Transmisión . Морган Райс

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Transmisión  - Морган Райс Las Crónicas de la Invasión

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Buscaremos a otro doctor, tendremos una segunda opinión. Probaremos cualquier tratamiento que se nos ocurra.

      —No puedes pagarlos —dijo Kevin. Su madre trabajaba mucho en su trabajo en una agencia de marketing, pero su casa era pequeña y Kevin sabía que no había mucho dinero para cosas extra. Él intentaba no pedir mucho, porque eso solo hacía que su madre se sintiera triste cuando no podía dárselo. Odiaba ver a su madre así, lo que solo lo hacía más difícil.

      —¿Crees que eso me importa ahora? —exigió su madre. Kevin veía cómo le salían las lágrimas de los ojos—. Eres mi hijo, y te estás muriendo, y… yo no puedo… no puedo salvarte.

      —No tienes que salvarme —dijo Kevin, aunque ahora mismo deseaba que alguien lo hiciera. Deseaba que apareciera alguien y parara todo esto.

      Lo que eso significaba empezaba a calar. Lo que significaría, en menos tiempo que el final de curso. Él estaría muerto. Desaparecido. Cualquier cosa que él hubiera deseado se interrumpiría, cualquier cosa que él hubiera esperado para el futuro se detendría por el hecho de que no habría un futuro.

      Kevin no estaba seguro de cómo se sentía por ello. Triste, sí, porque era el tipo de noticia por las que se suponía que debías sentirte triste y porque no quería morir. Enfadado, porque lo que él quería parecía no importar cuando llegados a ese punto. Confundido, porque no estaba seguro de por qué tenía que ser él, cuando había billones de personas más en el mundo.

      Pero comparado con su madre, estaba tranquilo. Estaba temblando mientras conducía y Kevin estaba tan preocupado porque podían estrellarse que suspiró aliviado cuando llegaron a la calle donde estaba su casa. Era una de las casas más pequeñas de la manzana, vieja y llena de reparaciones.

      —Todo irá bien —dijo su madre. No sonó como si lo creyera. Cogió a Kevin del brazo mientras se dirigían hacia la casa, pero parecía más que ella se apoyaba en Kevin.

      —Seguro —respondió Kevin, porque sospechaba que su madre necesitaba oírlo incluso más que él. Podría haber ayudado si fuera cierto.

      Entraron y hacer cualquier cosa después de eso daba la sensación de no estar bien, como si hacer cosas normales hubiera sido una traición, después de las noticias que el Dr. Markham les había dado. Kevin puso una pizza congelada en el horno, mientras de fondo, oía a su madre sollozando en el sofá. Hizo la intención de ir a consolarla, pero le frenaron dos cosas. La primera fue pensar que su madre seguramente no quería que lo hiciera. Ella siempre había sido la fuerte, la que lo cuidaba incluso después de que su padre se marchara cuando él era solo un bebé.

      La segunda era la visión.

      Vio un paisaje bajo un cielo que parecía más lila que azul, los árboles de debajo tenían unas formas extrañas, con unas hojas de palma que a Kevin le recordaban las palmeras de las playas, pero con unos troncos que se retorcían de unas maneras que las palmeras nunca lo hacían. En el cielo parecía que el sol se estaba poniendo, pero parecía que, de algún modo, el sol no tenía buen aspecto. Kevin no podía entenderlo, pues había pasado tiempo mirando al sol, pero sabía que este no era el mismo.

      En un rincón de su mente, los números vibraban una y otra vez.

      Ahora caminaba a través de un lugar cubierto de arena rojiza y sentía que los dedos de los pies se le hundían en ella. Allí había unas criaturas, pequeñas y con aspecto de lagartos, que se escabullían cuando se les acercaba demasiado. Miró alrededor…

      … y el mundo se esfumó entre llamas.

