A Salvo en el Paraíso. Barbara Cartland
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Читать онлайн книгу A Salvo en el Paraíso - Barbara Cartland страница 4
–Gracias por deshacerte de él– le respondía Zarina–. Me cuesta mucho trabajo hacerles entender que yo no deseo casarme con nadie por ahora.
–Hiciste lo correcto cuando le dijiste que viniera a hablar conmigo– estuvo de acuerdo el General.
Zarina pensaba que, en realidad, su tío era un excelente perro guardián. Pero Sir Alexander no hubiera encontrado aquella descripción muy halagadora.
–Quizá te sorprenda que, poco después de que tú te marcharas, vino a visitarme el Duque de Malnesbury– decía ahora el General.
Zarina se preguntó qué relación podría tener aquello con ella.
–Yo lo conozco desde hace muchos años– continuó diciendo el General–. Es más, los dos servimos en el mismo Regimiento antes de que él heredara el título. Sin embargo, cuando me pidió que lo recibiera, jamás sospeché el motivo de su petición.
Zarina pensó que su Tío estaba buscando las palabras adecuadas para llegar al punto. De modo que siguió escuchando.
–Lo que Malnesbury vino a pedirme– prosiguió el General con calma–, y lo hizo de una manera muy correcta, lo que supone un ejemplo para muchos jóvenes, fue si le permitía que te cortejara.
Zarina miró a su tío, sorprendida.
–¿Cortejarme?– repitió–. ¿Qué quiere decir eso?
–Quiere decir, Querida, que has recibido un gran honor, pues el Duque desea que seas su esposa.
Por un momento, Zarina se quedó muda. Luego, después de un largo silencio, dijo:
–¿Su... esposa? ¡Pero él... es muy... mayor!
–Malnesbury apenas pasa de los cincuenta y cinco años– señaló el General–, pero tiene muy buena salud, ya que es un hombre que pasa casi todo su tiempo en el campo.
–Recuerdo que hablé con él en la fiesta de Lady Coventry el miércoles pasado– dijo Zarina–. Creo que también bailamos en alguna ocasión, pero no hemos tenido más contacto.
Inesperadamente, Zarina se echó a reír y añadió:
–Espero que le hayas dicho que la idea es absurda.
–¿Absurda?– exclamó el General–. ¿Sabes lo que estás diciendo?
–Claro que lo sé– respondió Zarina–. Y entré tú y yo, Tío, me parece un poco ridículo que un hombre que casi podría ser mi padre sugiera una cosa así.
–No sabes lo que estás diciendo– intervino el General de manera cortante–. Quizá Malnesbury no sea un jovencito, pero lleva cinco años viudo y no tiene heredero. Frunció el ceño antes de continuar diciendo:
–Es más, creo que estoy en lo cierto al decir que tiene cinco o seis hijas, pero ningún hijo.
–A mí no me preocupa lo que tenga o deje de tener– manifestó Zarina–, y sería un grave error si tú trataras de animarlo, Tío Alexander. ¡No me casaría con el Duque, así fuera el último hombre sobre la tierra!
–¡Dios mío! ¿Estás loca?– exclamó al General muy enojado–. La mayoría de las jovencitas londinenses darían algo por una sola mirada del Duque de Malnesbury.
Casi atropelló las palabras, mas prosiguió:
–¡Él desea que tú seas su esposa! ¡Su esposa, niñita tonta! Eso quiere decir que serías Duquesa y ocuparías un puesto como Dama de Honor de la Reina.
Zarina entrelazó los dedos.
–Lo único que te puedo decir, Tío Alexander, es que te equivocas si crees que puedo pensar en aceptar al Duque como esposo. Ya te he dicho que no me casaría con él así fuera el último hombre sobre la tierra.
–Ahí es donde estás equivocada, muy equivocada dijo el General muy lentamente–. Ya le he dicho al Duque que veo con buenos ojos su idea y que lo recibo con gusto como tu futuro esposo.
Zarina respiró hondo.
Sabía, por la forma en que le estaba hablando que su tío pretendía imponerle su voluntad. Tendría que luchar contra él para evitar que se cumpliesen sus deseos.
–Quizá te sea difícil comprender... esto– dijo la muchacha–, mas yo no deseo ser Duquesa, ni... casarme con un hombre a quien... no ame. ¿Cómo podría yo amar a un hombre que puede ser... mi padre?
–Esa es una aseveración tonta...– comenzó a decir el General.
–Tonta o no– le interrumpió Zarina–, y si lo has aceptado como mi pretendiente, tendrás que decirle que cometiste un error.
Por un momento se hizo el silencio. Luego, el General le dijo a Zarina, con el mismo tono de voz que hubiera podido utilizar con un recluta:
–¡Me obedecerás, porque no tienes otra alternativa!
–¿Qué quieres decir?– preguntó Zarina.
–Quiero decir que soy tu Tutor y hasta que cumplas los ventiún años tienes que obedecerme, pues esa es la ley en el país.
–¡No puedes obligarme a que me case con alguien con quien no deseo hacerlo!
–¡Te casarás con él, así tenga yo que arrastrarte a golpes por la iglesia para que lo hagas!
De pronto, la voz del General cambió de tono:
–¿Quién te crees tú que eres para rechazar a un hombre tan notable como el Duque? Tú tienes mucho dinero, y no digo que el Duque no encuentre ese detalle como algo de agradecer, pero, al mismo tiempo, él se ha enamorado de ti.
La miró con furia antes de continuar:
–Está fascinado con tu belleza y tu encanto. Mientras lo escuchaba, pensé que no hay una mujer más afortunada en todo el país.
–¿Afortunada?– gritó Zarina–. ¿Por tenerme que casar con un viejo a quien no amo, cuando puedo escoger entre muchos jóvenes encantadores?
–¿Quiénes han sido ellos hasta ahora?– preguntó el General–. Un montón de vividores que no tienen otra cosa que ofrecerte que una buena colección de deudas.
–Eso no es totalmente cierto– protestó Zarina–. Cuando me case, lo haré con un hombre a quien yo ame y que me ame por mí misma.
El General emitió una risa muy desagradable.
–¿Crees que con todo tu dinero es posible que algún hombre te ame exclusivamente por tu persona? Si lo piensas así, vives en un mundo de sueños. La mayoría de los hombres son prácticos. Se casan por la sangre azul, por las propiedades o por el dinero.
Hizo una pausa antes de continuar.
–Tú