Historia y arte de la Baja California. María Teresa Uriarte Castañeda
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Esta visión, casi idílica, se parece más a la que Link, Del Barco o Clavijero atribuyeron a los enemigos de los jesuitas, a quienes acusaron de ocultarle a la corte de España las riquezas de aquel territorio con aviesas intenciones,11 que a la que ellos mismos consignaron en sus testimonios y escritos. Hammond, en su introducción a la edición del Informe, lo explica así: "la evangelización de California requería paciencia sin límite, coraje y maña", de modo que el texto en cuestión de Piccolo hay que leerlo "como un argumento dirigido a diseminar la fe", porque incurrió en tales exageraciones que, ahí donde otros vieron rocas o cactos, él describió tierras fértiles y sus habitantes, tachados de "miserables" y hasta de "medio racionales" en otros testimonios, al informante jesuita le parecían en cambio "inteligentes".12
En los 70 años que permanecieron en California los jesuitas establecieron un total de 18 misiones, si bien cuatro de ellas fueron suprimidas y agregadas a otras. La última, Santa María, fue fundada en mayo de 1767 –unos meses antes de su expulsión– aunque hacía más de una década que buscaban dónde implantarla. Refiere Clavijero que pese a insurrecciones de los indígenas que incluso les costaron la vida a algunos misioneros y las condiciones adversas que encontraban a su paso, "deseaban promover el cristianismo hacia el Norte" con nuevas misiones, pero "no se habían hallado lugares donde plantarlas", con excepción de Calagnujuet, sitio descubierto por el padre Fernando Consag en las postrimerías de 1753, "mas la falta de agua potable parecía un grande obstáculo".13
Es por ello que se le encomendó a Link internarse en el territorio, rumbo al río Colorado, y lo infructuoso de su búsqueda llevó a fundar en 1766 la de San Francisco de Borja en el mencionado lugar. Su responsable, Victoriano Arnés, se convenció de que era imposible subsistir en un "lugar tan estéril y falto de todo" y se dio a la tarea de "buscar por todas partes otro más tolerable" hasta que "después de muchos viajes lo halló cerca del arroyo Cabujacaamang". A decir verdad, era "igualmente falto de frutos, pastos y leña", pero su terreno no era "tan estéril como el que se dejaba" y el agua era "muy buena", a diferencia de la de Calagnujuet, "cargada de caparrosa", que al ser utilizada para el riego dañó las tierras y su producto.14
El historiador jesuita calculó que en enero de 1768, cuando sus correligionarios fueron expulsados, los pobladores de California sumaban alrededor de siete mil, algo así como "siete habitantes por legua cuadrada". Atribuía tan escasa densidad poblacional a la "vida salvaje" de sus habitantes, a las "continuas guerras" entre ellos y a "la escasez de víveres en aquel árido terreno", pero también a la proliferación de enfermedades "después de la introducción del cristianismo […] señaladamente en la parte austral". Por lo demás, en las siete décadas que estuvieron los jesuitas –y por mucho tiempo más– la conquista de la península distaba mucho de la de otros territorios. Sirva el siguiente párrafo como botón de muestra:
El lugar principal de cada misión donde residía el misionero, era un pueblo en que a más de la iglesia, la habitación del misionero, el almacén la casa de los soldados y las escuelas para los niños de uno y otro sexo, había varias casas para los neófitos que vivían allí de pié. Los otros lugares, más o menos distantes del principal, en los cuales vivían los restantes neófitos pertenecientes a la misma misión, carecían regularmente de casas y sus habitantes vivían a campo raso, según su antigua costumbre. Los pueblos de la península eran unos veinte, todos edificados por los misioneros a grande costa.
Foto 1. Morada del jesuita Ignacio Tirsch en la costa de California.
En el aspecto financiero, pese a que −según Clavijero− el rey Felipe V dispuso "que los misioneros de la California se pagasen del real erario como los de las otras misiones", la orden "no se ejecutó". Su manutención provino entonces "de los fondos propios de las misiones" las cuales, por otra parte, tenían también a su cargo funciones administrativas. Así, había un procurador "que residía en México" y cuyas atribuciones consistían en "tratar con el virrey y con los oidores los negocios de las misiones", "sacar del real erario" los sueldos destinados a soldados y marineros, "proveer de nuevo buque a la California" cada vez que las circunstancias lo exigieran, así como "comprar y despachar todo lo necesario para los misioneros y sus iglesias, para los soldados y marineros, para los buques y aún para los indios".
Otro procurador, en Loreto, además de misionero –es decir, encargado de "bautizar, predicar, confesar y otros semejantes"– era responsable de entenderse de "lo temporal": recibir el cargamento proveniente de los buques, abastecer a otros misioneros, pagar sueldos, cuidar el almacén general y hasta despachar "oportunamente los buques a los puertos de la Nueva España" con "los géneros que se enviaban de México". A éste lo auxiliaba "en el cuidado de las cosas temporales" un hermano coadjutor y había además un capitán al mando de los soldados, 60 por ese entonces, con funciones de gobernador, juez y "supremo comandante de aquellos mares". Ahora bien, al superior de las misiones le correspondía "nombrar al capitán y admitir y licenciar a los soldados", de modo que los jesuitas eran la máxima autoridad y la ejercieron a tal grado que evitaron a toda costa lo que entonces parecía el único negocio redituable en aquellos lares, la explotación de las perlas de los mares de California.
La paciente exploración del territorio por parte de los jesuitas y más tarde por otros misioneros no hizo más que confirmar cuanto encontraron aquellos primeros expedicionarios que, desde Hernán Cortés –en 1535– hasta Sebastián Vizcaíno –1596 y 1602– se toparon con un territorio inhóspito, difícil de colonizar. ¿Qué motivó entonces el interés por la California? La ambición, en primera instancia. Por ejemplo, luego del fallido intento de Hernán Cortés de colonizarla, el entonces virrey de la Nueva España se entusiasmó con reportes que hablaban de que en su golfo abundaban las perlas e, imaginando que superaría en gloria a Cortés, "hizo salir dos armadas" en 1539, una por tierra y otra por mar, "pero ni las armadas se reunieron jamás ni hicieron cosa digna de memoria".15
Otro intento fracasó en 1543 y luego, por medio siglo, los españoles se olvidaron del tema hasta que la presencia del pirata inglés Francis Drake se hizo demasiado incómoda. Según el relato de Clavijero, el "célebre corsario […] abordó a la parte septentrional de la península y le puso el nombre de Nueva Albión". Su atrevimiento fue tal que el rey Felipe II ordenó al virrey "poblar y fortificar los puertos de la California".16 La misión le fue encomendada a Sebastián Vizcaíno, quien a fin de cumplirla partió del puerto de Acapulco en 1596, en tres navíos donde viajaban numerosos soldados y cuatro religiosos franciscanos. Escribió el historiador jesuita:
Después de haber arribado a algunos lugares de la costa interior […] y de haberlos abandonado por la esterilidad de su terreno, anclaron finalmente en un puerto situado a los 23º 20', o poco más, al cual dieron el nombre de La Paz porque en él fueron recibidos pacíficamente por los indios […]. Entre tanto el general de aquella armada queriendo tener conocimiento de toda la costa […] hizo salir a uno de sus navíos a reconocerla […]. Así lo hicieron, navegando como cien leguas […] pero habiendo saltado en tierra cincuenta hombres de los mejores […] perecieron diecinueve de ellos, parte matados por los indios y parte ahogados […]. De ahí regresaron al puerto de La Paz, en donde hicieron saber al general lo muy estéril que era