Arena Uno. Tratantes De Esclavos. Морган Райс

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Arena Uno. Tratantes De Esclavos - Морган Райс Trilogía De Supervivencia

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baja de estatura, así que quien haya sido dueño de esto, debe haber sido alto. A veces me pregunto si le molestaría que esté usando su ropa. Pero luego me doy cuenta de que probablemente haya muerto. Al igual que los demás.

      Mis pantalones no son mucho mejores. Sigo usando el mismo par de pantalones vaqueros; me avergüenza darme cuenta de que los traigo desde que escapamos de la ciudad hace tantos años. Si hay una cosa que lamento es haber salido tan apresuradamente. Supongo que debí haber pensado que iba a encontrar algo de ropa aquí, que quizá alguna tienda estaría abierta en alguna parte o que incluso estaría el Ejército de Salvación. Eso fue tonto de mi parte, por supuesto, ya que todas las tiendas de ropa habían sido saqueadas desde hacía mucho tiempo. Era como si durante la noche el mundo hubiera dejado de ser un lugar de abundancia para ser uno de escasez. Me las había arreglado para encontrar unas cuantas piezas de ropa esparcidos en los cajones de la casa de mi papá. Esas se las di a Bree. Yo estaba feliz de que al menos algunas de sus ropas, como la térmica y sus calcetines, pudieran mantenerla caliente.

      El viento finalmente se detiene y yo levanto mi cabeza y me apresuro a seguir subiendo antes de que pueda repuntar de nuevo, obligándome a ir al doble de velocidad hasta llegar a la meseta.

      Llego a la cima, respirando con dificultad, con las piernas ardiendo, y poco a poco miro alrededor. Los árboles son más escasos aquí y a lo lejos hay un pequeño lago de montaña. Se congeló, como todos los demás, y el sol deslumbra con la intensidad suficiente para hacerme entrecerrar los ojos.

      Miro inmediatamente mi caña de pescar, la que yo había dejado el día anterior, calzada entre dos rocas. Se proyecta sobre el lago un largo trozo de cuerda que cuelga de ella en un pequeño agujero en el hielo. Si la caña de pescar se dobla, significará que Bree y yo tendremos algo para cenar esta noche. Si no es así, sabré que no funcionó -- de nuevo. Me acerco apresuradamente entre un grupo de árboles, a través de la nieve, y miro con atención.

      Está recta. Por supuesto.

      Me siento descorazonada. Debato entre caminar sobre el hielo, usando mi pequeña hacha para hacer un agujero en otro lugar. Pero ya sé que no habrá diferencia. El problema no es su posición, el problema es este lago. El suelo está demasiado congelado para desenterrar gusanos, y ni siquiera sé dónde buscarlos. Yo no estoy hecha para la cacería ni soy trampera. Si hubiera sabido que iba a terminar aquí, habría dedicado toda mi infancia a las Destrezas de Supervivencia, a las técnicas de supervivencia. Pero ahora siento que soy una inútil para casi todo. No sé cómo poner trampas y mis sedales raramente atrapan algo.

      Siendo la hija de mi padre, la hija de un infante de marina, la única cosa para la que soy buena es para luchar, que no sirve de nada aquí. Si soy una inútil contra el reino animal, por lo menos puedo defenderme de los de dos patas. Desde que era joven, me gustara o no, papá insistió en que yo fuera su hija, la hija de un infante de marina, y sentir orgullo de serlo. Él también quería que yo fuera el hijo que nunca tuvo. Me inscribió en el boxeo, la lucha libre, las artes marciales mixtas... tomaba incontables lecciones sobre cómo usar un cuchillo, cómo disparar un arma, cómo encontrar puntos de presión, cómo pelear sucio. Por encima de todo, insistió en que yo fuera ruda, que nunca demostrara miedo, y que nunca llorara.

      Irónicamente, nunca he tenido la oportunidad de utilizar una sola cosa de las que me enseñó y nada podría ser más inútil aquí, no hay otra persona a la vista. Lo que realmente necesito saber es cómo encontrar comida, no cómo patear a alguien. Y si alguna vez encuentro a alguien, no voy a jalarlo de un tirón, sino que voy a pedir ayuda.

      Pienso con detenimiento y recuerdo que hay otro lago aquí, en alguna parte, uno más pequeño; lo vi un verano, cuando yo era aventurera y escalé más arriba de la montaña. Es un cuarto de milla empinado y desde entonces no he tratado de ir hasta allí.

