A Salvo en el Paraíso. Barbara Cartland
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Zarina entró en su dormitorio, donde se encontró a la Señora Merryweather, a la que besó con afecto.
–¡Es una dicha poder verla, Señorita Zarina!– exclamó la Señora Merryweather.
–Es maravilloso estar de nuevo en casa– repuso Zarina–, y todo se ve tan bien como siempre. Le estoy muy agradecida.
–Hemos hecho lo que pudimos– dijo la Señora Merryweather con satisfacción–. Ahora será como en los viejos tiempos.
Zarina se dio un baño que le preparó su doncella, que ya había llegado. Después, se puso uno de sus vestidos más bonitos, el cual lo había elegido su tía en una tienda de la Calle Bond, y bajó al salón.
Apenas estuvo a solas unos minutos antes de que su tío hiciera su aparición. Vestía muy elegantemente con ropas de etiqueta. Sus cabellos canosos los llevaba muy bien peinados. Según las palabras de su ayudante, todo en el estaba en su lugar.
–Al fin he llegado, Zarina– dijo cuando se acercó a ésta–. El tren se retrasó como era de esperar.
–Me alegra verte, Tío Alexander– repuso Zarina, y le dio un beso en la mejilla–. Duncan ha abierto una botella de champán para celebrar mi regreso a casa.
–¡Champán!– exclamó el General–. Pues no te diré que no, después de un viaje tan cansado. La gente habla maravillas acerca de la conveniencia del tren, pero yo prefiero mis caballos.
–Yo pienso lo mismo– dijo Zarina con una sonrisa–. Nos llevó poco más de tres horas llegar hasta aquí y fue muy agradable viajar a través del campo.
Durante la cena, hablaron de diversos temas referentes a la propiedad y el General dijo:
–Mañana visitaremos la finca y veremos qué han hecho respecto a la limpieza de los árboles que se cayeron en el bosque durante el invierno pasado.
–Estoy segura de que todo estará exactamente como sugerimos– opinó Zarina–. El Señor Bennett es muy eficiente.
–Es un error no inspeccionar las propiedades de uno hasta el último rincón– observó el General–. Y eso es lo que debemos hacer, Querida, antes de regresar a Londres. Hubo un breve silencio antes de que Zarina interviniera:
–Yo estaba pensando, Tío, que me gustaría quedarme aquí por lo menos hasta el invierno. Después de todo, éste es mi hogar. Y si tú y mi tía quieren que tenga una dama de compañía quizá alguna de mis antiguas institutrices pueda venir a quedarse conmigo.
El General permaneció callado por el momento.
Tomó un sorbo de champán y, luego, dijo:
–Eso es algo acerca de lo cual quiero hablar contigo después de la cena, Querida.
Su forma de expresarse le dio a entender a Zarina que se trataba de un tema que no deseaba plantear delante de la servidumbre. Y Zarina se preguntó qué le querría decir. Mientras hablaban de otras cosas, la muchacha se dijo que no permitiría que le hiciera cambiar de opinión.
Lo que ella deseaba era quedarse en su propio hogar. Después de todo, faltaban por lo menos dos meses para que comenzara lo que se conocía como la temporada de invierno.
Ello ocurriría cuando la Reina regresara de Balmoral. Entonces, la mayoría de los aristócratas que se habían ido a cazar a Escocia también volverían a Londres.
"Yo prefiero montar mis caballos sobre mis propias tierras que salir de paseo por Rotten Row", pensó Zarina.
Sin embargo, tenía el presentimiento de que su tío se iba a oponer a sus sugerencias. Su tío esperaba que ella lo obedeciera.
"No lo haré", se dijo Zarina indignada. "Quizá él sea mi Tutor, pero es mi dinero el que estoy gastando, y tengo derecho a hacer mi voluntad".
Una vez que terminaron el café y el General se tomó una copita de oporto, abandonaron el comedor. Su tío le había dicho que no quería que ella lo dejara solo, como hubiera sido lo correcto.
La forma cómo habló hizo que Zarina pensara que él sospechaba que ella iba a desaparecer, subiendo a su habitación. De modo que se dirigieron al salón.
Duncan había encendido los candelabros de cristal, lo que hacía que la estancia se viera muy acogedora. Zarina pensó en los felices que todos serían si sus padres se encontraran allí. Recordaba cómo su padre solía reírse de las cosas que ella le decía. Su madre la miraba con gran amor en los ojos, dándole a entender lo mucho que significaba para los dos.
El General se detuvo delante de la chimenea. Por la expresión de su rostro, Zarina imaginó que su tío se disponía a pronunciar un discurso. Trató de recordar si había hecho algo mal, pero no halló ningún error en su comportamiento. De modo que se sentó en un sofá no muy lejos de su tío.
–Una de las razones por la cual no te acompañé cuando partiste hoy, Zarina– comenzó a decir el General–, fue porque había de asistir a una reunión muy importante, que tenía que ver contigo y con tu futuro.
–¿Qué tenía que ver conmigo?– preguntó, extrañada, Zarina.
Le pasó por la imaginación que alguno de los hombres que le propusiera el matrimonio la noche anterior debió haber hablado con él.
Zarina había asistido a un baile ofrecido por la Duquesa de Devonshire. Su tía quedó encantada cuando ella recibió la invitación. La Casa Devonshire estaba en Piccadilly.
Era una de las casas más notables de Londres, con sus barandales dorados y su jardín que bajaba hacia la Plaza Berkeley.
También sus dueños eran notables.
La Duquesa, que con anterioridad fue la esposa del Duque de Manchester, era una mujer de gran belleza. Ahora, como Duquesa de Devonshire, nadie le rechazaba sus invitaciones.
–Vas a gozar de cada momento– le había dicho Lady Bryden a Zarina cuando llegó la invitación–. Y claro que deberás estrenar un vestido, aun cuando en tu guardarropa haya dos que todavía no te has puesto.
Zarina pensó que aquello era un gasto innecesario. Aunque el dinero no constituía problema, odiaba pensar en el tiempo que iba a desperdiciar probándose el vestido, en lugar de estar montando en el parque.
Sin embargo, para complacer a su tía, acudió al mejor establecimiento de la Calle Bond. Sin lugar a dudas, el vestido era el más bonito que ella había tenido. Por supuesto, era blanco, pues ninguna debutante se atrevería a vestirse de color.
Estaba bordado con perlas y diamantina remarcando de forma muy graciosa su diminuta cintura. También era un marco perfecto para sus cabellos rubios con tonalidades doradas, así como para la blancura de su piel.
Cuando llegó al baile acompañada por su tía, cuajada ésta de diamantes, causaron auténtica sensación a pesar de que el salón estaba lleno de gente de mucha más importancia social que ellas.
Zarina se vio inmediatamente asediada por los galanes. Y antes de abandonar la casa, ya había recibido dos proposiciones de matrimonio. A Zarina le era difícil poder escapar