Rebelde, Pobre, Rey . Морган Райс
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Ceres se desplomó hacia atrás. Se hizo daño y algunas de las heridas eran más profundas que las físicas.
“Alguien nos traicionó”, dijo Ceres en voz baja.
Habían estado a punto de alcanzar la victoria, y alguien lo había revelado todo. Por dinero, o miedo, o por la necesidad de poder, alguien había revelado todo por lo que habían estado trabajando y los había dirigido hacia una trampa.
Entonces Ceres lo recordó. Recordó ver al sobrino de Lord West con una flecha sobresaliendo de su garganta, la mirada de impotencia e incredulidad que había asomado en su rostro antes de caer de la silla.
Recordaba las flechas bloqueando el sol, las barricadas, el fuego.
Los hombres de Lord West habían intentado disparar a los arqueros que los atacaban. Ceres había visto sus habilidades como arqueros a caballo durante su viaje a Delos, eran capaces de cazar con arcos pequeños y disparar a todo galope si era necesario. Al disparar sus primeras flechas como respuesta, Ceres incluso se había atrevido a tener esperanza, porque parecía que aquellos hombres serían capaces de superar cualquier cosa.
Pero no lo hicieron. Con los arqueros de Lucio escondidos por los tejados, se habían encontrado en clara desventaja. En algún momento del caos, ollas de fuego se habían unido a las flechas, y Ceres había sentido el horror de ver que los hombres empezaban a arder. Solo Lucio podía haber usado el fuego como arma en su propia ciudad, sin importarle si las llamas se extendían a las casas de los alrededores. Ceres había visto a los caballos encabritarse, lanzando a los hombres que los montaban presos por el pánico.
Ceres debería haberlos podido salvar. Había ido en busca del poder que había en su interior y solo encontró vacío, un oscuro hueco donde debería haber habido la fuerza y el poder dispuestos para destruir a sus enemigos.
Incluso lo había buscado cuando su caballo corcoveó y la hizo caer…
Ceres forzó a su mente a volver al presente, porque había algunos lugares de su memoria donde no quería detenerse. Aunque el presente no era mucho mejor, porque fuera Ceres escuchaba los gritos de un hombre que era obvio que estaba muriendo.
Ceres se dirigió hacia la ventana, luchando hasta los límites que sus cadenas le permitían. Incluso aquello era un esfuerzo. Sentía como si algo la hubiera rastreado por dentro, eliminando toda fuerza que hubiera tenido. Parecía que apenas podía estar de pie, mucho menos librarse de las cadenas que la sujetaban.
Consiguió llegar hasta allí, agarrándose a las barras como si pudiera arrancarlas. En realidad, casi era lo único que la sujetaba entonces. Cuando miró hacia el patio que había más allá de su nueva celda, le hizo falta aquel apoyo.
Ceres vio allí a los hombres de Lord West, en fila ante una hilera de soldados. Algunos todavía llevaban lo que quedaba de su armadura aunque, en algunos casos, algunas piezas se habían roto o habían sido arrancadas y ninguno tenía sus armas. Tenían las manos atadas y muchos estaban de rodillas. Aquella visión era triste. Hablaba de su derrota más claramente de lo que cualquier otra cosa podría hacerlo.
Ceres reconoció a otros de los que estaban allí, rebeldes, y ver aquellos rostros le trajo una reacción aún más visceral. Los hombres de Lord West habían venido con ella voluntariamente. Habían arriesgado sus vidas por ella, y Ceres se sentía responsable por ello, pero ella conocía a los hombres y mujeres que había allá abajo.
Vio a Anka. Anka estaba atada en el centro de todo aquello, tenía los brazos atados detrás de ella con una correa a un palo, lo suficientemente altos para que no pudiera sentarse o arrodillarse para descansar. Una cuerda a la altura de la garganta amenazaba con empezar a ahogarla cada vez que se atreviera a descansar. Ceres vio sangre en su cara, que se había quedado allí con indiferencia, como si a ella no le importara en absoluto.
