. Había más gente en ellos de lo que había pensado. Hombres y mujeres reunían provisiones, practicaban con armas, caminaban de un lado a otro por los pasillos. Sartes reconoció a algunos de ellos como antiguos reclutas, liberados de las garras del ejército.
Finalmente encontraron un espacio cavernoso, con pedestales de piedra puestos allí que alguna vez debían haber soportado estatuas. A la luz de las velas parpadeantes Sartes vio a los líderes de la rebelión, que los estaban esperando. Hannah, que se había opuesto al ataque, ahora parecía tan feliz como si lo hubiera propuesto ella. Oreth, uno de los principales ayudantes de Anka ahora, tenía su delgado cuerpo apoyado contra la pared y sonreía para sí mismo. Sartes divisó la gran corpulencia del antiguo empleado del embarcadero, Edrin, al lado de la luz de la vela, mientras las joyas de Yeralt brillaban con ella, el hijo del mercader parecía estar fuera de lugar entre el resto mientras estos reían y bromeaban entre ellos.
Se quedaron en silencio cuando ellos tres se acercaron y ahora Sartes veía la diferencia. Antes, habían escuchado a Anka casi a regañadientes. Ahora, tras la emboscada, se notaba el rspeto mientras ella avanzaba. Sartes pensó que incluso ahora tenía más aspecto de líder, caminaba más erguida, parecía más segura.
“¡Anka, Anka, Anka!” empezó Oreth y pronto los demás empezaron a corear, como los rebeldes habían hecho tras la batalla.
Sartes se unió, al escuchar el nombre de la líder rebelde resonando en el lugar. Solo se detuvo cuando Anka hizo un gesto pidiendo silencio.
“Lo hicimos bien”, dijo Anka con una sonrisa. Era una de las primeras que Sartes le había visto desde la batalla. Había estado demasiado ocupada intentando arreglarlo todo para sacar a sus bajas del cementerio. Tenía un talento para ocuparse de los detalles de las cosas que se habían desarrollado durante la rebelión.
“¿Bien?” preguntó Edrin. “Los destruimos”.
Sartes escuchó el golpe seco del puño del hombre contra su mano para recalcar lo que había dicho.
“Los destrozamos”, coincidió Yeralt, “gracias a tu liderazgo”.
Anka negó con la cabeza. “Los derrotamos juntos. Los derrotamos porque todos hicimos nuestra parte. Y porque Sartes nos trajo los planos”.
Su padre empujó a Sartes hacia delante. Él no esperaba aquello.
“Anka tiene razón”, dijo Oreth. “Debemos agradecérselo a Sartes. Él nos trajo los planos y él fue el que convenció a los reclutas para que no lucharan. La rebelión tiene más miembros gracias a él”.
“Reclutas medio entrenados, sin embargo”, dijo Hannah. “No soldados de verdad”.
Sartes echó un vistazo hacia donde estaba ella. Había sido rápida al oponerse a que él participara en absoluto. A él no le gustaba, pero la rebelión no trataba de eso. Todos ellos eran parte de algo más grande que ellos mismos.
“Los derrotamos”, dijo Anka. “Ganamos una batalla, pero esto no es lo mismo que destrozar al Imperio. Todavía nos queda mucho por delante”.
“Y ellos todavía tienen muchos soldados”, dijo Yeralt. “Una guerra larga contra ellos nos podría salir cara a todos nosotros”.
“¿Ahora haces cuentas?” replicó Oreth. “Esto no es la inversión para un negocio, donde quieres ver las hojas de balance antes de involucrarte.
Sartes escuchó el descontento que había allí. La primera vez que vino a los rebeldes, esperaba que fueran algo grande y unido, que no pensara en nada más que en derrotar al Imperio. Había descubierto que en muchos aspectos eran solo personas, todas con sus propias esperanzas y sueños, voluntades y deseos. Esto solo hacía más sorprendente que Anka hubiera encontrado maneras de mantenerlos juntos después de que muriera Rexo.
“Esta es la mayor inversión que existe”, dijo Yeralt. “Contribuimos con todo lo que tenemos. Arriesgamos nuestras vidas con la esperanza de que las cosas mejoren. Yo corro el mismo peligro que vosotros si fracasamos”.
“No fracasaremos”, dijo Edrin. “Los derrotamos una vez. Los derrotaremos de nuevo. Sabemos dónde van a atacar y cuando. Podemos estar esperándolos cada vez”.
“Podemos hacer más que esto”, dijo Hannah. “Hemos demostrado a la gente que podemos derrotarlos, así que ¿por qué no salimos y les reclamamos las cosas?”
“¿Qué tenías en mente?” preguntó Anka. Sartes vio que los estaba sopesando.
“Reconquistamos las aldeas una a una”, dijo Hannah. “Nos deshacemos de los soldados del Imperio que hay en ellas antes de que Lucio se acerque. Le mostramos a la gente de allí lo que es posible y él se llevará una desagradable sorpresa cuando se alcen contra él”.
“¿Y cuando Lucio y sus hombres los maten por sublevarse?” exigió Oreth. “¿Entonces qué?”
“Entonces esto simplemente demuestra lo malvado que es”, insistió Hannah.
“O la gente ve que no podemos protegerlos”.
Sartes miró a su alrededor, sorprendido de que se tomaran la idea en serio.
“Podemos dejar a las personas en las aldeas para que no caigan”, sugirió Yeralt. “Ahora tenemos reclutas con nosotros”.
“No resistirán contra el ejército durante mucho tiempo si este llega”, replicó Oreth. “Morirían junto a los aldeanos”.
Sartes sabía que tenía razón. Los reclutas no habían tenido el entrenamiento que sí tenían los soldados más fuertes del ejército. Peor aún, habían sufrido tanto a manos del ejército que la mayoría de ellos estarían probablemente aterrorizados.
Vio que Anka hacía un gesto para que se callaran. Esta vez, tardó un poco más en llegar.
“Oreth tiene razón”, dijo.
Evidentemente tenías que darle la razón a él”, replicó Hannah.
“Le doy la razón porque la tiene”, dijo Anka. “No podemos entrar en las aldeas, declararlas libres y esperar lo mejor. Incluso con los reclutas, no tenemos suficientes combatientes. Si nos juntamos todos en un lugar, le damos al Imperio la oportunidad de machacarnos.