      Veo hacia arriba y suspiro. El sol ya se está ocultando, un atardecer taciturno de invierno tiene una tonalidad rojiza y ya me siento débil, cansada y congelada. Necesito más energía de la que tengo para bajar la montaña. La última cosa que quiero hacer es escalar más arriba. Sin embargo, una pequeña voz dentro de mí, me impulsa a seguir subiendo. Cuanto más tiempo paso sola en estos días, la voz de papá resuena más fuerte en mi cabeza. Me siento agraviada y quiero bloquearla, pero no sé por qué no me es posible hacerlo.

      ¡Deja de quejarte y sigue adelante, Moore!

      A papá siempre le gustaba llamarme por mi apellido: Moore. Me molestaba, pero a él no le importaba.

      Si regreso ahora, Bree no tendrá nada que comer esta noche. El lago que está allí arriba es lo mejor que se me ocurre intentar, nuestra única fuente de alimento. También quiero que Bree tenga una hoguera, y toda la madera que hay aquí está empapada. Allá arriba, donde el viento es más fuerte, tal vez podría encontrar madera lo suficientemente seca para usar como leña. Vuelvo a mirar hacia arriba de la montaña, y decido ir a por ella. Bajo la cabeza y comienzo la caminata, llevando mi caña conmigo.

      Cada paso es doloroso, un millón de afiladas agujas pulsan en mis muslos, el aire helado perfora mis pulmones. El viento repunta y la nieve azota como papel de lija en mi cara. Un pájaro grazna muy arriba, como si quisiera burlarse de mí. Justo cuando siento que no puedo dar un paso más, llego a la siguiente meseta.

      Estando tan arriba, es diferente a todas las demás: abundan los pinos, lo que dificulta ver más de tres metros. El cielo se oculta bajo su enorme follaje, y la nieve se llena de agujas de pino verdes. Los enormes troncos de los árboles también evitan el paso del viento. Siento como si hubiera entrado en un pequeño reino privado, oculto al resto del mundo.

      Me detengo y giro para observar el paisaje; el panorama es increíble. Yo siempre había pensado que teníamos un paisaje hermoso en la casa de papá, a medio camino de la montaña, pero desde aquí, estando hasta arriba, es espectacular. Las cimas de las montañas se disparan en todas direcciones, y más allá de ellas, a lo lejos, puedo incluso ver el río Hudson, chispeante. También veo las sinuosas carreteras que atraviesan su camino a través de la montaña, sorprendentemente intacta. Probablemente debido a que pocas personas vienen aquí. De hecho, yo nunca había visto un auto o cualquier otro vehículo. A pesar de la nieve, los caminos no están obstruidos; los caminos escarpados, angulares, disfrutando el sol, se prestan perfectamente al desagüe, y sorprendentemente, gran parte de la nieve se ha derretido.

      Siento una punzada de preocupación. Prefiero que los caminos estén cubiertos de nieve y hielo, cuando son intransitables para los vehículos, ya que las únicas personas que tienen automóviles y combustible en estos días son los tratantes de esclavos - despiadados cazadores de recompensas que trabajan para alimentar a la Arena Uno. Ellos andan por todas partes, en busca de algún sobreviviente, para secuestrarlo y llevarlo a la arena como esclavos. Allí, según me han dicho, les hacen luchar hasta morir, como diversión.

      Bree y yo hemos tenido suerte. No hemos visto a ningún tratante de esclavos en los años que hemos estado aquí arriba, pero creo que eso es sólo porque vivimos en una zona muy alta, en un lugar tan lejano. Sólo una vez oí el gemido agudo del motor de un tratante de esclavos, a lo lejos, al otro lado del río. Sé que están ahí abajo, en algún lugar, patrullando. Y no me arriesgo -- me aseguro de mantener un perfil bajo, rara vez encendemos la leña, a menos que sea absolutamente necesario, y mantengo en estrecha vigilancia a Bree, en todo momento. La mayoría de las veces la llevo de cacería conmigo – hoy lo habría hecho si no estuviera tan enferma.

      Me dirijo hacia la meseta y observo un pequeño lago. Congelado, brillando a la luz de la tarde, está ahí como una joya perdida, escondiéndose detrás de un bosquecillo de árboles. Me acerco a él, dando unos pasos vacilantes en el hielo, para asegurarme de que no se agriete. Una vez que siento que está firme, doy unos cuantos pasos más. Encuentro un lugar, retiro la pequeña hacha de mi cinturón y corto hacia abajo

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