Aquella visión fue suficiente para hacer que Ceres se sintiera mal. Ellos eran amigos, en algunos casos gente a la que Ceres hacía años que conocía. Algunos de ellos estaban heridos. Una ráfaga de ira recorrió a Ceres ante aquello, porque nadie estaba intentando ayudarlos. En cambio, estaban de rodillas o de pie, tal y como hacían los soldados.
Entonces estaba la visión de las cosas que estaban allí a la espera. Ceres no sabía para qué eran muchas de ellas, pero a partir de las demás lo podía imaginar. Había palos para ensartar y bloques para decapitar, horcas y braseros con hierros calientes. Y más. Tanto que Ceres apenas podía ni empezar a entender la mente que podía decidir hacer todo aquello.
Entonces vio que Lucio estaba entre ellos, y lo supo. Aquello era culpa suya y, de alguna manera, culpa de ella. Si hubiera sido más rápida para cazarlo cuando él lanzó su reto. Si hubiera encontrado alguna forma de matarlo antes de aquello.
Lucio estaba encima del soldado que estaba gritando, haciendo girar una espada que tenía clavada hasta provocarle un nuevo sonido de agonía. Ceres vio una pequeña multitud de torturadores y verdugos con capuchas negras a su alrededor, que observaban como si estuvieran tomando nota, o posiblemente solo apreciando a alguien con un retorcido don para su profesión. Ceres deseaba poder ir hasta allí y matarlos a todos.
Lucio alzó la vista y Ceres notó el instante en que sus ojos se encontraron con los de ella. Era algo parecido al tipo de cosas sobre las que cantaban los poetas, cuando las miradas de los amantes se cruzaban en una habitación, solo que en ambos lados solo había odio. En aquel instante, Ceres hubiera matado a Lucio como hubiera podido, y veía lo que Lucio le tenía guardado.
Vio que su sonrisa se extendía lentamente por su rostro, y le dio un último giro a la espada, con la mirada todavía puesta en Ceres, antes de ponerse derecho y secarse distraídamente sus manos ensangrentadas en un trozo de tela. Estaba de pie como un actor que está a punto de soltar un discurso a un público que espera. Para Ceres, simplemente parecía un asesino.
“Todo hombre y mujer que hay aquí es un traidor”, manifestó Lucio. “Pero creo que todos sabemos que no es culpa vuestra. Habéis sido engañados. Corrompidos por otros. Corrompidos por una en particular”.
Ceres vio que lanzaba otra mirada en su dirección.
“Por eso voy a ofrecer clemencia a los mediocres que estéis aquí. Arrastraos hasta mí. Suplicad que os esclavice y se os permitirá vivir. El Imperio siempre necesita más burros de carga”.
Nadie se movió. Ceres no sabía si sentirse orgullosa o gritarles para que aceptaran la oferta. Al fin y al cabo, tenían que saber lo que les venía encima.
“¿No?” dijo Lucio, con un toque de sorpresa en su tono. Ceres pensó que, quizás, él verdaderamente esperaba que todos se entregaran por propia voluntad a la esclavitud para salvar sus vidas. Quizás él no comprendía de qué iba la rebelión, o que había algunas cosas peores que la muerte. “¿Nadie?”
Ceres vio que la pretensión de sosegado control desaparecía entonces de él como una máscara, dejando al descubierto lo que había debajo.
“¡Esto es lo que sucede cuando los estúpidos como vosotros empiezan a escuchar a la escoria que os quiere engañar!” dijo Lucio. “¡Olvidáis cuál es vuestro lugar! ¡Olvidáis que hay consecuencias para todo lo que vosotros, los campesinos, hacéis! Bien, os voy a recordar que hay consecuencias. Vais a morir, hasta el último de vosotros, y lo haréis en modos sobre los que la gente