      Kevin despertó en el suelo de la cocina, el temporizador del horno pitaba para decirle que la pizza estaba lista, el olor a comida quemada lo hizo ir a rastras del suelo hasta el horno antes de que tuviera que hacerlo su madre. No quería que ella lo viera así, no quería darle aún más razones para preocuparse.

      Sacó la pizza, la cortó a trozos y los llevó a la sala de estar. Su madre estaba en el sofá y, aunque había dejado de llorar, tenía los ojos rojos. Kevin dejó la pizza sobre la mesa baja, se sentó a su lado y encendió la tele para, por lo menos, fingir que las cosas eran normales.

      —Tú no deberías hacer esto —dijo su madre, y Kevin no supo si se refería a la pizza o a todo lo demás. Ahora mismo, esto no importaba.

      Los nombres todavía colgaban en su cabeza: 23h 06m 29,283s, -05º 02’ 28,59.

      CAPÍTULO DOS

      Kevin no estaba seguro de haberse sentido jamás tan cansado como lo estaba cuando su madre y él entraron con el coche al aparcamiento. El plan era intentar continuar con normalidad, pero él sentía que podría quedarse dormido en cualquier momento. Eso distaba mucho de ser normal.

      Probablemente era a causa de los tratamientos. Los últimos días había habido un montón de tratamientos. Su madre había encontrado más doctores, y cada uno tenía un plan diferente para por lo menos intentar ralentizar las cosas. Eso era lo que decían, cada vez, aunque las palabras dejaban claro que sería algo especial y que detener las cosas no era algo que ellos pudiesen esperar.

      —Que tengas un buen día en la escuela, cariño —dijo su madre. Había algo falso en aquella alegría, un filo frágil que daba a entender lo mucho que tenía que esforzarse por sacar una sonrisa. Kevin sabía que ella estaba haciendo un esfuerzo por él y él también hacía lo que podía.

      —Lo intentaré, mamá —le aseguró y oyó que su propia voz tampoco sonaba natural. Parecía que los dos estaban interpretando papeles porque tenían miedo de la verdad que yacía bajo ellos. Kevin interpretaba el suyo porque no quería que su madre llorara otra vez.

      ¿Cuántas veces había llorado ya? ¿Cuántos días habían pasado desde que habían ido a ver al Dr. Markham por primera vez? Kevin había perdido la cuenta. Uno o dos días no había ido al colegio porque estaba enfermo, antes de que se hiciera evidente que ninguno de los dos quería eso. Después vino esto: colegio entremezclado con pruebas e intentos de terapias. Había habido inyecciones y análisis de sangre, suplementos porque su madre había leído en la red que podrían ayudar, y comida sana que distaba mucho de la pizza.

      —Solo quiero que las cosas sean lo más normales posible —dijo su madre. Ninguno de los dos decía eso en un día normal, Kevin hubiera cogido el autobús y no tendrían que haberse preocupado de lo que era normal y lo que no.

      O que en un día normal, no tendría que esconder lo que le pasaba, ni sentirse agradecido de que su mejor amiga fuera a un colegio diferente después de la última vez que su madre y él se mudaron, de manera que no tenía que imaginarse nada de eso. Ahora hacía días que no llamaba a Luna, y los mensajes se le amontonaban en el teléfono. Kevin los ignoraba, pues no se le ocurría cómo contestarlos.

      Kevin sintió las miradas sobre él en el momento en que entró en la escuela. Habían corrido los rumores, a pesar de que nadie sabía con seguridad lo que le pasaba. Más adelante vio a un profesor, el Sr. Williams, y en un día normal Kevin podría haber pasado por delante de él sin tan solo llamar la atención por un instante. Él no era uno de los niños a quienes los profesores vigilaban de cerca porque siempre estaban haciendo algo malo. Ahora, el profesor lo detuvo, mirándolo de arriba abajo como si esperara señales de que podría morir en cualquier momento.

      —¿Cómo te sientes, Kevin? —preguntó—. ¿Estás bien?

      —Estoy bien, Sr. Williams —le aseguró Kevin. Era más fácil estar

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